Mariana Goya Juanele Villanueva

Imagine a María, una niña de 10 años que vive en una pequeña comunidad rural de América Latina. Antes del amanecer, se levanta y ahí empieza su jornada. Primero, recogiendo agua de un pozo que queda a más de una hora caminando. Después, ayuda a su madre con las tareas domésticas y, solo entonces, exhausta, coge su mochila desgastada y se dirige al colegio.

Cuando llega, la pequeña escuela rural —un edificio de una única clase— ya está llena de alumnos. Sin electricidad constante y con materiales escasos, María sueña con ser médico. Sin embargo, sabe que sus posibilidades de continuar más allá de la educación primaria son mínimas porque, ya sea por la necesidad de ayudar a su familia o por la obligación de casarse a una edad temprana, no llegar a la secundaria es un habitual. 

En este caso, María es un personaje de ficción que ejemplifica 98 millones de niños que trabajan forzosamente en el mundo rural impidiendo su escolarización, tal como lo indica el nuevo informe, Educación rural: entre el olvido y la reinvindicación, publicado por la oenegé Entreculturas. 

Falta de infraestructuras para una educación básica o la escasez de docentes capacitados son algunas de las duras condiciones que condenan a millones de menores a una vida sin oportunidades de desarrollo, especialmente en escenarios empobrecidos y marginados. 

Un derecho marginado

La mayoría de los niños y niñas que no acuden a las escuelas viven en áreas rurales. De hecho, de los 168 millones de menores involucrados en trabajo infantil, explican desde la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura y la Organización del trabajo, el 58% están empleados en el sector agrícola, dedicando largas horas a labores manuales y, por ende, limitando sus posibilidades de escolarización.

En concreto, indica el informe, en América Latina y el Caribe 12,5 millones de menores se dedican al campo, teniendo que abandonar la educación para contribuir al sustento familiar. Un escenario, donde esta falta de oportunidades, perpetúa un ciclo de pobreza y marginación. 

Imagen de una niña trabajando en el campo. Vardhan Istock

En los países con bajas rentas, solo uno de cada cinco chicos y chicas tiene acceso a la educación preescolar. La situación incluso empeora para las niñas, quienes enfrentan aún mayores obstáculos debido a las expectativas de género tradicionales, como el cuidado de sus hermanos menores, realizar tareas domésticas y, en muchos casos, contraer matrimonio a una pronta edad. 

"Cuidan a sus hermanos, recogen agua y vegetales, mientras los niños buscan madera y carbón en la ciudad. Comienzan con estas tareas desde muy pequeños, alrededor de los 4 o 5 años", explica Jean Guy, educador de Fe y Alegría Madagascar. 

La baja cobertura educativa y la falta de infraestructura son dos de los problemas más apremiantes. En especial, explica el reporte, muchas escuelas rurales están mal equipadas, con aulas deterioradas, sin acceso a agua potable y con pocos materiales didácticos. Un problema que se acentúa dadas las condiciones climáticas extremas, como sequías o inundaciones. 

La brecha de género

Uno de los puntos más críticos es la brecha de género que existe en la educación rural. Los datos muestran que las niñas y adolescentes tiene menos posibilidades de completar su educación que sus compañeros varones.

En África subsahariana, expone el informe, el 70% de las chicas en regiones como Chad —uno de los tres países con la tasa más alta de matrimonio infantil—, son obligadas a casarse antes de los 18 años

En Guatemala, por ejemplo, solo el 15% de las niñas rurales terminan el ciclo básico y, en el diversificado (nivel superior), la situación es todavía más grave: solo 2 de cada 100 mujeres logran completar sus estudios. Esto se debe a múltiples factores, incluyendo la pobreza extrema, la desnutrición crónica, que afecta al 49,8% de los niños y niñas, y la exclusión étnica de las comunidades indígenas. 

Además, el embarazo adolescente sigue siendo un problema grave en muchos países de América Latina. En concreto, en Perú, alrededor de 50.000 niñas y adolescentes, indican, se convierten en madres cada año. En Ecuador, las tasas de embarazo infantil también son alarmantes, con 2,2 nacimientos por cada 100 niñas menores de 14 años. 

Los docentes rurales

El informe resalta que, para 2030, "el mundo necesitará 44 millones de docentes más para alcanzar las metas educativas de desarrollo sostenible" (31 millones en educación secundaria y 13 en primaria). Sin embargo, la escasez de maestros capacitados es particularmente grave en las zonas rurales. 

En estos países, donde un gran porcentaje de la población vive en el campo, la educación sigue siendo una asignatura pendiente, en particular las condiciones de los profesores. Estos se tienen que encargar de aulas con niños y niñas de diferentes grados y con un material inadecuado y desactualizado.  

Ejemplo de ello es Alex Ríos, profesor en una comunidad rural indígena en Venezuela situada cerca de la frontera con Colombia. Es una zona de difícil acceso donde los niños, en algunos casos, tienen que andar un largo camino para llegar a la escuela y, una vez allí, explica, se encuentran con "estructuras sin techos, sin baños, sin acceso a agua potable, sin transporte público […]". 

Los niños en la escuela Huacaraico, Perú. Joesboy Istock

Frente a esta situación, se pregunta: "¿Cómo es posible una buena educación con tantas necesidades? Para poder lograr en el estudiantado un proceso de aprendizaje se deben tener unas condiciones básicas, condiciones que muchas escuelas de nuestras comunidades no tienen".

Sin embargo, indican desde el informe, América Latina ha dado un paso importante en el reconocimiento de la labor del profesor. Se garantizan presupuestos para asegurar los salarios y, aunque estos siguen siendo bajos, cuentan con una asignación extra si el trabajo se realiza en zonas rurales.

En otros muchos países de África, como Ghana, Senegal o Uganda, sufren recortes debidos, en parte, a las políticas de austeridad impuestas por el FMI.

La brecha digital

La relación de los jóvenes —y no tan jóvenes— con la tecnología es otro de los retos. Además de la escasez de dispositivos, hay que sumar la falta de acceso a energía estable y conectividad. Una brecha que, aparte de afectar en especial a ciertos países, se ceba con las zonas aisladas de las ciudades. 

Esta separación es especialmente profunda en la población adulta. Según un informe de la UNESCO, en los países del Sahel y del África subsahariana se ha detectado que una gran proporción de las personas adultas tienen grandes dificultades para hallar, descargar, instalar y configurar programas informáticos. ¿El motivo? Muchas veces los planteamientos educativos se centran en los más jóvenes olvidando una población no nativa digital que se queda atrás.

Por otra parte, aquí se nota también la diferencia entre las zonas rurales y urbanas. Según la Internacional para la Educación en América Latina (IEAL) denuncia que 40 millones de hogares no tienen acceso a internet y recomiendan a los gobiernos, impulsar una 'canasta básica digital'. 

Las claves de la educación rural

Los estados tienen, entre otras cosas, la obligación de asegurar la educación de calidad a todas las personas. Según la oenegé, la campaña 'La Silla Roja' debe poner especial atención a las comunidades más vulnerables de las zonas rurales con el objetivo de ofrecer una educación gratuita y adecuada. 

Para ello, explican, es preciso dedicarle recursos a la conectividad física y digital, además de garantizar que los niños y niñas tengan tiempo para dedicar a la formación.

Desde Entreculturas llaman a las autoridades a desarrollar planes educativos que, junto a los modelos tradicionales, aseguren el futuro de la sociedad. Por ese motivo, deberán revisar todo el sistema, desde las infraestructuras, al material y las condiciones del profesorado, con el propósito de proporcionar una estabilidad.