Mide poco más que la palma de una mano y su cabeza termina con un largo hocico que le sirve de trompa. Tiene un color castaño pardo, ojos minúsculos y su gran velocidad le ayuda a pasar desapercibido. Le presentamos a este animal con su descripción y no por su nombre, porque probablemente nunca haya oído hablar del almiquí. Este extrañísimo mamífero fascina a los científicos por un detalle: su especie sobrevivió al meteorito que acabó con los dinosaurios hace 66 millones de años.
También conocido como solenodon, este intrépido mamífero pertenece a la familia Solenodontidae y lleva en la Tierra tanto tiempo que bien podríamos considerarlo un fósil viviente de cuatro patas. Se trata de un animal nocturno y solitario, con hábitos principalmente insectívoros y carnívoros. A simple vista, podría parecer un roedor común, pero su historia evolutiva lo sitúa en una categoría completamente aparte.
No se tuvo constancia de su existencia hasta 1833, cuando lo descubrió el naturalista alemán Johann Friedrich von Brandt. Durante años se creyó que estaba extinto, pero lo cierto es que hoy todavía quedan dos especies, el almiquí de Cuba (Solenodon cubansus), considerado en peligro de extinción por la Unión para la Conservación de la Naturaleza; y el almiquí de La Española (Solenodon paradoxus), que habita en Haití y República Dominicana y está catalogado como preocupación menor.
Un animal prehistórico y olvidado
Sin embargo, aporta información clave sobre el pasado del planeta. Tiene la distinción de ser uno de los pocos animales que han permanecido sin cambios desde el período Cretácico. Esta característica lo convierte en una auténtica reliquia viviente que, además, coincidió temporalmente con los colonos en la isla de La Española —sobre la que se asientan hoy los Estados de Haití y República Dominicana—.
Además de su origen, este pequeño mamífero esconde un secreto que lo hace aún más especial: es uno de los pocos mamíferos venenosos del mundo. A pesar de su diminuto tamaño, el almiquí posee glándulas en su mandíbula inferior con las que segrega un líquido tóxico capaz de paralizar a sus presas.
En 2019, su veneno fue objeto de estudio para un equipo de científicos liderado por la Liverpool School of Tropical Medicine (LSTM) y La Sociedad Zoológica de Londres (ZSL), que trabajaban para estudiar las claves del origen del veneno en algunos mamíferos que habitan las islas caribeñas. En el estudio, publicado en la revista PNAS, identificaron que el almiquí de La Española contiene serinas proteasas de calicreína-1, una toxina que podrían usar para disminuir la presión sanguínea en sus presas.
En cualquier caso, lo sorprendente de este descubrimiento es que sirvió para comprobar que las toxinas en el veneno de los almiquís habían evolucionado de forma paralela a las encontradas en el veneno de las musarañas venenosas. Pese a ser especies diferentes y evolucionar de manera independiente desde la era de los dinosaurios, muestran similitudes notables en los componentes básicos de su veneno.
El profesor Nick Casewell, autor principal del estudio, destaca que estas proteínas son comunes en las glándulas salivales de varios mamíferos. Sin embargo, en el caso de los almiquís y las musarañas, han sido adaptadas de forma independiente para cumplir un rol tóxico en sus sistemas venenosos. Este fenómeno muestra cómo la evolución puede favorecer caminos adaptativos similares en especies que aparentemente no tienen una relación directa.
Su valor biológico y su historia evolutiva son dos motivos de peso para que la conservación de esta especie sea prioritaria. Sin embargo, el veneno no ha sido suficiente para que el almiquí pueda protegerse de su propia extinción, que cada vez está más cerca debido a la pérdida de hábitat debido, la depredación por parte de especies no autóctonas y la caza furtiva de quienes mantienen la creencia de que sus espinas pueden curar algunas enfermedades.