"En un mes de estudio, solo una vez se nos han acercado orcas. Eran un grupo de 7 animales y lo que hicieron fue jugar con el velero, como hacen los delfines: pasaron por debajo, nos rodearon… Es cierto que movieron un poco la pala del timón, nuestra reacción fue liberarlo, no ofrecer resistencia. Fue un cuarto de hora, luego se marcharon y no pasó nada. Hicimos fotos, con prudencia de no acercarnos demasiado, y ya".

Quien describe este encuentro es Lola Yllesca, miembro de Ecologistas en Acción Andalucía y una de las tripulantes del velero Diosa Maat con el que, desde principios de julio, la organización conservacionista está estudiando la población de orcas en el estrecho de Gibraltar y su comportamiento. Quieren llamar la atención sobre esta especie protegida, la orca ibérica, y sus problemas, pero sobre todo "acabar con esta idea que se ha instalado en los últimos años de que es una especie dañina".

Los avistamientos de orcas en la zona de Cádiz, especialmente en las inmediaciones de Tarifa o el cabo de Trafalgar, siguen de actualidad verano tras verano desde 2020. En estos cuatro años se contabilizan al menos siete veleros hundidos tras encuentros con estos cetáceos, el último el pasado 13 de mayo, en cabo Espartel, en la entrada sur del Estrecho.

Tuvo tal éxito en las redes, y entre la prensa, que se bautizó a una de las orcas como Gladys, la 'ballena asesina' que atacaba barcos de millonarios. Lo cierto es que ni ha sido siempre la misma orca —de hecho, en casi todos los encuentros se trató de grupos de este animal—, ni eran necesariamente embarcaciones de lujo. Sí, tenían en común ser veleros, ya que, según constatan diferentes estudios, los cetáceos tienen cierta fijación con jugar con las palas de sus timones.

A Cádiz a comer atún

La orca ibérica es una subpoblación singular de las orcas que viven en el Atlántico nororiental. La Orcinus orca, conocida a veces como la 'ballena asesina', por ser la cazadora del mar, tiene en sus rutas migratorias la bahía de Cádiz porque los atunes forman parte de su dieta habitual.

Si el atún se muda a Cádiz cada verano, la orca va detrás. Aunque su estética y su condición de mamífero, además de películas como Liberad a Willy, la tiene en parte en el imaginario como un animal simpático —y de hecho su comportamiento es muy social e inteligente, como ocurre con los delfines—, es también una cazadora feroz.

Desde 2011 está recogida en el Catálogo Español de Especies Amenazadas, lo cual le da carácter de especie protegida. Esto provoca que hasta dos ministerios tengan en sus webs instrucciones para actuar si nos tropezamos con un grupo a mar abierto: el de Transición Ecológica y el de Transportes. Es decir, uno para la protección de la orca y el otro, para la nuestra.

Imagen de archivo de una orca 'jugando' cerca de un velero. iStock

Por la seguridad de las embarcaciones, Transportes en concreto recomienda no navegar en las “zonas calientes” de poblaciones de orcas entre el golfo de Cádiz y Gibraltar de abril a agosto. Si no queda más remedio, hacerlo lo más próximo posible a la costa dentro de los límites de seguridad. Y añade: "En caso de interacción, tanto si se trata de una embarcación a motor como de una embarcación a vela, no detener la embarcación y navegar hacia la costa, a aguas menos profundas".

También se recomienda no acercarse a las bandas de la embarcación —como hicieron los Ecologistas en su avistamiento— por si hay movimientos bruscos. Y notificar al Centro de Coordinación de Salvamento (CCS) para que advierta a otros barcos y, sobre todo, "evitar conductas y medidas disuasorias que puedan causar muerte, daño, molestia o inquietud a los cetáceos". Al ser una especie protegida es, básicamente, ilegal atacarlas.

Yllescas lo simplifica: "Básicamente, si vienen hacia nosotros, lo mejores es marcharse". Aunque matiza:"Si no es posible, lo mejor es no hacer nada, como por ejemplo bloquear el timón". Añade que lo normal es "no encontrárselas" porque "al ser un gran depredador, que está arriba de la cadena trófica, siempre hay pocas".

Sus principales amenazas son el tráfico marítimo del Estrecho, la contaminación y la falta de atunes. Esta última no es ninguna broma: hasta hace pocos años el atún rojo del Atlántico estaba en grave peligro de extinción, y su población solo ha empezado a recuperarse después de imponer estrictas cuotas de pesca. Y si el principal alimento de un depredador reduce su población, es fácil saber lo que ocurrirá con el cazador.

¿Por qué 'atacan'?

Lo cierto es que los expertos creen que todos los hundimientos que se han producido han sido accidentes, y que realmente los animales no pretendían hacer daño a nadie, sino jugar. Un estudio del Grupo de Trabajo Orca Atlántica (GTOA), dedicado a la conservación de la especie, contabiliza 673 interacciones documentadas desde 2020. En todas ellas, las orcas se acercan al barco, tengan con contacto con él o no.

La mayoría de las embarcaciones con las que interactúan son, efectivamente, veleros, tanto monocascos (72%) como catamaranes (14%). De todas ellas, el tipo de timón más común es el de pala (67%).

Esto ha hecho sospechar a los expertos que sus interacciones son juego o intentos de comunicación. La lógica es simple: al ser animales que pueden medir hasta seis metros y pesar varias toneladas, si su propósito fuese hundir los barcos les bastaría con embestirlos para lograrlo fácilmente.

Otro informe, de la Comisión Ballenera Internacional, ha estudiado los presuntos ataques de los que hay grabaciones y los ha comparado con los comportamientos de las orcas en plena cacería o enfrentándose a otros animales por cualquier motivo. Su conclusión, apoyada por organizaciones como Whale and Dolphin Conservation, es que se trata de animales adolescentes que se dedican a jugar.

Sería un comportamiento aprendido y 'contagiado' por el grupo, pero que no implica agresividad. Más bien, los animales no son conscientes de que pueden causar daño. Lo más probable, además, es que con el tiempo las 'gladis' abandonen este comportamiento.

"No hay documentadas actitudes agresivas de orcas en libertad contra humanos", recuerda Lola Yllescas. La ecologista insiste, además, en que se ha creado "una paranoia innecesaria, tanto sobre la actitud de los animales como de los veleros".

Y concluye: "En más de un mes de salidas, a nosotros se nos han acercado una vez, la mayor parte del tiempo están comiendo o cazando y nos ignoran. Y, lo mismo, la mayoría de veleros, cuando les avisamos de dónde están, se retiran de la zona con mucha prudencia".