Imagine vivir en un mundo donde la comunicación con amigos y familiares, la orientación en su día a día e incluso la capacidad de alimentarse estuvieran en constante amenaza por un ruido ensordecedor que nunca cesa. ¿Difícil, verdad? Este es el escenario diario para muchos cetáceos que habitan en el océano. Y es que, efectivamente, si las personas fueran ballenas no podrían soportar el ruido submarino.
Se trata de uno de los contaminantes insidiosos de los océanos. No se puede ver ni tocar, pero sus efectos son letales. Este fenómeno se refiere a cualquier sonido en el mar que no provenga de fuentes naturales, como el viento, las olas o los animales marinos.
En su lugar, surge principalmente de actividades humanas, tales como el tráfico marítimo, las prospecciones sísmicas en busca del petróleo y gas, las construcciones submarinas y, de manera particularmente destructiva, las pruebas militares con sonares.
Porque, a diferencia del aire, el agua es un medio mucho más eficiente para la transmisión del sonido. Las ondas pueden viajar miles de kilómetros bajo el agua, lo que significa que una fuente de ruido localizada puede afectar a grandes áreas del océano.
Este problema afecta especialmente a los cetáceos, ya que, como explica en declaraciones a EFEverde el biólogo marino Óscar Esparza, responsable de Áreas Marinas Protegiad de WWF, estos animales "utilizan que la ecolocalización y el sonido para comunicarse se desorientan con el ruido submarino, que les puede incluso provocar afecciones fisiológicas".
Desorientación y muerte
Debido a su dependencia extrema del sonido para sobrevivir, las ballenas son particularmente vulnerables a este tipo de contaminación. De este modo, han desarrollado sistemas de comunicación sofisticados capaces de transmitir y recibir señales a distancias que pueden alcanzar cientos de kilómetros. Crean así un "mapa acústico" de su entorno, tal como explican desde el Centro Tecnológico Naval y del Mar (CTN), que les ayuda a orientarse en la oscuridad del océano.
Además, un estudio publicado en Nature reveló que las barbadas, que incluyen especies como la ballena azul y la jorobada, son especialmente susceptibles al ruido de baja frecuencia generado por barcos y sonares. Ya que estos interfieren con sus vocalizaciones, impidiéndoles comunicarse y orientarse, lo que, en muchos casos, les lleva a nadar hacia la costa, donde quedan atrapadas y mueren.
En los últimos años, se ha documentado un aumento preocupante en el número de ballenas varadas en las costas de todo el mundo, un fenómeno que muchos científicos atribuyen directamente al ruido submarino. ¿Los episodios más recientes? 77 ejemplares en una playa de Escocia o 160 ballenas piloto en las costas australianas.
Y, aunque con menos frecuencia, estos casos también llegan a España. En 2022, una ballena fue encontrada en Valencia y, en 2020, ocho ejemplares de calderón murieron en la costa asturiana. Y volviendo más de 20 años en el tiempo, en 2002, se encontraron 14 ballenas de cuvier en las islas Canarias como resultado de una maniobra militar de la OTAN que produjo hemorragias internas en los cerebros y oídos de estos cetáceos, desorientándolas hasta que terminaron en la orilla.
El ruido marino
El agua de mar, debido a su densidad, es un excelente conductor del sonido, lo que significa que las ondas sonoras pueden viajar a grandes distancias sin perder mucha energía. Sin embargo, ahora, esta característica, que durante millones de años ha permitido a las ballenas comunicarse a través de los océanos, se ha convertido en una maldición debido a la interferencia humana.
Poniéndonos técnicos, el sonido submarino se divide en dos categorías principales: el ruido impulsivo y el continuo. Por un lado, el impulsivo proviene de eventos puntuales como explosiones, golpes de martillo o el uso de cañones de aire en prospecciones sísmicas. Un ruido que, como mencionan en un informe de 2011 del entonces Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, puede causar lesiones auditivas graves y llevar a una desorientación inmediata.
Por otro lado, el continuo, como el que emiten los motores de los barcos, crea un fondo sonoro constante que puede "enmudecer el canto de las ballenas", según indican desde una publicación del National Geographic, haciéndoles imposible escuchar a otras especies o detectar la presencia de depredadores.
Uno de los ejemplos más preocupantes es el caso del sonar militar, que emite pulsos extremadamente potentes para detectar submarinos. Pueden llegar a generar niveles de ruido de hasta 235 decibelios, lo que se compara con el despegue de un cohete.
En consecuencia, esto genera respuestas comportamentales en las ballenas, incluyendo pánico, lo que lleva al cambio un cambio brusco de profundidad que se traduce en una 'embolia gaseosa', una condición mortal similar a la descompresión rápida en los buceadores.
Un ecosistema amenazado
El impacto del ruido submarino no se limita solo a las ballenas; todo el ecosistema sufre las consecuencias. La contaminación acústica puede alterar los comportamientos de casa, reproducción y migración de muchas especies, desde pequeños peces hasta grandes mamíferos.
De hecho, datos publicados por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) señalan que el ruido submarino también afecta a la flora marina, como las praderas de posidonia oceánica, esenciales para el mantenimiento de las costas. Porque, indica, las ondas sonoras pueden interferir en los procesos de enraizamiento y la nutrición de estas plantas, lo que a su vez afecta a las especies que dependen de ellas para sobrevivir.
Sin embargo —y por el bien de la vida bajo el mar—, los efectos acumulativos del ruido submarino están comenzando a ser reconocidos como un problema global que requiere atención urgente. En la Unión Europea, la Directiva Marco sobre la Estrategia Marina ya incluye este tipo de contaminación, desde 2010, como uno de los descriptores para medir el buen estado ambiental de las aguas marinas.
Esta directiva obliga a los Estados miembros a monitorear y gestionar tanto el ruido impulsivo como el continuo, estableciendo límites que no deben ser superados para proteger la biodiversidad marina.
Asimismo, en el informe del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, proponen medidas de mitigación que van desde la restricción de actividades ruidosas en áreas marinas protegidas hasta la implementación de tecnologías más silenciosas en la construcción y la operación de infraestructuras marinas.
Entre las recomendaciones más destacas se encuentra —en línea con la directiva europea— la necesidad de incluir programas de monitoreo del ruido en los planes de gestión de Áreas Marinas Protegidas (AMP). Allí, se permitirían identificar las fuentes de ruido más peligrosas y evaluar su impacto en la vida marina.
Además, en el reporte del CTN se subraya la importancia de la zonificación acústica submarina, que consiste en crear mapas de los niveles de ruido en las AMP para identificar las zonas más afectadas y establecer zonas de exclusión donde las actividades humanas deben ser restringidas.