Pese a que cubre más del 70 % de la superficie del planeta y es origen y hogar de buena parte de los ecosistemas de los que dependemos, el océano es, posiblemente, el gran desafío del ser humano. Es el lugar más grande sin explorar de nuestro planeta, del cual se ha conocido menos del 5% y que todavía un 95% sigue siendo una incógnita.

La densidad del fluido, la presión a cierta profundidad, las sales que impiden la visibilidad, el comportamiento de la luz o el propio enigma de lo que hay en el fondo hacen que la exploración del océano resulte una labor titánica, a la cual el ser humano trata de acercarse con pasos de hormiga. Especialmente, cuando hablamos del punto de mayor profundidad de nuestro mundo: el abismo de Challenger.

Las claras aguas del mar de Filipinas se oscurecen sobre el abismo de Challenger, formando sombras de un azul intenso. Bajo ellas, un vacío de miles de metros de profundidad, más concretamente, unos 10.994 metros o lo que es lo mismo, un agujero a casi 11 kilómetros de la superficie.

El abismo de Challenger

El Abismo de Challenger se encuentra en la famosa fosa de las Marianas, en el océano Pacífico occidental, al este de Filipinas. Con más de 10.000 metros de profundidad, este abismo supera la altura del monte Everest, que se alza a 8.848 metros sobre el nivel del mar, lo cual da una diferencia de más de 1.000 metros con el monte más alto del mundo.

La fosa de las Marianas es uno de los lugares del océano más famosos en todo el mundo, especialmente por su profundidad. El océano se divide en zonas según la misma, comenzando por la zona epipelágica, o zona de luz solar. El abismo Challenger se encuentra en la zona más profunda posible, la zona hadalpelágica, o simplemente hadal, que recibe su nombre de Hades, el dios griego del inframundo.

Aunque Hades supervisaba un reino de muertos, los científicos han encontrado evidencia de vida en esta parte del océano, un dato que evitó que se convirtiese en un vertedero de residuos nucleares. Diferentes expediciones científicas al abismo y a la fosa de las Marianas de forma general documentaron criaturas diminutas como el plancton, así como pepinos de mar y pulgas de mar.

A pesar de que los investigadores siguen estudiando el abismo Challenger el día de hoy, la exploración de la zona comenzó hace más de 100 años: fue descubierto en 1875, durante la expedición del HMS Challenger, al cual debe su nombre. Este viaje, organizado por la Marina Real Británica, fue el primero en realizar un estudio exhaustivo de los océanos del mundo. 

Durante su viaje, el HMS Challenger registró una profundidad de 4,475 brazas inglesas (aproximadamente 8,184 metros), lo que en su momento fue una de las profundidades más impresionantes jamás registradas. Este descubrimiento marcó un momento crucial en los estudios oceanográficos, sin saber que tiempo después ese mismo número aumentaría considerablemente.

Lo interesante del abismo Challenger es que, a diferencia del Everest, aún no se ha llegado a conocer al 100%, ya que medir la profundidad del Abismo de Challenger ha sido un desafío que ha evolucionado con el tiempo y la tecnología. En los primeros intentos, se utilizaban métodos rudimentarios como el sondeo con líneas de plomo, que consistía en dejar caer una línea con peso hasta tocar el fondo. Sin embargo, esta técnica resultaba imprecisa y limitada por las condiciones del océano.

Uno de los submarinos que conoció el abismo de Challenger.

Con el avance de la tecnología, se desarrollaron métodos más sofisticados. Uno de los primeros avances significativos fue el uso del sonar, un sistema que emite ondas sonoras y mide el tiempo que tardan en regresar después de reflejarse en el fondo marino. Este método, aparentemente simple, permitió obtener mediciones mucho más precisas y detalladas.

En el fondo del abismo de Challenger, el agua ejerce una presión de 1.086 bar (15 750 psi), es decir, más de mil veces la presión normal al nivel del mar, lo que hace que la densidad del agua se incremente en un 4,96%. Y aunque estos datos hace años eran un impedimento, en la actualidad no han impedido las investigaciones.

En 2019, el estadounidense Victor Vescovo logró el récord de inmersión, descendiendo a una profundidad de 10.927 metros. Lo hizo como parte de la expedición Five Deeps, que pretendía alcanzar los puntos más profundos de los cinco océanos.

La vida en el abismo de Challenger

A pesar de ser uno de los lugares más remotos y profundos del planeta, el abismo de Challenger no ha escapado al impacto de la actividad humana. Durante una inmersión de Vescovo, se descubrieron evidencias claras de contaminación en el fondo del abismo claramente identificable a pesar de la extrema profundidad.

Lo que hace único al Abismo de Challenger no es solo su profundidad, sino también su ubicación en una región tectónicamente activa y la complejidad de su topografía. Las condiciones extremas, la presión, la temperatura y la oscuridad total, presentan desafíos únicos que no se encuentran en otras depresiones oceánicas.

Estas condiciones extremas han permitido el desarrollo de formas de vida únicas y adaptaciones biológicas que no se observan en ningún otro lugar del planeta. Uno de los descubrimientos más notables en el abismo fue el hallazgo de foraminíferos en 2005, unos organismos unicelulares especialmente interesantes debido a su capacidad para sobrevivir en condiciones de alta presión y baja temperatura.

Además de los foraminíferos, se han encontrado otras especies exóticas y organismos microscópicos que habitan en los respiraderos hidrotermales y los volcanes de lodo de la fosa de las Marianas, como los anfípodos gigantes, que son crustáceos que han desarrollado adaptaciones morfológicas y fisiológicas para sobrevivir en la oscuridad total y bajo la inmensa presión del abismo.