Los agricultores son los primeros que sienten los efectos del cambio climático, y los usuarios en el bolsillo. Cuando hay malas cosechas, lógicamente, los precios de los alimentos suben, y esto empuja la inflación. Se ha visto claramente en el caso del aceite de oliva, que al aumento de los precios energéticos se le ha sumado una muy mala cosecha auspiciada por falta de lluvias y temperaturas extremas.
El Gobierno ha reducido el IVA del ahora llamado 'oro líquido', pero esto no asegura que su coste vaya a bajar, según la OCU. En los últimos tres años, los precios han encalado hasta un 300% y cuesta bajarlo en el caso del aceite de oliva. Primero, por ser un alimento procesado que necesita una producción compleja, segundo porque es un único y de difícil sustitución, y por último la particularidad de que trabaja con pronósticos a futuro basados en unas condiciones meteorológicas variables.
Se estima que, en los últimos 3 años, los precios han llegado a aumentar hasta casi el 300% y, en general, no descienden aunque haya una aparente mejora en sus condiciones de producción.
Es el principio de la época de floración y los agricultores parecen optimistas. Ha llovido al final de marzo, humedeciendo la tierra, y las temperaturas no han sido extremas. Aún no ha entrado los meses duros del verano, y Juan Antonio Polo, director de Geotecnia y medioambiente del Consejo Oleícola Internacional, tiene esperanza pero con cauta: "Ha habido una buena floración y un buen cuajado de la flor".
Pero, antes de mojar el pan en el aceite durante un desayuno con ENCLAVE ODS | EL ESPAÑOL en el Congreso Mundial del Aceite de Oliva, dice: "No olvidemos que venimos de un crecimiento vegetativo en el año anterior muy corto, es decir, hemos tenido una buena floración pero en un periodo corto". Ahora, en julio y agosto, empieza la época de lipogénesis, en la que el hueso crece y se endurece, y necesitará agua: "¿Qué va a pasar en la campaña? Nadie lo puede saber".
Las condiciones perfectas
Polo explica las condiciones perfectas para un cultivo óptimo. Temperatura, humedad, lluvia... Y parece que todo se está cumpliendo hasta ahora, aunque lo cierto es que en crisis climática los eventos meteorológicos cada vez son más extremos e impredecibles. Y esto es una dinámica que se repetirá, los agricultores ya lo asumen. Los expertos calculan que en la península hay episodios de sequía extrema cada cinco años, aproximadamente. Pero este patrón está cambiando.
Para enfrentarse a los retos del futuro, el sector lo está abordando desde dos frentes. Por un lado, el hídrico. Las sequías son cíclicas y la que hemos tenido ni ha acabado y se volverá a repetir. Y por otro, la investigación genética para mejorar el fruto y que pueda soportar condiciones extremas y seguir teniendo una alta producción.
Polo explica que buscan el uso eficiente del agua a través de "técnicas de riego deficitario controlado" a los olivos. Esto es regarlos un poco por debajo del nivel óptimo para que "puedan soportar ese estrés". También reconoce el papel de la investigación y la mejora genética: "Para que las variedades puedan a adaptarse a esta nueva situación, necesiten menos horas de frío, aguanten mejor las temperaturas altas".
Máquinas naturales de absorción
Los gases de efecto invernadero son la principal causa del calentamiento global y el cambio climático. Pero los olivos también tienen aquí algo que decir. Roberto García, catedrático de Ecología de la Universidad de Jaén y, Responsable de Unidad Funcional del Instituto Universitario de Investigación Olivar y Aceite de Oliva de la Universidad Jaén defiende su papel como máquinas absorbedoras de CO₂.
El olivar abarca 2,55 millones de hectáreas, es el cultivo más extendido. Está presente en 15 de las 17 comunidades autónomas con una distribución centro-sur y Andalucía es la mayor región productora con 1,67 millones de hectáreas. Se concentra, fundamentalmente, en Jaén con su tan característico 'mar de olivos' y lomas de un paisaje infinito.
García dice que una parte del CO2 que se coge de la atmósfera se acumula en el tronco principal del árbol, en la hoja y los restos de poda que al final caen al suelo y se descomponen ahí. La edad media de los olivares de Andalucía está por encima de los 200 años.
Olivos milenarios
Puede decirse que los olivos milenarios son prácticamente el icono que representa toda la región mediterránea. Sin duda, son únicos en su especie, además de ser capaces de desarrollarse en suelos muy pobres, su resistencia es admirable y sorprendente. Pueden llegar a vivir más de dos mil años.
Este proceso lo realizan durante años, siendo uno de los árboles más resistentes del Mediterráneo y, por esto, han resistido durante años. A día de hoy, podemos ver algunos de estos olivos que han permanecido en nuestras tierras durante más de mil años, y son considerados como milenarios.
La característica que les ha hecho durar es la alta resistencia a las condiciones climáticas adversas, siempre dentro del clima mediterráneo. Son árboles que resisten muy bien a épocas de sequías.
El olivo más antiguo del mundo se encuentra en Belén (Cisjordania) con más de 4.000 años, y todavía da frutos en invierno. En España, hay varios árboles milenarios, y el más 'viejo' estaría en Cataluña con una edad aproximada de 1.700 años.
Esta característica los hace perfectos almacenes de CO₂. También hay que tener en cuenta que, según García, al menos el 70% del cultivo en Andalucía se considera tradicional. Esto se traduce en grandes extensiones de terreno con poca densidad con un grado de mecanización medio. "El gas se almacena la estructura permanente del árbol, el tronco, que cada vez cada año es mayor, y en las ramas primarias. Así compensa el CO2 que se emite durante las operaciones de campo", explica.
También, las nuevas generaciones de agricultores están llamando a un menor uso de productos fitosanitarios, y a favorecer el crecimiento de una cubierta vegetal en los olivares para que se pueda generar una biodiversidad floreciente alrededor. Insectos, pájaros, hierbas y pequeños mamíferos se verían beneficiados por eso. En otras palabras, el ecosistema.
También la calidad del suelo. Polo, del Consejo Internacional Oleícola, afirma que el olivar hace de muralla contra la desertificación. Gracias a las funciones ecosistémicas del árbol los procesos de desertificación que se extiende por la cuenca del mediterráneo se frenan ante un olivar bien cuidado. Así, hay voces dentro del sector que hablan de que se les pague por créditos de carbono y servicios ecosistémicos.
En 2017, el COI elaboró un estudio en el que se determinó que la capacidad de absorción de CO₂ por el olivar mundial se encuentra entorno de 47 millones de toneladas al año. Por ello, piden que se les tenga en cuenta en la regulación climática europea que establece el marco de compensación voluntaria.