Si se trazara una línea que uniera las costas de Galicia con las del sur de Portugal y el Estrecho de Gibraltar, enseguida se apreciaría una forma geométrica clara: un triángulo. Pero no uno cualquiera, sino uno parecido al que ya se mencionaba en varios escritos de los años 50 para describir el riesgo al que se enfrentaban los barcos en una zona entre las islas Bermudas, Puerto Rico y Miami. Era el cementerio del Atlántico, donde los navegantes a menudo terminaban naufragando.
El efecto de este Triángulo de las Bermudas tiene sus ecos ahora en las costas atlánticas españolas. Algunos de los barcos que navegan por las aguas gallegas y del lado izquierdo del Estrecho de Gibraltar se están viendo obligados a enfrentarse a algo más que un mal temporal. Los encuentros violentos con las orcas son continuos y, en ocasiones, los daños proferidos son muy peligrosos para los marineros.
El último de estos ataques se produjo el pasado 4 de mayo en aguas cercanas a Barbate. Como reveló en su día la revista náutica germana Yatch, el velero Champagne navegaba a una velocidad de ocho nudos. Era medianoche cuando los tripulantes escucharon un estruendo. Al principio pensaron que habían colisionado contra algún objeto de grandes dimensiones, pero no. Eran los golpes de una orca que se abalanzaba sobre el costado de la embarcación, mientras otras más pequeñas sacudían el timón del barco.
Aquella pesadilla duró una hora, y el barco –que se dirigía hacia Palma– terminó por hundirse cerca de la bocana del puerto de Barbate, en Cádiz, tiempo después de que Salvamento Marítimo hubiera enviado una embarcación para remolcar el velero y un helicóptero para salvar a los marineros.
Lo enigmático de esto es que, hasta este año, estas interacciones entre orcas y barcos –aparentemente violentas– se han intensificado, pero no se sabe muy bien por qué. Así lo cuenta Renaud de Stephanis, doctor en Ciencias del Mar por la Universidad de Cádiz, coordinador de la Asociación CIRCE y experto en el estudio de cetáceos.
Este investigador, que lleva más de 20 años estudiando a estos animales, reconoce a EL ESPAÑOL que estos ataques no comenzaron en 2020, como se repite a menudo, sino en 2016. “Por aquel entonces las interacciones –como prefiere llamar a estos encuentros– no eran con veleros, sino con otro tipo de embarcaciones”, asegura. Cuatro años más tarde, se viralizaron en las redes sociales y comenzaron a tener cada vez más eco en los medios.
Los datos proporcionados por la Coordinadora para los Estudios de los Mamíferos Marinos (CEMMA) comienzan, de hecho, en 2020. Hablan de al menos 744 encuentros (entre avistamientos e interacciones) con las orcas desde la costa norte de África a la Bretaña francesa. De estos, 239 son avistamientos, donde las orcas se observan lejos de los barcos, y 505 son interacciones en las que las orcas reaccionan a la presencia de los barcos acercándose.
Desde CEMMA puntualizan que, en algunos casos, son interacciones sin contacto físico; en otros, con contacto físico y sin daños, y en otros, esos contactos físicos causan daños que llegan a ser graves e impiden la navegación de los barcos. Esto último sucede en el 19,9% de las interacciones. Y siguen ocurriendo, porque en lo que va de año, se han detectado 53 interacciones (12 de ellas con averías graves en barcos que tuvieron que ser remolcados) y 31 avistamientos. Todos ellos, de momento, en la zona del Estrecho.
¿Venganza, lucha por el atún o un juego?
Aunque hace ya tiempo que investigadores como Stephanis llevan estudiando estos animales, lo cierto es que aún se barajan “varias hipótesis”. Como cuenta el investigador, entre ellas, se está analizando la de “la mencionada venganza de las orcas, en la que personalmente no creo mucho”. Comenta que “la percepción que tenemos cuando no estamos acostumbrados a ver orcas es que pueda ser un ataque o cualquier interacción de tipo agresivo”, aunque, aun así, de momento asegura que no se puede descartar.
