A nado y entre cadáveres de otros inmigrantes; así fue como Alima Ngoutme llegó a Ceuta. Despertó en un hospital de la región con el corazón encogido por haber dejado atrás a su hija Lamina y con un objetivo en mente: traerla con ella a España, donde más tarde fundaría Mirando por África.
En la zona centroafricana, de donde Alima es originaria, la discapacidad intelectual es un motivo de vergüenza y arrepentimiento. Desde la superstición, la población en su conjunto opina que la diversidad funcional es un castigo divino o resultado de brujería y que los niños que la tienen deben ser escondidos del resto de la sociedad.
"Reivindicamos que la discapacidad existe, porque a los ojos de la sociedad es invisible", explica Alima. Tal es así, que su primer contacto con una persona con discapacidad fue al nacer su hija mayor, Lamina.
La creadora de Mirando por África se crio en las calles de la ciudad de Duala, en una familia compuesta por sus 8 hermanos, su madre y su padrastro, con el que no tenía buena relación. Vivió su juventud en un ambiente hostil, caracterizado por "una gran violencia de género y desigualdad de las mujeres" —diferencias que se acentuaron cuando nació su niña—.
Su padrastro le inculcó que el bebé había sido fruto de una maldición, y que Dios estaba enfadado con ella. Fue en su familia materna donde encontró refugio, ya que el resto de la sociedad la rechazaba por haber tenido a una hija con esa condición.
"La discapacidad intelectual es ignorada en Camerún. Mis compañeras se alejaban y se burlaban de mí por ser madre de Lamina y para el Gobierno nuestros hijos no deberían existir", relata Alima.
Ser apedreados por los ciudadanos o encadenados en sus casas son algunos de los destinos que comparten los niños que tienen esta afección. "En la zona de África central se llama a los pequeños con discapacidad 'niños serpiente' porque babean como el reptil", cuenta Alima.
Después del nacimiento de su hija, la camerunesa decidió embarcarse en un viaje sola hacia España para cambiar el destino que tanto temía que le fuera a llegar a Lamina.
"Mi madre fue la que me inspiró a emprender este nuevo camino. Me dijo que yo era afortunada de tener una hija, que muchas mujeres no pueden", explica la responsable de la ONG. "Dejé a Lamina con ella y fui a España".
Atravesando el desierto y pasando por Nigeria, Benín, Burkina Faso, Malí y Mauritania, Alima emprendió una travesía de nueve meses hasta llegar a Marruecos, donde iniciaría la última etapa del viaje.
"Mi trayecto a España fue muy duro. Sabía que tenía que llegar, porque si no, Lamina iba a vivir en una habitación encadenada y aislada, como viven nuestros niños", confiesa.
Una vez en Marruecos le hicieron la eterna pregunta: ¿Cómo prefieres llegar a Ceuta? ¿Saltando la valla o a nado? "Llegué a Ceuta nadando y después de despertarme en el hospital, me llevaron al Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes (CETI) donde, gracias a Dios, me dieron los papeles".
Una vez allí, Alima se trasladó a Madrid, donde esperó para poder reunirse con su hija. "Iba a verla todos los años. Mis momentos más difíciles fueron visitarla y no poder traerla a España". Después de trabajar de cara al público, donde asegura que sufrió racismo, Alima pudo ahorrar lo suficiente para que Lamina viniese a España.
Siete años después cumplió la meta que se propuso: "Fundé Mirando por África cuando llegó Lamina. No podía hacerlo sin ella". Ahora trabaja para educar a niños con discapacidad intelectual de Camerún y poder asegurarles las oportunidades que hace unos años tanto quiso para su hija.