"Se aproxima un cataclismo". Así de contundente y certera se muestra Gaia Vince, investigadora honoraria del University College de Londres y escritora científica británica, en la primera línea con la que arranca su último libro en castellano, El siglo nómada (geoPlaneta, 2024). Y serán precisamente esas "turbulencias" medioambientales, derivadas del cambio climático, las que transformarán —y ya están transformando— las migraciones humanas.
El 3,6% de la población mundial, a día de hoy, vive fuera de las fronteras en las que nació. Es decir, en el mundo, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), existen 281 millones de migrantes internacionales.
Y este número no deja de crecer. En las últimas décadas, su aumento ha sido exponencial. Por ejemplo, en 1990 eran 128 millones las personas que residían en el extranjero, fuera cual fuese el motivo. Cifra que, desde los años 70 hasta los 90, se duplicó.
Eso sin contar, como explicaban en el último informe sobre Tendencias Globales de Desplazamiento Forzado de ACNUR, con las cifras oficiales de personas refugiadas y desplazadas a nivel mundial, que no dejan de crecer. Nos referimos a aquellas que no migran, sino que solicitan asilo en el exterior o huyen de la violencia o las inclemencias climáticas dentro de las fronteras de su propio país.
Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, este 2024 está viviendo un repunte de personas que, por la guerra, el hambre, la persecución o el clima, han tenido que dejarlo todo atrás. En total, en mayo de este año las cifras globales habían alcanzado ya los 120 millones de personas.
Y aunque sea tan solo un pequeño porcentaje de población comparado con los más 8 mil millones de personas que habitan la Tierra, como explica Vince en su libro, la situación no hará más que empeorar como consecuencia del calentamiento global. Los refugiados y migrantes climáticos, que aún no cuenta con estatus propio, empiezan ya a hacerse notar.
Como aseguran desde ACNUR, son cada vez más frecuentes los desplazamientos de personas tras catástrofes naturales como sequías prolongadas o lluvias torrenciales. El calor extremo, recuerda Vince en su libro, también está detrás de muchos movimientos de personas, que huyen de temperaturas extremas combinadas, en muchos casos, con una escasez continuada de precipitaciones.
Algo que no es de extrañar, pues los termómetros llevan más de un año marcando cifras de récord en todo el planeta. Por ejemplo, el pasado lunes 22 de julio fue el día más cálido a escala global desde que hay registros, según datos del Servicio de Cambio Climático de Copernicus. Ese mismo día, la temperatura media planetaria alcanzó los 17,16 °C, cuando la media entre 1991 y 2020 para el mismo día se sitúa en 16,25 °C.
Adaptarse ¿a qué?
"En amplias zonas del mundo, las condiciones ya se están volviendo demasiado extremas y no hay forma de adaptarse", escribe Vince, que pone como ejemplo los anómalos 30°C que se han llegado a registrar en algunas partes de Siberia. También menciona Bangladés, un país que, con un tercio de la población viviendo en una "costa baja y en continua erosión", se está "volviendo inhabitable". O naciones como Sudán, a las que se las está comiendo el desierto para volverlas "invisibles".
La escritora científica, que ha trabajado en Nature o Scientific America, recuerda, además, que "se ha duplicado la cantidad de días con temperaturas superiores a 50 grados con respecto a hace 30 años" en todo el globo. Esto empieza ya a reconfigurar el mundo y su geopolítica, pero no solo en los países "obvios", en los que históricamente han estado más azotados por el cambio climático.
Vince alerta de que, "en las próximas décadas, también algunas naciones ricas se verán gravemente afectadas" por las temperaturas extremas. Ocurrirán en Australia, en zonas de Estados Unidos o incluso en España.
"Estamos viendo una convulsión planetaria que afecta a toda la especie y se da en un momento no solo de cambios climáticos sin precedentes, sino también demográficos", asegura la experta. Pues las próximas décadas serán clave a nivel poblacional: se espera que se alcance el pico de los diez mil millones de habitantes en los años sesenta de este siglo.
Además, la mayor parte de estos movimientos demográficos ocurrirán en las zonas tropicales, las más afectadas por el calentamiento global. Mientras, el norte global verá cómo su población encoge y envejece. "Se prevé que al menos 20 países, entre ellos España y Japón, vean reducida su población a la mitad para 2100", escribe Vince.