También se hablaba en su día de la lucha por el alimento: el atún. Estas orcas podrían estar desarrollando un papel agresivo por una razón tan vital como la de competir con los pescadores por el alimento que las mantiene. Esta es otra de las hipótesis en las que se trabaja ahora, pero, según informa el investigador, “el atún se ha vuelto a recuperar desde el año 2010”. Esta especie estaba siendo objeto de una sobrepesca que estaba acabando con ella, hasta que en 2006 se adoptaron cuotas muy estrictas para su captura, y hoy parece estar recuperada.
Otra hipótesis en la que se está trabajando es que sean “juegos por enriquecimiento ambiental en la zona”, apunta Stephanis, es decir, “simples juegos entre orcas”. Como cuenta el también doctor en Ciencias del Mar, “son animales sociales que aparte de comer y reproducirse, juegan”, por lo que, como ha repetido en anteriores ocasiones, esta puede ser una de las hipótesis más plausibles.
No obstante, insiste en que para conocer sin género de dudas el porqué de este comportamiento nuevo en las orcas, aún faltan datos y es en lo que continúan trabajando: “Estamos analizando las hipótesis y en cuanto tengamos conclusiones claras las comunicaremos”, reitera. Lo que sí reconoce –y los datos así lo atestiguan– es que, hasta este año, “hubo un aumento tremendo, y este año el feeling es que ha empezado a reducirse o, al menos, se mantiene”.
Cómo salvar al ‘lince’ marino
La población de orca (Orcinus orca) en el Estrecho está clasificada en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN) como “Datos Insuficientes”, pero actualmente está siendo revaluada, ya que podría encontrarse en la categoría “En Peligro Crítico”.
Además, esta población está catalogada como vulnerable en el Catálogo Español de Especies Amenazadas (CEEA), que prohíbe cualquier actuación hecha con el propósito de darles muerte, capturarlos, perseguirlos o molestarlos. De hecho, en nuestras costas se contabilizan apenas unos 60 ejemplares.
Por este motivo, desde el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO), en colaboración con CIRCE, se ha llevado a cabo un marcaje satelital de un ejemplar de orca que, como informan desde la institución pública, ya había sido identificada previamente como uno de los ejemplares que interactúan con las embarcaciones. Es la que se ha viralizado como Gladis, pero este nombre, comenta Stephanis, responde simplemente al nombre atribuido a uno de los dos grupos sociales en los que se ha dividido la población de orcas del Estrecho.
Como cuenta el investigador, “cualquier problema que le podamos ocasionar [a las orcas] puede acabar con ellas”, por lo que esta marca satélite no se le puede poner a todas. “No deja de tener un impacto en el animal”, apunta. No obstante, la información que se pueda obtener ayudará en tres cuestiones: intentar reducir la probabilidad de encuentros con barcos; reducir el defecto de los impactos, e intentar reducir el problema.
Según explica el investigador, “ponemos un pequeño GPS que va acoplado en la aleta dorsal, con unos pequeños aparatos de titanio que van intracutáneos, y cada vez que sale la orca a la superficie lo envía al satélite y este lo manda a un servidor al que nosotros tenemos acceso”, cuenta. “A partir de ahí, hacemos una serie de modelos de predicción para saber si en determinada zona hay más o menos probabilidad [de encuentros] y lo trasladamos al ministerio responsable del tráfico marino”.
Además de esto, la Fundación Biodiversidad del MITECO, a través del proyecto LIFE INTEMARES, y en colaboración también con CIRCE, inició el verano pasado un proyecto piloto para tratar de minimizar las interacciones de orcas con veleros en el Estrecho de Gibraltar. Unos trabajos que han ayudado a detectar los puntos calientes de avistamientos y que ayudará a ofrecer unas pautas claras de actuación, especialmente a los veleros, que permitan que su navegación sea segura.