Pasó hace muchos, muchísimos años. Y aún me avergüenzo. Era uno de mis últimos cursos en el colegio y no recuerdo por qué hablábamos de plantas en clase de filosofía. Sí recuerdo mi comentario absurdo a la par que ingenuo de niña urbanita. "Una pregunta, ¿estamos hablando de plantas de exterior o de interior?". Ser uno de los ojitos derechos del profesor que impartía aquella asignatura no me sirvió para exorcizar su cólera. Dio un manotazo en la mesa al tiempo que exclamaba: "¡Pero Izquierdo, cuando Dios creó el mundo no había interior y exterior!".
No sé qué habría dicho don José Luis de haberme acompañado a un lugar que contradice en cierta medida su teoría. No porque me haya encontrado con Dios, ¡perdón!, pero sí con unos totems que reproducen en interior las posibles condiciones, buenas, del exterior. Un lugar en el que se desarrollan plantaciones verticales y sin peligro de danas, plagas, sequías o condiciones climatológicas, biológicas y bioquímicas adversas.
Si aquel profe pudiera ver lo que yo he visto hablaría de un mundo creado más cercano a la ciencia ficción que a la naturaleza, pero sin duda natural, al servicio de diferentes industrias. Un mundo, ese mío visitado, de paraíso francés, con creadores tecnológicos israelíes, padres de diferentes nacionalidades, al servicio de una marca cosmética española, aunque de matriz japonesa. Un mundo babélico, de torres que hablan un mismo idioma, el botánico.
Muy cerca de un París colapsado por la inminencia de las Olimpiadas, en asociación con la start-up Tower Farm, en la Nouvelle Station V, con sede en Saint-Nom-la-Bretêche, emulábamos el altius, citius, fortius, el eslogan olímpico de más alto, más lejos, más fuerte aplicado a vegetales. En unas habitaciones que me recordaban a la película Minority Report y a la serie Black Mirror, la cabeza me daba vueltas tratando de entender que allí se produjeran al completo los vegetales materia prima de todos los productos de una marca cosmética.
Sí, en granjas verticales, en ecogranjas. Sí, en torres acondicionadas para dar vida a coleus, tulsi y centella asiática, ingredientes básicos de los tratamientos de la marca Ulé, powered by Shiseido Technology.
Presumen, y con razón, de ser la primera enseña cosmética generada a partir de plantas cultivadas verticalmente, plantas además exóticas. Presumen con orgullo y cierta timidez sus dos grandes madres, las cofundadoras Ainhara Viñaras, directora general de la división Prestige de Shiseido, y Lindsay Azpitarte, que es además arquitecta, con una tesis sobre la arquitectura en la ciudad de Nueva York y sus zonas verdes.
Cuando comenzaron a pensar en la marca, ambas tuvieron muy claro que el principio de sostenibilidad, o mejor aún de cosmética consciente, un concepto más holístico, más completo, más moderno, debía estar en el core de su conceptualización. Un nuevo lujo que vio la luz en 2022.
Naturales pero eficaces
Era pandemia. Se conocían como colegas de años de trabajo juntas en el grupo Shiseido. Tenían ganas de nuevos procesos y desafíos alineados con el cambio de época. Mantuvieron muchas y frecuentes tormentas de ideas hasta gritar eureka, junto al botánico Patrice André y la nutricionista Béatrice de Raynal, con quienes han desarrollado los productos de nutricosmética, esos que trabajan los cuidados desde dentro.
"Todas las grandes marcas, las históricas, que tienen un legado, como Shiseido, están haciendo un profundo trabajo para adaptarse a procesos y desarrollo sostenibles porque, entre otras cosas, son conscientes de su capacidad de influencia", asegura Azpitarte. Pragmática como estadounidense, precisa como arquitecta, glamourosa como francesa, contemporánea en el básico sentido de la palabra. Así se la percibe al escucharla hablar apasionadamente de que "veía que había un nicho que cubrir en torno a la sostenibilidad".
Así como presume de lo maravilloso que resulta poner en marcha una marca desde el inicio, "desde sus cimientos e influir en otras", confiesa que le confió a Viñaras sus intenciones. Y su respuesta fue clara: "Se prestó a ayudarme desde el principio, y juntas desarrollamos todo el concepto".