Esta reconfiguración poblacional, sumada al aumento de temperaturas, hará que la gente empiece a marcharse de sus lugares de origen en busca de zonas más frías —y habitables— para vivir. De hecho, recuerda Vince, "ya lo está haciendo".
Mundo nómada
El mundo, así, se transformará para ir acogiendo cada vez más a una población nómada, que huye de las temperaturas extremas para poder vivir. Por eso, Vince recuerda: "La próxima migración será grande y diversa. Afectará a los más pobres del mundo, que escaparán de olas de calor letales y malas cosechas".
Y añade: "Pero también incluirá a la clase media instruida, gente que ya no puede vivir donde había planificado porque no consigue una hipoteca o un seguro para el hogar; porque el empleo se ha ido a otra parte; porque el barrio se ha convertido en una zona poco deseable dado que quien podía ya se ha marchado en busca de un clima más tolerable".
Vince asegura que esta clase media instruida no solo está en países empobrecidos o de rentas medias: "En Estados Unidos, el cambio climático ya ha desplazado a millones de personas: en el 2018 fueron 1,2 millones a causa de las condiciones extremas; en el 2020 el total anual llegó a 1,7 millones".
Esto sería solo la punta del iceberg. "Nos encontramos ante amenazas existenciales, de una magnitud casi incomprensible, pero reales e inminentes", escribe Vince. Y, sin embargo, es optimista: tenemos el conocimiento científico y la tecnología para evitar lo que ella llama un "cataclismo climático". Pues, recuerda, las migraciones son inevitables, pero sí es evitable el forzarlas.
8 claves del mundo nómada
El libro de Vince acaba con lo que ella misma denomina manifiesto, una suerte de conclusiones y hoja de ruta para caminar hacia ese mundo nómada, en el que la humanidad se está adentrando a marchas forzadas.
1. "Desplazarse es un comportamiento humano natural". La migración, escribe Vince, es un "instrumento muy eficaz en la adaptación por la supervivencia".
2. "Tenemos que reorientar la capacidad productiva de la sociedad". Lo que propone la británica es que, de esa manera, se "lidie" con el cambio climático y la "acechante crisis demográfica".
3. "Tenemos que garantizar un proceso de migración seguro y justo". Vince recuerda la necesidad de que este, además, sea supervisado por "una agencia internacional con poderes de control".
4. "La migración es una cuestión económica". Por tanto, no se trata de "una amenaza a la seguridad nacional". En todo caso, matiza, "aporta crecimiento económico y reduce la pobreza".
5. "Los países ricos y los pobres deben invertir en alianzas", especialmente, en aquellas que "aumenten" la educación, la formación y la resiliencia al clima.
6. "Descarbonizar nuestras economías es un objetivo urgente y global", y debe hacerse "mediante incentivos y gravámenes".
7. "El deshielo de los glaciares y la pérdida de los arrecifes de coral crecen a un ritmo peligroso". Por eso, recuerda que "es necesario poner en marcha cuanto antes métodos para reflejar los rayos solares, como el blanqueamiento de las nubes, y explorar otras tecnologías para reducir las temperaturas".
8. "Debemos colaborar urgentemente para invertir la destrucción de los ecosistemas". Y, por ende, recuperar la biodiversidad. Todo para "construir resiliencia y proteger los sistemas naturales".
Resiliencia ante la incertidumbre
Vince propone enfrentarse a este desafío esdrújulo a base de "construir la resiliencia de nuestra especie ante un futuro incierto". Porque, recuerda, "la incertidumbre nos impide planificar, organizar e incluso observar" el mañana. Pero el ser humano es capaz de ir mucho más allá.
"Somos capaces de construir resiliencia en nuestros sistemas sociales y en nuestros ecosistemas para resistir al estrés y las convulsiones del cambio y los desastres climáticos", explica. Pero, matiza, no se puede conseguir si no se coge al toro por los cuernos y nos ponemos "manos a la obra".
Y es que, concluye, "no somos espectadores impotentes". Por eso, "debemos tomar las riendas de nuestro futuro, trazar un plan para salvaguardar el bienestar de todos los seres humanos, ricos y pobres, de todos los continentes, mientras nos adentramos en las próximas décadas de desafíos ambientales".
Porque "hablamos de millones de personas desplazándose" y, aquí y ahora, "tenemos la posibilidad de gestionar este movimiento para que tenga éxito". Por eso, hace un llamamiento a la cooperación y la normativa internacional, para que realmente la transición sea "planificada, organizada y pacífica" y derive en un "mundo más seguro y justo".