Alhaji Siraj Bah es un joven que vivió una de las catástrofes reciente que han asolado a Sierra Leona. Trabajaba en el turno de noche cuando las lluvias torrenciales provocaron el corrimiento de tierra de Freetown —capital del país africano—. Se estima que fallecieron más de 1.000 personas —entre ellos, los padres de Bah— atrapadas por las inundaciones o sepultadas entre los escombros. Casi siete años después, Siraj dirige un negocio con un ambicioso objetivo: reducir la tala de árboles, valorizando las cáscaras de coco desechadas por los vendedores de zumos de la capital.
"Perdí a mis padres adoptivos en 2017 —lo habían rescatado de la calle un año antes, cuando tenía 17 años y tras pasar 4 años en situación de calle— durante un desastre provocado por un corrimiento de tierras en Freetown", relató en declaraciones a UNEP unos años después. Y se vio obligado a reaccionar. "Descubrí que la causa fue la elevada deforestación de la zona y la gestión inadecuada de los residuos, lo que me motivó en mi causa". Y así es cómo empezó todo.
Ha conseguido convertir este residuo en una fuente de energía: el carbón. A través de la compañía que dirige, Rugsal Trading, ha producido decenas de toneladas de briquetas de coco que, según los estudios, duran más para las familias que cocinan en pequeñas cocinas al aire libre. En declaraciones al Ceylon Today, Bah indicó que se inspiró en un vídeo de un hombre de Indonesia que fabricaba sustitutos del carbón vegetal con cáscaras de coco. Y no era la primera vez que se aventuraba a crear productos sostenibles: cuando era adolescente fabricó y briquetas ecológicas.
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El método era sencillo, y ya se estaba haciendo en otros países como Ghana o Kenia. Se recogen los restos de coco, se secan al sol, se cuelan y se carbonizan en bidones de acero. A los 18 años y con solo 20 dólares en el bolsillo apostó por esta técnica. En un primer momento, lo puso en práctica sin mucho éxito, pero poco a poco los clientes se fueron interesando por el rendimiento que ofrecían en comparación con el carbón y por su reducido impacto medioambiental.
Desde entonces el negocio ha seguido viento en popa. En 2019, la ONU lo nombró ganador en la categoría de Emprendimiento en sus premios Young Champions of The Earth. Al año siguiente recibió una invitación para participar en una conferencia sobre empresas emergentes en la Harvard Business School, donde ganó un premio de 5.000 dólares.
En una entrevista para Business Insider, la madre de Bah dijo que su hijo estudiaba las biografías de las personas más ricas para seguir su estela. Y en entrevista a otros medios, Bah confesó que su referente era el mismísimo Mark Zuckerberg, fundador de Meta (antes Facebook). Su sueño era ser millonario a los veinte años.
Quema 4 veces más
"Las briquetas biológicas pueden evitar la deforestación porque se producen a partir de residuos de biomasa, no de madera", explica Bah en declaraciones a Business Insider. Cada mañana, se dirige a los puestos callejeros de venta de zumos de Freetown a hacer una visita a los comerciantes. Allí, recoge el excedente de las cáscaras de coco. "Se suponía que esto eran residuos. Tenían que pagar el transporte para tirar esta cosa. Ahora yo voy a recogerlo gratis", señaló en declaraciones a Business Insider.
Ya en las instalaciones de Rugsal Trading, los trabajadores limpian las cáscaras de cualquier resto que no se pueda aprovechar y las secan durante una semana. Después, las queman dentro de un bidón de acero. "Se carbonizan durante unas tres horas. Apagamos el fuego con agua y esperamos a se sequen", señaló.
El siguiente paso es pulverizar el carbón fino hasta convertirlo en un polvo fino para hidratarlo después con agua y un "ingrediente secreto". El proceso más difícil, cuenta en declaraciones a Business Insider, es la mezcla. "Todo el proceso depende de la mezcla. Un pequeño error en la fórmula y hay que volver a empezar", confiesa.
Actualmente, la mayoría de los hogares sierraleoneses emplean carbón vegetal de madera para subsistir. Bah reconoció que es difícil convencerles para usar el carbón a partir de la biomasa de coco, sobre todo por el precio: es 4 veces más caro que su alternativa (aunque dura 4 veces más). No obstante, el trabajo de fidelización de clientes ha dado sus frutos: ya se ha ganado a los fumadores de sisha y sus productos copan los estantes de algunos supermercados.
Un país deforestado
La oenegé Global Forest Watch estima que Sierra Leona ha perdido el 36% de su cubierta forestal desde 2000. Un informe de las Naciones Unidas señaló el pasado mes de enero que un parque nacional que abastece de agua potable a Freetown, la capital de Sierra Leona, está gravemente amenazado por actividades humanas como el acaparamiento de tierras, la quema de carbón vegetal, la explotación de canteras y el cultivo de marihuana.
El documento advertía de que la deforestación podía contribuir a la "desestabilización de laderas, escasez de agua, corrimientos de tierras e inundaciones" y pedía que se vigilara de cerca la cobertura forestal para proteger las principales fuentes de agua de la ciudad.
Y en Freetown la situación es aún más grave. Se han talado árboles para construir viviendas y obtener combustible para cocinar. Un 70% de la cobertura arbórea de la capital se ha perdido a causa de estas actividades. Y además, se calcula que desde 2011 se pierden anualmente alrededor de medio millón de árboles.
Por eso, de la mano de la nueva alcaldesa Yvonne Aki-Sawyerr se ha puesto en marcha la iniciativa Freetown the Treetown. La ciudad aspira transformar la capital en una ciudad productiva, habitable y resiliente mediante la mejora de la gobernanza urbana, la inversión en infraestructuras resilientes y la promoción de la ecología urbana. En el marco de este plan, se paga a los residentes para que planten, cuiden y supervisen árboles y manglares por toda la ciudad.
Gracias a una aplicación que monitorea las plantaciones de esquejes y que otorga un crédito virtual a los habitantes, se cultivaron 50 especies en un vivero que luego plantaron voluntarios por toda la ciudad.