Viñaras asiente, mientras su colega continúa con su interesante discurso en torno a ser referente de otras marcas conscientes. "Es complicado porque somos pequeños pero obviamente estamos dentro de un gran grupo… y eso ayuda. Lo que sí sabemos es que el mundo de la cosmética nos está mirando y a partir de nuestro lanzamiento otros se están interesando por estas ecogranjas…".
En su caso, utilizan dos tipos de formas de cultivos que ya se usaban desde hace tiempo en alimentación, pero no así en cosmética. Se trata por un lado de aeroponía, un cultivo sin suelo con un circuito cerrado de solución nutritiva pulverizada de forma permanente. Y por otro de hidroponía, realizado sobre un sustrato neutro irrigado con regado con minerales y nutrientes vitales para el desarrollo de las plantas. El que me hubiera gustado visitar con aquel profe iracundo es el primero.
Las torres aeropónicas son como de ciencia-ficción. Como un laboratorio de la Nasa. Como una de esas películas de alienígenas que no se sorprenderían ante nuestras calzas, EPI y gorros de cabeza para asegurar que ni gérmenes ni bacterias atacan a sus criaturas (antes de entrar, hemos tenido que desprendernos de cualquier pertenencia accesoria, por ejemplo, los bolsos).
La realidad es bastante más pedestre de lo que parece, porque ahí crecen plantas, pero en un principio la start-up que hoy las genera fue líder en la creación de esas boites à champignons, de autocultivo, sin aditivos ni químicos, que se encuentran en establecimientos bio y en tiendas de regalos exóticos a lo largo y ancho del mundo.
Si llegara uno de esos seres extraestelares y viera esas habitaciones de cultivo, en las que el ruido parece de hangar de aviación, a buen seguro que se preguntaría lo mismo que quienes no parábamos de exclamar ¡wow! y es qué ocurriría si la marca creciera y debiera ampliar el número de torres verticales. De momento, el problema no se plantea. La producción es espectacular: cada torre llega a generar hasta 300 plantas y 25 metros cuadrados pueden albergar cuatro torres. De hecho, la granja visitada actualmente no está a completa capacidad, queda espacio para crecer.
Ajenos al clima
Siguiendo con este ambiente de ciencia ficción, hay que contar aspectos fundamentales para que las plantas se desarrollen más o menos igual siempre. En realidad el ecosistema debería permitir eliminar ese más o menos.
Pero como bien especifica André, este hombre muy de granja, muy estilo "del 68", muy divertido y enamorado de su trabajo, que coincidió con Azpitarte en otra empresa cosmética mucho antes de lanzarse a la creación de Ulé, "las plantas son seres vivos y actúan como tal, desarrollándose unas más, unas menos, unas mejor, otras peor". Como los hijos, criados igual, del mismo padre, de la misma madre, de mismos padres, de mismas madres, y cada uno de su padre y de su madre.
Lo cierto es que en estas granjas verticales las condiciones climatológicas se mantienen estables. Esto es especialmente interesante en este momento de cambio climático que vivimos y que a sus criaturas no afecta. Al margen de esta circunstancia cero nimia, hay que sumar el ahorro energético, el menor uso de agua y el mínimo espacio requerido.
Todo está pensado y hecho a propósito para sus moradoras. Tanto, que incluso a la hora de seleccionar los ingredientes de la marca también tuvieron en cuenta las variedades que podrían crecer mejor en las ecogranjas.
Viñaras y Azpitarte, y el equipo en general, se muestran orgullosas de haber hallado esa manera de tratar la planta y generar una "marca consciente, sostenible, pero siempre con la visión de calidad en términos de texturas y en percepción de eficacia".
Porque se puede ser sostenible, pero sin desviarse un milímetro del segmento de la excelencia cosmética. "Eso se traslada incluso a los envases, que los queríamos especiales y llenos de color. En general, la percepción del consumidor sobre los productos sostenibles es que son más caros. Nosotros queremos dejar claro que vemos la sostenibilidad no solo en términos de texturas, ingredientes o ahorro energético, sino también en transparencia y trazabilidad".
