"En Sudán, hay hombres armados que atacan a la gente por la noche", cuenta Abak Anei Liai, de 22 años, quien recibe ayuda en el centro de nutrición de Majok Yinthiou de Acción contra el Hambre después de llegar al puesto fronterizo con Sudán. Ella es uno de los más de 8,8 millones de personas que han huido de su hogar desde el 15 de abril de 2023.
Como ella, Awel Kuon, de 25 años, tuvo que abandonar Sudán con su bebé de dos semanas para poder, al menos, intentar darle un futuro, una oportunidad para sobrevivir. En Sudán del Sur, aunque la situación no sea la óptima, las personas desplazadas recuperan la esperanza.
Ambas forman parte de esos 2 millones de personas que han buscado refugio en países vecinos, principalmente Chad (36%) y Sudán del Sur (31%). Además, más de 6,5 millones están desplazadas dentro de sus propias fronteras. En términos mundiales, se trata del país con la mayor crisis de desplazamiento infantil, con más de 4 millones de niños afectados.
Y es que la historia de Sudán ha estado marcada por multitud de desafíos desde el principio. Conflictos armados, crisis políticas y crisis alimentarias han sido algunos de los problemas a los que este territorio tiene que hacer frente día a día. La división resultó en la pérdida de casi tres cuartas partes de las reservas de petróleo de Sudán, impactando significativamente en la economía norteña.
Los conflictos internos se han intensificado en regiones como Darfur, Kordofán del Sur y Nilo Azul, donde la marginación política, la competencia por los recursos naturales y las tensiones étnicas impulsan el malestar.
Un país que se desangra
Además, la crisis alimentaria ha sido una preocupación constante en este territorio. Casi 18 millones de personas padecen hambre aguda, de los que cerca de 4 millones son niños y niñas. Escaso acceso a tierras agrícolas, consecuencia del desplazamiento masivo, condiciones climáticas extremas con lluvias irregulares y sequías prolongadas y una inflación desenfrenada, han hecho que los alimentos sean inasequibles para muchos.
Lo combates en la región de El Fasher ilustran la magnitud del problema. Según Médicos Sin Fronteras (MSF), los hospitales son atacados repentinamente, impidiendo la llegada de ayuda humanitaria. Desde que empezaron los combates, hace más de seis semanas, aproximadamente 260 personas han muerto y más de 1.630 han resultado heridas, incluidas mujeres y niños.
En concreto, el hospital Saudí de El Fasher, apoyado por MSF, ha sido alcanzado dos veces. Y eso que es el único centro sanitario de la ciudad con capacidad quirúrgica.
El informe Guerra contra las personas, el coste humano del conflicto y la violencia en Sudán de la oenegé médica describe cómo tanto las fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) y sus aliados están infligiendo una "violencia aterradora" a la población de todo el país. Los hospitales, mercados y hogares han sido atacados, dejando un rastro de muerte y destrucción.
Durante todo el conflicto, los hospitales han sido saqueados y atacados sistemáticamente. En junio, la Organización Mundial de la Salud (OMS) afirmó que solo entre el 20 y el 30% de los centros de salud siguen funcionando en las zonas de difícil acceso.
"Los civiles están atrapados y no pueden salir. Hay que proteger sus vidas y deben poder recibir tratamiento si lo necesitan", declara Michel Oliver Lacharité, responsable de Emergencia de MSF. Y es que la violencia no solo afecta a los heridos, sino que también impide que se reciban suministros esenciales, exacerbando la crisis de desnutrición que afecta especialmente a los niños.
Hogar de civilizaciones milenarias
Marcado por conflictos étnicos, religiosos y económicos que culminaron con su división en dos países en 2011, Sudán es un territorio situado en el noroeste africano. Su historia se remonta a los reinos de Nubia en el 2500 aC, cuando fue hogar de algunas de las civilizaciones más antiguas de África.
