En un rincón remoto del Atlántico Norte, conocido como Islandia, donde los paisajes volcánicos se cruzan con un cielo invernal eternamente gris, un grupo de científicos está llevando a cabo una proeza que parece (casi) sacada de una película, como si de Regreso al futuro (1985) se tratase.
Su misión es simple, pero ambiciosa: transformar el gas que más contribuye al cambio climático, el dióxido de carbono (CO₂), en una sustancia sólida. En este caso, minerales. Un proyecto que emerge como la 'piedra' angular —nunca mejor dicho— en la batalla global contra el calentamiento del planeta.
Es bien sabido por todos que el impacto del dióxido de carbono es devastador. Se trata de gas que emerge como el principal responsable del efecto invernadero, un fenómeno natural que, en condiciones normales, mantiene la Tierra a una temperatura habitable.
Sin embargo, desde la revolución industrial, las actividades humanas han incrementado las concentraciones de CO₂ en la atmósfera a niveles sin precedentes, intensificando el efecto invernadero y llevando al calentamiento global.
Consecuencia de ello, se han originado eventos catastróficos, como el derretimiento de los glaciares —más de un 20% de pérdida en la última década—, la subida del nivel del mar —2,8 milímetros cada año—, la acidificación de los océanos y el aumento de la frecuencia e intensidad de fenómenos climáticos extremos.
El proyecto
Con este panorama en mente, en 2006, un grupo de visionarios en Islandia fundó Carbfix, un innovador proyecto que busca limitar las emisiones de CO₂ y contribuir a frenar el cambio climático. Porque, tal como indican, son capaces de "capturar y eliminar permanentemente" esta sustancia. Pero, ¿cómo lo hacen? Convierten el dióxido de carbono en un mineral sólido y estable, atrapándolo de manera segura en el subsuelo.
El proceso comienza con la toma del dióxido de carbono. Esto se puede hacer de dos maneras: directamente de una fuente industrial, como una central eléctrica, o a partir del aire utilizando tecnología de captura de carbono. Esta última, que ya se está implementando en diferentes partes del mundo, utiliza grandes ventiladores y filtros químicos para extraer el CO₂ de la atmósfera. Una vez capturado, el gas se mezcla con agua, creando una especie de gaseosa.
A continuación, este líquido, cargado de dióxido de carbono, se inyecta en formaciones rocosas subterráneas, en concreto, en rocas de basalto, que son abundantes en Islandia debido a su origen volcánico. Además, "suelen estar fracturadas y ser porosas, por lo que contienen espacio de almacenamiento para la mineralización".
De este modo, cuando el CO₂ disuelto en agua entra en contacto con estas rocas, ocurre una reacción química fascinante. El dióxido reacciona a los componentes presentes en el basalto y se transforma, lentamente, en minerales de carbonato, una forma sólida de carbono que se encuentra habitualmente en la naturaleza, en rocas como la calcita.
La clave es, tal como aseguran desde su página web, "imitar y acelerar estos procesos naturales en los que el dióxido de carbono se disuelve e interactúa con formaciones rocosas reactivas". Porque, en su forma convencional, la mineralización del carbono puede llevar cientos o incluso miles de años. Sin embargo, este método agiliza la reacción, permitiendo que el CO₂ se convierta en un mineral sólido en tan solo dos años.
El basalto
El basalto, que se forma a partir del enfriamiento rápido de la lava, es una roca clave en este proceso. Contiene minerales ricos en calcio, magnesio y hierro y es especialmente eficaz en lo que se refiere a la captura del CO₂ debido a su alta concentración de propiedades reactivas.
Así, a medida que el CO₂ se combina con estos minerales y se forman nuevos compuestos, como el carbonato de calcio y el magnesio, dos elementos químicamente estables y que no pueden convertirse en gas bajo las condiciones habituales de la Tierra.
Y es que, lo que comenzó como un proyecto piloto, ha demostrado ser un éxito rotundo, abriendo nuevas posibilidades en la lucha contra el cambio climático. Además, esta tecnología se puede combinar con otros soluciones de captura y almacenamiento de carbono, amplificando su potencial para mitigar el impacto ambiental.
Sin embargo, los científicos detrás de Carbfix son conscientes de que la mineralización del carbono no es una solución milagrosa y, aunque que es una herramienta útil, no puede resolver la crisis climática por sí sola.
Por ello, indican que es imprescindible la puesta en marcha de otras medidas, como la reducción de emisiones de gases de afecto invernadero, la transición a energías renovables y la restauración de ecosistemas naturales que actúan como sumideros de carbono.