El año pasado solo hubo 322.075 nacimientos en España. Es la cifra más baja desde que hay registros, 1941, teniendo en cuenta además que en ese año la población era más pequeña que la actual y que estábamos en plena posguerra. En 10 años, desde 2013, el número de nacimientos anuales ha bajado en más de cien mil.
Nuestro país tiene una de las tasas de natalidad más bajas del mundo desarrollado, en un 6,8%, solo por encima de estados como Corea del Sur, Japón, Italia… o Andorra. Son varios los países que han puesto en marcha programas para reactivar los nacimientos. Ninguno funciona. Y no está claro por qué.
La baja natalidad, común a toda Europa y más o menos extendida en la mayor parte del mundo, tiene múltiples implicaciones sociales, económicas y políticas. La más evidente es la de pagar las pensiones, ya que cada generación de trabajadores se encarga de financiar con sus cotizaciones la de la anterior ya jubilada. Otras tienen que ver con la fortaleza del mercado interno, la fuerza de trabajo, la innovación y el emprendimiento.
Incluso países que durante décadas han concentrado sus esfuerzos en lo contrario, reducir su población, como China, estudian ahora la forma mantener unos índices de natalidad que sean al mismo tiempo buenos para la economía (y para paliar la desigualdad, aunque no todos los países se preocupan de la misma forma por esta cuestión) y los recursos disponibles.
En España las investigadoras del CSIC y la Universidad Complutense de Madrid Teresa Castro-Martín, Teresa Martín-García, Julia Cordero y Marta Seiz publicaron en 2021 un estudio que no podía tener un título más explícito: ¿Cómo mejorar la natalidad en España?’.
El mismo arroja una “buena noticia”: en los últimos 30 años, todos los informes apuntan que las “preferencias reproductivas” de las familias españolas se mantienen estables en los dos hijos, una cifra más que aceptable. No sería necesario convencer a los españoles de la importancia o los beneficios de tener hijos. Eso sí, a los que ya están convencidos. Sus propuestas son lógicas y previsibles: fomentar la conciliación laboral, dar ayudas por hijos, aumentar los permisos de paternidad y maternidad.
Más medidas... ¿más bebés?
Tanto el gobierno central como algunas comunidades autónomas, como Madrid (la única, junto a Extremadura, que aumentó su natalidad en 2023, gracias a la inmigración en ambos casos), Andalucía o Cataluña, han implementado planes en ese sentido con posterioridad a la pandemia, aunque es pronto para ver sus efectos.
En la misma línea, los economistas Luis Ayala, catedrático de Economía en la UNED, y Olga Cantó, catedrática de Economía en la Universidad de Alcalá, han propuesto una prestación universal por hijo para ayudar a la crianza. Aunque es una medida útil contra la pobreza infantil, no está tan claro que lo sea para incrementar la natalidad.
El pasado 29 de marzo el jefe de datos del Financial Times, John Burn-Murdoch, se preguntaba en un análisis por qué las políticas que buscan fomentar la natalidad en muchos países desarrollados no estaban funcionando. Según los estudios, nunca se ha gastado más dinero en políticas de familia en países como Finlandia, Corea del Sur o incluso otros con economías con más problemas, como Hungría, que entre 1980 y 2019.
Sin embargo la tasa de fecundidad, que mide el número de hijos por mujer, bajó en el mismo periodo de 1,85 a 1,53 en los países más ricos. Burn-Murdoch no se muestra contrario a las medidas de protección a la familia, como las ayudas por hijo presentes en muchos países del norte de Europa o los permisos más largos de paternidad y maternidad.
Por qué no aumenta la natalidad
En cualquier caso, sí aclara que, con los estudios en la mano, en realidad, solo ayudan a quien ya tiene tomada la decisión de tener hijos, no fomentan nuevos nacimientos. El analista apunta a algunas razones económicas, pero sobre a todo muchas culturales.
Entre las primeras, que la percepción de lo que significa una buena calidad de vida está vinculada a una educación cada vez más costosa, por lo que los padres, en países como Corea del Sur (muy desarrollada pero con una tasa de fecundidad bajísima, del 0,72), priorizan tener pocos hijos para poder concentrar más esfuerzo (económico y personal) en ellos.
Otra es la correlación entre la cantidad de adultos jóvenes que no viven en pareja y la bajada de nacimientos, o entre mayor ansiedad y problemas de salud mental (en incremento en Occidente) y un menor deseo de tener hijos.
Lo mismo es válido para los incentivos fiscales a las familias, presentes en Alemania y Francia, por ejemplo. Aunque es cierto que en la última década los índices de natalidad de ambos países se han mantenido por encima de los españoles (entre un 9-10% comparado con nuestro 6-7%), tampoco está claro que sea efectivo en ese sentido.
Para empezar, porque ambos países son receptores de migrantes mayores que España, que también debe a las familias asentadas aquí mantener una cifra “no catastrófica” de nacimientos.
Pero eso no es lo peor. Es que los estudios de analistas, como Antonio Fatás, profesor de economía del Instituto Europeo de Administración de Negocios, incluso apuntan en sus estudios que, por muy mal que haya ido, "es posible que los números fuesen aún peores sin dichas medidas”.
En su caso, el estudió las medidas tomadas por potencias asiáticas como Corea del Sur y Japón. Especialmente sangrante es el caso de este último, que al mismo tiempo que anunciaba en 2023 un programa de apoyo a la natalidad de más de 74.000 millones de dólares (el 2% de su PIB) declaraba sus políticas desde los 90 como “completamente fracasadas".
Medidas como los incentivos fiscales de Francia o la hipotética prestación universal, han sido criticadas también por fomentar la desigualdad al no basarse en la renta, pero realmente no es esa la cuestión que se discute. Ricos o pobres, la cosa es tener más niños.
Irónicamente, en países muchos más desiguales que España, como India, ya el más poblado del planeta con 1.400 millones de personas y quinta economía mundial, la natalidad es mucho más alta.
El mayor predictor de un descenso en la misma es el nivel de educación (y, a veces, pero no siempre, el nivel adquisitivo): las familias con estudios superiores (y, a veces, más renta) tienen menos hijos. Pero ningún gobierno quiere fomentar la desigualdad, la escasa formación y la pobreza entre sus habitantes, por puro sentido práctico.