Expertos que ponen en duda la eficacia de las energías limpias para la supervivencia de la gran industria, opinadores que cuestionan que sea posible electrificar el tráfico rodado (o reducirlo) en las grandes ciudades de Estados Unidos y Europa, o ‘influencers’ en redes que se preguntan si los grandes ‘pactos verdes’ de la política son posibles de activar en las fechas previstas. ¿Son críticas legítimas? En alguno casos, sí. ¿Son “retadistas”? Probablemente, en otros casos, también.

La palabra “retardismo” ha empezado a abrirse paso en círculos ecologistas y los debates sobre la crisis climática, también en los medios que siguen la información acerca de esta. Pero, ¿qué es exactamente? En EEUU un informe de enero de este año del Center for Countering Digital Hate (CCDH), ‘The New Climate Denial’ los ha bautizado new denials (nuevos negacionistas), lo que dificulta un poco la distinción. Para otros activistas del mundo anglosajón son los ‘climate delayers’ (“retardadores climáticos”) que ayuda a aclararlo un poco.

Es una nomenclatura con la que coincide otro informe, en este caso español y de mayor peso de 2024, de la Fundación Ecología y Desarrollo (ECODES). ‘Retardistas’ serían las voces, a veces presuntamente expertas y otras no, que apuestan por una toma de medidas contra la crisis climática más lenta, a veces retrasada hasta el infinito, bien sea por motivos económicos, técnicos, políticos o tecnológicos. Por una parte, suena a algo aplicable a todos los gobiernos del mundo desde que existe consenso científico por el calentamiento. Por otro, a veces depende de donde se ponga la barrera.

Por ejemplo, en 2020, con la firma del Pacto Verde Europeo, no fueron pocos los partidos, valga la redundancia, verdes, que se opusieron al mismo, considerándolo demasiado poco ambicioso o, directamente, retardista, en cuanto a que tomaba decisiones que posponían la urgencia de la Transición energética. Cuatro años después es evidente que la Unión Europea (UE) ha avanzado a grandes pasos en cuanto a las energías limpias, en parte forzada por la crisis provocada por la Guerra de Ucrania, pero hablamos de un acuerdo político claramente alineado con los objetivos del Acuerdo de París o la Agenda 2030, es decir, nada negacionista del cambio climático.

Tres cuartos de lo mismo ocurrió en diciembre de 2022, cuando un grupo de científicos estadounidenses logró un espectacular avance en el campo de la fusión nuclear. Es decir, un primer y muy pequeño paso hacia una fuente de energía barata e, hipotéticamente, casi inagotable. ¿Celebrarlo equivalía a intentar ‘retardar’ las medidas de descarbonización de la economía? Como recordaba los expertos en esas mismas fechas, era un gran hito, pero uno demasiado a largo plazo.

No, el retardismo, como recuerda el mencionado informe de ECODES, es una forma sutil de oposición a las medidas ambientalistas que, sin ser negacionista del cambio climático de origen humano, pone trabas en la etapa final, la de las soluciones. En el ejemplo de la fusión, sería por exceso del llamado “tecnooptimismo”, esperando un descubrimiento milagroso -y potencialmente a día de hoy imposible- que haga innecesarias muchas medidas de mitigación o adaptación.

¿Es demasiado caro?

En algunos casos el argumento retardista pone en cuestión los datos de la ciencia climática, pero normalmente se centra en sus consecuencias. La más común y sencilla es la económica, afirmando que los pasos hacia la descarbonización o una mayor sostenibilidad de los sistemas agroalimentarios destruirán empleo o bien endurecerán las condiciones de vida de la clase media. Recuperando los pasos en energías limpias europeos, en España mismo podemos observar una factura de la luz más barata estos meses que la de hace dos años gracias a la solar y la eólica.

La factura de la luz se ha mantenido lo más baja posible gracias a las renovables

El CCDH estadounidense ha comparado los discursos retardistas en redes sociales con los que negaban los efectos negativos del tabaco en la salud. Por otra parte, esta institución, que se dedica más a la vigilancia de la libertad de expresión y el discurso de odio en medios, advierte como empresas como Google o Facebook se han estado lucrando de dar espacio a estos ‘influencers’ de argumentos pseudocientíficos debido a que su contenido polémico genera muchas interacciones (y por tanto más publicidad y más ingresos).

El Transition Pathway Initiative Centre, institución investigadora con sede en Gran Bretaña y auspiciada por la London School of Economics and Political Science (LSE), va más allá y considera retardista cualquier anuncio del llamado ‘greenwashing’. Casos como los de grandes multinacionales que anuncian emisiones de CO2 netas para el año 2050, lo cual sería claramente muy tarde respecto a los objetivos del Acuerdo de París o los que se ponen los gobierno de EEUU, la UE… o la misma China.

Finalmente el español informe de ECODES considera que los retardistas podrían no ser más que negacionistas a los que la realidad se les ha impuesto en forma de sequías, grandes inundaciones, olas de calor interminables y otras formas patentes de la crisis climática que se han instalado en el día a día no ya de las noticias, sino de la propia experiencia de los ciudadanos. De esta manera, uno de los principales discursos retardistas sería el de la responsabilidad individual, señalando antes las decisiones de consumo o económicas del ciudadano medio que la responsabilidad de las grandes empresas o las medidas legales de los gobiernos.

Desde ECODES añaden también discursos como el de que el ecologismo es un movimiento “elitista” (ricos que pueden comprarse un coche eléctrico frente a pobres que no) y similares. Ahí es donde reside el mayor peligro, advierten. En una época de polarización, convertir la crisis climática en una cuestión identitaria, y por tanto emocional, antes que en una realidad científica que debe ser afrontada desde la realidad.