El verano de 2024 está siendo implacable. El sur de Europa sufre bajo la opresiva sombra de sucesivas olas de calor y temperaturas récords que rebasan todos los umbrales conocidos. Porque, según un análisis del World Weather Attribution (WWA), el pasado julio ha sido presa de la crisis climática provocada por la actividad humana.
Ya son 13 meses registrados como los más cálidos de la historia a nivel global. E incluso, en el caso de junio, las temperaturas llegaron a superar en 1,5 grados centígrados a las cifras de la era preindustrial.
Este escenario, que ya ha puesto en alerta a toda Europa, ha tenido un impacto directo en el Mediterráneo. La combinación de diferentes factores han llevado a que las aguas cristalinas se conviertan en un caldo, lo que amenaza con destruir uno de los ecosistemas marinos más ricos y diversos del mundo.
Y es que, una vez más, el 2024 ha batido récords. En esta ocasión, el afectado ha sido el mare nostrum que, el pasado 10 de agosto, llegaba a una temperatura media superficial de 28,15 °C en toda la cuenca, la más alta desde que se tienen registros.
Pero aún más alarmante es el dato recogido en la boya Dragonera, en Mallorca, donde el agua ascendió hasta los asombrosos 31,87 °C. Un fenómeno que, aunque sorprendente, no resulta un caso aislado.
El mar en peligro
Desde 1982, cuando comenzaron a recogerse datos sistemáticos de la temperatura del Mediterráneo, nunca se había registrado un aumento tan rápido y sostenido. De hecho, según datos del Centro de Estudio Ambientales del Mediterráneo (CEAM), 18 de los 20 valores más altos observados en la historia reciente se han registrado entre 2023 y 2024.
Este ascenso meteórico de las temperaturas ha convertido al mar del sur de Europa en un caldo hirviente con importantes consecuencias para el ecosistema. Ya lo adelantaba un estudio publicado en 2022 en la revista Global Change Biology, que señalaba que las temperaturas entre 2015 y 2019 se habían concretado en la mortalidad de unas 50 especies marinas.
Porque, como en tantos hábitats, las especias están adaptadas a un rango específico de temperaturas y, cuando ese umbral se supera, muchas no logran sobrevivir. Entre las más afectadas se encuentran los corales, que son extremadamente sensibles. Una pérdida que, además, afecta a aquellos organismos que los utilizan como refugio.
Además, el calentamiento del agua también está provocando un desplazamiento en las poblaciones de medusas y plancton hacia el norte, en busca de entornos más fríos.
Amenaza visible
Sin embargo, esto no es un fenómeno aislado, sino un síntoma más del cambio climático global. Porque, tal como asegura un informe de WWF, "el cambio climático está acelerando la desertificación y degradación del suelo, la pérdida de biodiversidad y la escasez de agua dulce" en la región mediterránea.
Pero, señalan desde la organización, que las temperaturas extremas afectan también más allá del mar: "Están impulsando la ocurrencia de incendios forestales y afectando la salud humana, el turismo y la agricultura, sectores clave para la economía".
Además, el incremento de los grados del mare nostrum contribuye al derretimiento de los glaciares en los Alpes, lo que a su vez eleva el nivel del mal y pone en peligro las zonas costeras. Estas áreas, que ya están sufriendo una erosión acelerada, podrían verse completamente sumergidas en las próximas décadas si la tendencia continúa.
Y no solo eso; "el cambio climático está afectando gravemente a los recursos marinos, desde la pesca hasta el turismo", advierten desde WWF. Por ello, avisan de la importancia la toma de medidas para mitigar sus impactos.
Un futuro incierto
En este panorama desolador, surge la pregunta: ¿qué podemos hacer para revertir o al menos mitigar estos efectos? Y aunque la cuestión no es sencilla, los expertos coinciden en que la acción inmediata es crucial.
La reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero es clave para frenar el calentamiento global. Además, subrayan la importancia de implementar políticas de conservación más estrictas que protejan los ecosistemas marinos vulnerables.
La adaptación también jugará un papel clave. Para ello, las comunidades costeras necesitarán desarrollar estrategias para lidiar con los cambios que ya están ocurriendo, lo que podría incluir desde la construcción de infraestructuras a la diversificación de las economías locales para reducir la dependencia del turismo y la pesca.
Sin embargo, para WWF la verdadera solución radica en un cambio de conciencia, porque "el Mediterráneo es uno de los puntos calientes del cambio climático global" y, aseguran, que "lo que está sucediendo debería ser una alarma para el resto del mundo".