Y añade Viñaras un aspecto crucial: "A la hora de formular los productos, sabíamos que debían ser igual de naturales que eficaces. Porque aún hay personas que piensan que lo natural es menos activo. Por eso, en su desarrollo, era clave clasificarlos dentro del segmento del lujo, para un espectro de consumidor que conoce y disfruta de la experiencia del lujo asociada a productos eficaces".
Producción de cercanía
Por otro lado, sigue Azpitarte, "no pienso que sea más sostenible un producto natural que uno, digamos, artificial. Todo depende de los procesos. En nuestro caso, parte de la filosofía natural significa que los ingredientes sean locales; la cercanía del lugar de fabricación es fundamental. Puedes crear uno muy natural, pero si las plantas vienen de otra parte del mundo…, la ecuación falla. Las nuestras están cerca de donde fabricamos, a 340 kilómetros. Por supuesto mandamos los productos desde Francia a España y a otros países, pero no tenemos que trasladar las plantas desde lugares remotos. Y somos 100 por 100 trazables". Además, desde el principio han pensado en otra regla sostenible: la producción medida y responsable. Esto se traduce en pocos productos Ulé, once en total, con los serums como estrellas.
Comentamos en torno a la agricultura regenerativa y de las características que comparte con estas ecogranjas: "Los valores de nuestras ecogranjas son los mismos que los de la agricultura regenerativa. Porque esta persigue entre otros puntos el respeto del suelo. Y otro muy relevante es el poco espacio que requiere la ecogranja. Y desde luego, se trabaja por la reducción en el uso del agua y por la utilización de los nutrientes justos. Además, el crecimiento es bastante más rápido".
Cero desperdicio
Viñaras añade: "Otro factor importante es que nosotros usamos toda la planta, raíces, hojas, flores… Normalmente se utiliza solo una parte y en nuestro caso es una ventaja no solo que la usemos al completo sino, además, que sea fresca. Eso nos permite conseguir productos con más porcentaje de ingrediente natural y, por tanto, más activos. Utilizando las mismas que suelen usarse en otros productos cosméticos, como es el caso de la centella asiática, hemos descubierto nuevas moléculas que mejoran la eficacia".
Las dos se consideran personas duras pero magníficas para trabajar y ríen cuando les pregunto cómo de bien o de mal lo hacen juntas. Azpitarte alaba de Viñaras sus conocimientos de marketing, su enfoque al consumo. "Yo estoy más orientada a producto. Ainhara es transparente, siempre sabes lo que piensa y la respeto mucho". Para esta fue una gran experiencia y un gran reto, fue impactante y emocionante participar en el lanzamiento no de un producto sino de una marca desde sus raíces.
De Azpitarte comenta que es muy americana y enfocada a resultados. Se notaría a una legua que confían mucho la una en la otra. Y vuelven a reír cuando sugiero que probablemente sus raíces estadounidenses sean responsables del sentido del humor que se percibe en los nombres de los productos. Aunque ella considera que "hay más toque francés".
Para francés, André, este botánico que parece un genuino hombre de la campiña. Se nota su amor por estas plantas que vemos, desarrolladas sin suelo, en el interior de edificios, en estas torres verticales. Aún le impresiona. "Y eso que estas que vemos no están aún suficientemente crecidas". Hay un ápice de emoción cuando nos enseñan las que están en el espacio nodriza y que pasarán a las torres cuando alcancen el tamaño adecuado y al expresar que estamos ante "organismos vivos" y que este tipo de cultivos permiten "estandarizar la calidad".
Tecno-Couture
¿Qué necesita una planta para crecer? ¿Agua?, desde luego. ¿Nutrientes? También. ¿Luz? Por supuesto. Y en estas torres laboratorio obtienen el agua y una solución de nutrientes suministrados desde el interior de la torre. Lo que no tienen es tierra que las mantenga, sino una especie de esponjas biodegradables que, por cierto, se cambian más o menos cada tres meses, se desinfectan y limpian para usos posteriores. La limpieza es una de las señas de identidad de la ecogranja. De hecho, cada seis meses se para la producción durante cuatro días y se desinfecta todo, incluidos los conductos del aire acondicionado.
