La entomofagia, la práctica que consiste en comer insectos por parte de los seres humanos, es un hábito bastante común en diversas regiones del mundo como América Latina, Asia y África. En Tailandia, por ejemplo, es muy común encontrar puestos callejeros con brochetas de escorpiones o escarabajos. En México, los chapulines son una absoluta delicia gastronómica. Y en la República Democrática del Congo, el pueblo Ngandu se alimenta tradicionalmente de orugas durante las épocas lluviosas del año.
En los últimos años, el consumo de insectos se ha presentado como una alternativa sostenible y nutritiva para alimentar a un mundo que va camino de los 10.000 millones de habitantes. Según la FAO, los insectos comestibles pueden constituirse en una fuente alternativa de proteínas a las carnes convencionales y pueden ser una buena fuente de micronutrientes como el cinc, el calcio o el hierro.
Sin embargo, en el caso de España, el camino hacia una aceptación generalizada parece estar marcado por grandes retos y desafíos. La Unión Europea ya ha aprobado varios insectos para el consumo humano, incluyendo el gusano de la harina (desde 2021), la langosta migratoria (desde 2021), el grillo doméstico (desde 2022) y el escarabajo del estiércol (aprobado en enero de 2023). Un avance regulatorio que, no obstante, no se ha traducido en un impulso en el cambio de las dietas de los españoles.
Un estudio realizado por Nestlé en 2021 reveló que el 19% de los españoles estaría dispuesto a incorporar insectos a su dieta como una alternativa más respetuosa con el medioambiente. Aunque dos años después de este estudio, y a pesar de la regulación de la UE, la predisposición no se ha traducido en un crecimiento significativo de las ventas de insectos, indicando una brecha entre la actitud receptiva y el consumo en sí.
Un negocio que no despega
Alberto Pérez fue uno de los primeros en apostar por esta alimentación. En 2018, tras probar varios insectos en una cena navideña, decidió abrir Insectum, una tienda online dedicada a la venta de insectos. Un año más tarde, redobló la apuesta y abrió un puesto físico en el mercado de Ruzafa de Valencia.
Camino de su sexto aniversario, Pérez reconoce que sus productos han tenido una buena acogida entre el público, aunque lamenta que en términos empresariales y de negocios está lejos de ser próspero. “Es algo nuevo, que no estamos acostumbrados a comer, ni siquiera a ver en nuestro país. Mucha gente se decide a probarlos, pero todavía falta mucho”, explica en una entrevista telefónica a ENCLAVE ODS.
Entre las diferentes cuestiones que han evitado su despegue, indica, está principalmente la barrera cultural existente, pues no hay una costumbre ni una tradición de consumirlos. “La gente muchas veces piensa que son insectos recogidos en la calle, pero no es así, ya que son productos autorizados que se crían en granjas especializadas para consumo humano con todos sus controles sanitarios”, afirma el dueño de Insectum.
También corre el rumor generalizado en la percepción pública de que un insecto es algo blando, que explota en la boca, algo que desmiente completamente Pérez: “Se comercializa seco y deshidratado; es crujiente, viene a ser muy parecido a los frutos secos”. Recomienda, por ejemplo, incorporarlo a ensaladas, ya que le da ese toque crujiente, o tomarlo como aperitivo antes de una comida.
Por otro lado, cuenta, el alto precio es otro de los grandes problemas, algo que sólo se podrá solucionar en el futuro a través de una mayor demanda. “Es un poco la pescadilla que se muerde la cola. Sale caro porque no hay consumo y entonces hay poca producción. Si la demanda va creciendo, habrá más producción y los precios se irán abaratando, y entraremos en una espiral de crecimiento”.
La mayor fábrica de Europa
A la espera de una mayor demanda, las granjas de insectos ya han llegado a nuestro país. De hecho, una empresa salmantina, Tebrio, ya tiene todo listo para abrir el año que viene la mayor fábrica del mundo dedicada a la cría y transformación del gusano de harina, donde esperan producir hasta 100.000 toneladas.
Desde que Sabas de Diego y Adriana Casillas crearan la empresa allá por 2014, el sector ha vivido un auténtico boom, aunque este no fue inmediato. Todo comenzó en el baño de su casa y, al principio, muchos los tachaban de locos, aunque la urgencia global de encontrar alternativas sostenibles para la producción de alimentos aupó su empresa como una solución prometedora.
“Los insectos consumen una cantidad notablemente inferior de insumos, esto es, necesitan menos alimentos para crecer que otras especies. Además, demandan menos energía y tiene capacidad de agruparse para una producción más eficiente”, indica De Diego, director de tecnología (CTO) de Tebrio. “Lo que buscamos es aportar nuevas maneras de producir alimentos con un menor impacto medioambiental”.
Según la FAO, la cría de insectos emite considerablemente menos gases de efecto invernadero en comparación a la mayoría de otras fuentes de proteína animal, además de utilizar una menor cantidad de agua en su proceso de cría que en la ganadería. Asimismo, otro de los beneficios que destaca el organismo de la ONU es su eficiencia, es decir, la cantidad de alimento necesario para producir un incremento de 1 kilogramo de peso.
[El único restaurante del mundo en el que puedes pedir un plato de pollo cultivado en un laboratorio]
Así, en término medio, señala la FAO, solo es necesario 2 kilos de alimento para producir un kilo de masa de insecto, mientras que para el ganado es necesario 8 kilos de alimento para producir un 1 kilo de aumento de peso corporal.
El auge de Tebrio, sin embargo, no ha provenido del consumo humano, un aspecto que aún está por incorporar en la empresa. En cambio, su éxito se debe a su uso en la alimentación animal —lo que evita la necesidad de importar alimentos desde lugares lejanos y, por tanto, reducir la huella de carbono— y la producción de fertilizantes —lo que previene el uso de químicos—.
Algo muy lógico para De Diego, pero que no se había aplicado hasta ahora. “Al final, un pez, un ave o un cerdo están acostumbrados a comer insectos cuando están en la naturaleza, por lo que es parte de su dieta. No estamos haciendo nada más que utilizar el sentido común”, señala.
¿El alimento del futuro?
Para el CTO de Tebrio, aunque este cambio pueda requerir un proceso, el consumo de insectos por parte de los humanos es algo que se producirá más temprano que tarde. “Esta misma conversación dentro de diez años, versará sobre otra cosa porque los insectos puede que ya sean algo habitual en nuestra dieta”, asevera a ENCLAVE ODS.
Aunque considera necesario un esfuerzo por parte de las empresas del sector alimentario para ir introduciendo estos nuevos productos en la dieta de los españoles, “de la misma manera que no se consumía casi sushi en España hace 15 años”. En cualquier caso, es muy probable que el consumo directo de insectos aún siga muy distante y tendría que introducirse de tal manera que el consumidor no pueda percibirlo.
En el estudio de Nestlé, la mayoría de los encuestados que expresaron interés en el consumo de insectos como alimento manifestaron la preferencia de que el insecto esté integrado en el producto, sin ser notorio o distinguible. Esta es precisamente el área donde Pérez vislumbra el potencial del consumo de insectos: en productos que incluyen el insecto molido, sin que sea visualmente perceptible ni modifique el sabor, pero que proporciona un aporte significativo de proteína.