¿Puede el dinero comprar la felicidad? Es una pregunta recurrente que nos acompaña desde que conocemos su valor. Los investigadores estadounidenses Matthew A. Killingsworth, Daniel Kahneman y Barbara Mellers quisieron dar con una respuesta en un estudio para la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences. Y redescubrieron que el dinero sí hace que consigas la felicidad, pero hay un límite.
"Para la mayoría de la gente, mayores ingresos están asociados a una mayor felicidad", explica Killingsworth en declaraciones a la revista Penn Today de la Universidad de Pennsylvania. "La excepción son las personas económicamente acomodadas pero infelices. Por ejemplo, si eres rico y miserable, más dinero no te ayudará", añade el reputado psicólogo.
En los últimos años, de la mano del conocimiento científico, se ha ido generando cierto consenso de que más dinero sí hace feliz a la gente. Esto confirma la Paradoja de Easterlin de la economía de la felicidad, que afirma que "tener pocos ingresos aumenta la percepción de infelicidad, pero unos ingresos elevados no garantizan la máxima felicidad".
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Sin embargo, hasta ahora existían algunas dudas sobre cuándo dejaba de ser un factor determinante para convertirse en algo banal. Los resultados de esta investigación no hacen más que reafirmar la correlación entre el dinero y la felicidad. Y, a la vez, establecen un límite de ingresos por hogar a partir del cual se estanca: los 100.000 dólares anuales.
Una colaboración antagónica
Kahneman y Killingsworth ya habían explorado por separado esta cuestión. El primero, ya en 2010, en colaboración con su colega y premio nobel de Economía Angus Deaton, había descubierto que la felicidad cotidiana aumentaba a medida que aumentaban los ingresos anuales, pero por encima de 75.000 dólares se estancaba.
Hace un año, Killingsworth obtuvo unos resultados que refutaban la tesis de Kahneman: descubrió que la felicidad aumentaba de forma constante con los ingresos por encima de los 75.000 dólares.
Esta justa científica no se resolvió con una repudia mutua, sino que decidieron unir fuerzas, en lo que se conoce en el mundillo como colaboración antagónica. Así, se propusieron descubrir cuánto había que ganar para que el dinero dejara de ser una condición para el bienestar. Y escogieron a Barbara Mellers como mediadora.
"En línea general, [la investigación] sugiere que para la mayoría de las personas más ingresos están asociados a una mayor felicidad", afirma Killingsworth en Penn Today. Sin embargo, la relación se vuelve más compleja, revelando que dentro de esa tendencia general, la felicidad deja de aumentar a partir de los 100.000 dólares y se estabiliza.
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Para afrontar este peliagudo interrogante, los tres investigadores partieron una hipótesis sencilla: la existencia de una mayoría feliz y una minoría infeliz. Para el primer grupo pensaban que la felicidad aumentaría a medida que entraba más dinero, mientras que para el segundo sucedía lo mismo, pero habría un determinado umbral a partir del cual dejaría de aumentar.
Sin embargo, Killingsworth añade que para el bienestar emocional el dinero no lo es todo. Y suscribe que "el dinero es sólo uno de los muchos factores determinantes de la felicidad. El dinero no es el secreto, pero probablemente puede ayudar un poco", afirma.
No son los únicos
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Al fin y al cabo, el dinero tiene un significado determinante en lo cotidiano: es el medio principal para el sustento del ser humano. Sin embargo, no se trata de una percepción universal, sino que la importancia que se le otorga al dinero tiene que ver también con la cultura.
Una investigación realizada por Paul Brain y Renata Bongiorno, del Departamento de Psicología de la Universidad de Bath de Reino Unido, preguntó a casi 8.000 personas de 33 países de los 6 continentes cuánto dinero creen que necesitarían para vivir su vida ideal. Y dieron opciones desde los 10.000 euros a los 100.000 millones de euros.
En el 86% de los países encuestados, la mayoría de las personas optaron por los 10 millones de euros, aproximadamente, como cifra que necesitan para ser felices. En algunos países llegaba al millón de euros.
Aquí entran en juego las diferencias culturales. Según los datos del estudio, publicado en junio de 2022 en la revista Nature Sustainability, el 32% de los estadounidenses escogieron los 100.000 millones de euros, y el 39% en Indonesia, pero en China y Rusia lo hicieron solo el 8%.
En todos los países había gente que escogía la opción máxima, pero representaban una minoría. Esto demuestra que no hay tantas personas en el mundo con necesidades ilimitadas.
Felicidad y dinero
Cuando pensamos en la receta de la felicidad, lo primero que podría venirnos a la cabeza es la famosa pirámide de Maslow o jerarquía de las necesidades humanas.
El psicólogo Abraham Maslow en su obra Una teoría sobre la motivación humana (1943) esbozó una lista jerarquizada de necesidades humanas, donde el primer eslabón lo ocupa la autorrealización. La mayoría de elementos que conforman la base de la pirámide se consiguen con dinero.
Pero pese a su popularidad, se trataba meramente de una teoría, ignorada durante mucho tiempo por la comunidad científica. Para aportar un valor empírico a los postulados de Maslow, el psicólogo de la Universidad de Illinois y científico sénior de la Organización Gallup, Ed Diener, ayudó a diseñar la Encuesta Mundial Gallup.
Este estudio histórico mide las opiniones y actitudes de las personas sobre una amplia gama de temas sociales, políticos y económicos, incluida la felicidad.
Medir la felicidad
Todavía hoy los datos siguen actualizándose y hasta son analizados para elaborar informes como el Índice Global de Felicidad. Este documento, publicado anualmente por la ONU, mide la felicidad en 157 países, basándose en diversos factores, como el PIB per cápita. Normalmente, suelen copar la lista los países del norte de Europa.
Diener reflejó los resultados de dicha encuesta —con datos de 60.865 participantes de 123 países entre 2005 y 2010— en el libro Happiness: Unlocking the Mysteries of Psychological Wealth (Wiley-Blackwell, 2008). Los encuestados respondieron a preguntas sobre seis necesidades que se asemejan mucho a las del modelo de Maslow: necesidades básicas (comida, refugio), seguridad, necesidades sociales (amor, apoyo), respeto, dominio y autonomía.
Los resultados fueron variados, pero se descubrió que como acertadamente teorizó Maslow, las necesidades descritas tenían un carácter universal, pero su orden e interdependencia no estaban muy claras.
"Aunque las necesidades más básicas reciban más atención cuando no se tienen, no es necesario satisfacerlas para obtener beneficios [de las demás]", zanjó Diener en 2011 en la revista The Atlantic.