Cuando preguntas por el tamaño que deben conseguir las plantas, la respuesta es enseñarte las raíces, por la salud que muestran. André habla permanentemente y casi en exclusiva de la calidad. Y es curioso porque no habiendo tierra que sujete la planta, él se refiere al "terroir", el territorio, un vocablo que también se utiliza en los vinos. "Lo fundamental es la adaptación de la planta al 'terroir', a su territorio, aunque aquí no haya terreno, pero si territorio en este caso vertical. Lo fundamental es utilizar las plantas jóvenes, frescas, porque nunca las secamos y por supuesto utilizarlas al completo".
Podría parecer contradictorio. Pero en estas torres tan tecnológicas se siente el respeto por la naturaleza. Y también se respira una manera muy artesanal de trabajar, con la tecnología a su servicio. "Son compañeros necesarios", dice Pascal, que añade que "esta tecnología está totalmente adaptada a las necesidades actuales".
Por eso, añade, "a tiempo real y desde una única máquina, podemos comprobar la evolución de las plantas, si aparece algún insecto, sus necesidades nutritivas, de luz… Hay protocolos adaptados a cada una de ellas, en cuanto a iluminación, irrigación, mineralización… Y no quedan resquicios para las sorpresas. Todo lo controlamos, la proporción de fósforo, nitrógeno, potasio, que son los más importantes elementos necesarios para su crecimiento. En el mundo vegetal estamos en la edad de piedra y hay muchas cosas que se nos escapan. Aquí se controla completamente todo, las moléculas, la genética, el crecimiento de las plantas…."
Para el nuevo visitante esto es ciencia ficción. Para ellos es un lunes normal. Viñaras sigue viéndolo como un universo de sorpresas. Se nota por su manera de contar, de preguntar, de explicar. "Fíjate que primero empezamos a pensar en algas, luego en minerales… y luego ya en las plantas y vimos varias granjas de este tipo hasta llegar a estas".
Más allá de esa limpieza y esterilización permanente como de madre primeriza obsesiva, el orgullo rezuma por los poros de estas torres y sus cuidadores. Emocionados, enseñan las máquinas nodrizas, donde comienza el crecimiento, esa especie de incubadora que alberga la planta durante unas ocho semanas aproximadamente. Orgullosos muestran sus raíces. Cada detalle es importante. Incluso el del lugar de la esponja en la que se sitúa cada planta. "La biblia es la planta. Es lo que manda. Morfológica y biológicamente las plantas son diferentes, cada una nos dice cómo es, qué necesita para ser feliz y crecer bien", concluye Pascal.
"Lo que comemos y bebemos se lee en cara y silueta"
Siempre se ha dicho que la cara es el espejo del alma. Béatrice de Reynal, la nutricionista que ha trabajado en la formulación de los productos de nutricosmética, esos que se ingieren y que forman parte de la gama Ulé, va un paso más allá. "Lo que comemos y bebemos se lee en cara y silueta", dice.
Y sigue: "La piel es el espejo de tu salud, de tu entorno interior. Tu piel nace ahí, en la dermis, un tejido que no puedes ver. Lo que ves es la superficie de la piel, la epidermis, formada por células que están al final de su vida. Para nutrir adecuadamente tu piel, debes hacerlo desde el interior. Si la mimas por fuera y la nutres desde dentro, la estás cuidando verdaderamente.
No son sus expresiones, de manera subjetiva. Sus conclusiones están avaladas "por la evidencia científica disponible que respalda los efectos de la nutricosmética". La colaboración con la marca se retrotrae a sus principios con la "idea de belleza natural In & Out, tan en el adn de la marca. Una visión muy moderna y visionaria de lo que podría ser una alimentación saludable y sostenible, para una belleza sana y duradera".
De Raynal está convencida del poder de la nutricosmética para transformar esta industria. "Desde la pandemia y con la preocupación social por el medio ambiente cuya fragilidad se mide a diario, es evidente que las nuevas generaciones creen en una amenaza real. La atracción por alimentos más naturales y con etiquetas limpias ha abierto el camino a todos los demás productos: cosméticos, de higiene y cuidado personal, de limpieza y, cada vez más, a productos naturales para la salud".