Transcurrieron los reinos de Kerma, Napata y Meore, destacando por sus estructuras monumentales, tumbas y avances en metalurgia. En el siglo IV se produjo la conversión de los nubios al cristianismo y, en aquel momento, se establecieron los reinos cristianos de Nobatia, Makuria y Alodia, que resistieron durante siglos a la expansión islámica.
Sin embargo, en 1500 el sultanato de Funj emergió como una fuerza dominante en el sudeste de Sudán. Resultado de ello fue la islamización y la arabización de la región, hasta que 300 años después, el territorio fue conquistado por el Egipto otomano bajo el liderazgo de Muhammad Ali Pasha.
Durante esta ocupación se introdujeron varias reformas administrativas y económicas, aunque también causó descontento entre la población local. En 1881 se producía la rebelión Mahadista, liderada por Muhammad Ahmad, quien se proclamó el Mahdi (el 'guiado por Dios'). Turco-egipcios se enfrentaron al dominio británico, capturando Jartum en 1885 y estableciendo el estado islámico.
División norte-sur
Poco después, ocurría la derrota del estado mahdista y Sudán empezaba a ser administrado conjuntamente por Gran Bretaña y Egipto. Un período que trajo modernización en términos de infraestructura, educación y administración, pero que también exacerbó las divisiones entre el norte y el sur del país. De esta manera, las políticas británicas favorecieron el desarrollo del norte, predominantemente musulmán y árabe, mientras que el sur —mayoritariamente cristiano y animista— fue marginado.
En 1956 se independizaba Sudán, convirtiéndose en la primera nación africana en lograr la independencia del dominio anglo-egipcio, pero las tensiones entre el norte y el sur se intensificaron rápidamente. Así estallaba la primera guerra civil, motivaba por la insatisfacción del sur ante la dominación del norte, llegando a su fin con el Acuerdo de Adís Abeba en 1972.
Conseguida cierta autonomía por parte del sur, el presidente Jaafar Nimiery rompió el acuerdo de paz en 1983, reimponiendo la ley islámica en todo el país e iniciando la segunda guerra civil del territorio. Encabezada por el Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán (SPLA), se cobró la vida de 1,9 millones de personas y más de cuatro millones fueron desplazados.
El Acuerdo de Paz Integral (CPA) firmado en 2005 puso fin a la guerra y prometió un referéndum sobre la independencia del sur a los seis años. Así, en enero de 2011, se celebraba la votación en el sur, donde una abrumadora mayoría apostó por la separación y, el 9 de julio de ese mismo año, Sudán del Sur se convertía en un país independiente.
Sin embargo, lejos de conseguir una mayor prosperidad, el norte se sumergió en una situación repleta de problemas económicos, políticos y conflictos en regiones como Darfur. El sur, por su parte, enfrenta sus propios conflictos internos —con una guerra civil desde 2013— y crisis humanitarias desde entonces.
La guerra interminable
Desde su independencia, aquel 9 de julio de 2011, la zona sur ha tenido que hacer frente a una creciente inestabilidad. Aunque vista con esperanza, los desafíos comenzaron de inmediato y las tensiones políticas, étnicas y económicas, así como la falta de instituciones estatales fuertes, crearon un ambiente propenso al conflicto.
Así, en diciembre de 2013, una lucha de poder entre el presidente Salva Kiir (de la etnia Dinka) y su exvicepresidente Riek Machar (Nuer) desencadenó una guerra civil. La violencia étnica fue inmediata, con matanzas y violaciones generalizadas.
Durante el verano del 2015, se firmó el primer acuerdo de paz de la región, mediado por la Autoridad Intergubernamental sobre el Desarrollo (IGAD), llevando a la formación de un gobierno de transición. Sin embargo, este gobierno se derrumbó y, un año después, estallaron de nuevo los combates en la capital.
En 2018 se firmó otro acuerdo de paz en Adís Abeba, Etiopía, dando como resultado la formación de un nuevo gobierno de unidad dos años después.