¿Es posible hablar de salir de la crisis climática cuando España, Alemania o la misma China aumentan su superficie de paneles solares mientras, en otras partes del mundo, se usa más petróleo que hace una década? ¿Tiene sentido vender las ventajas de las renovables a países en los que parte de su población no tiene luz eléctrica en casa?

El cambio climático es un asunto global, y cada vez más expertos advierten de que sirven de poco los logros que alcancen la Unión Europeo u otras potencias económicas, si un tercio de la humanidad —precisamente el más pobre— no puede seguirle el ritmo y continúa dependiendo de la gasolina o el carbón.

Pedro Alarcón, investigador en ciencias energéticas y ambientales, graduado en la Universidad de Aachen, Alemania, que ha trabajado en Giessen, explica desde Sudáfrica que "la transición energética tiene que ser global, porque es un tema global".

Y matiza: "En el norte global está en curso, se habla de coches eléctricos, de transición justa para sus poblaciones… Pero, a distintos países, distintas lógicas. En el sur global, que serían los países que exportan materias primas o recursos naturales, no existe un cambio, una reconfiguración de la forma de ordenar la economía o el trabajo".

De hecho, Alarcón apunta a que actualmente "existe más consumo de energía a nivel global que hace unos años, y sigue siendo cubierto por los combustibles fósiles". Luego, "una parte, por un aumento de las energías renovables". Desde ese punto de vista, asegura, "si se mira el conjunto, ni siquiera es una transición, es un aumento de consumo de energía que ahora se cubre más con más energía renovable".

Dos ejemplos serían Ecuador, donde el 95% de las cocinas, se calcula, funcionan con gas licuado de petróleo, subvencionado por el Estado, o Sudáfrica, que actualmente genera el 90% de su electricidad por carbón. "Si les exiges una transición inmediata, como la de Europa, es imposible", cuenta. Y añade: "Si le dices a Sudáfrica 'pon plantas eólicas o solares' es como decirle 'deja de depender de ti misma y cómprame a mí, Europa, Estados Unidos o Australia, la tecnología".

En su artículo Repensando las Transiciones Justas, firmado junto a las investigadoras Nadia Catalina Combariza Diaz, Julia Schwab y Stefan Peters, de la Universidad Giessen, Alarcón señala que "no se puede pedir el mismo grado de compromiso con la transición energética a personas como las que hay en muchas regiones de Colombia, que no tienen luz eléctrica en sus casas o cocinan con leña".

América Latina "ya vio que el boom petrolero de los primeros 2000, en países como Ecuador, no se traducía en una vida mejor para sus poblaciones. Sin hablar de industrialización, la transición energética no tiene sentido".

Una cuestión práctica

Jorge Martínez, profesor de ingeniería eléctrica en la Universidad Carlos III de Madrid, considera que "la justicia climática significa tener en cuenta a los países que no han alcanzado lo que se entiende por unos niveles mínimos de desarrollo".

Y puntualiza: "No se les puede decir que deben ajustar sus modos de vida cuando en algunos casos parte de su población no llega a lo que se considera una vida digna. Así que eso pasa por sentarnos a hablar asumiendo que las principales soluciones las tenemos que tomar nosotros".

Lo que propone el español, a partir de su trabajo en cooperación, es "unir los dos objetivos". Es decir, "si tú tienes comunidades rurales en el sur global que no tienen suministro básico de energía o de agua potable, la oportunidad es dárselo a través de energías limpias".

Apunta también a que los cambios a nivel mundial "empiezan por hablar claro y acabar con el derroche de energía". Porque "la transición energética consiste en que a nivel mundial sepamos que somos interdependientes y que no basta con sustituir fósil por renovable, hay que consumir menos", indica.

Martínez también pide "entender que cada país tiene sus características". Por ejemplo, explica que Alemania puede sustituir por trayectos en tren los vuelos cortos, que emiten muchos gases de efectos invernadero, y la Unión Europea los quiere eliminar. Pero "las distancias no son iguales, no todos los Estados tienen su red ferroviaria, ni pueden tomar las mismas medidas".

Añade el profesor que "ni siquiera es una cuestión de justicia, es también práctica". Y lo explica: "Si tenemos un norte que sale de la crisis, pero el sur no, a la larga, en 10 años o menos, será un problema político. De relaciones entre los países y de situaciones de escasez de recursos que pueden volver inviable que se viva en determinadas partes del mundo, con todo lo que eso conlleva".

Pedro Alarcón, por su parte, explica a ENCLAVE ODS que más que pesimista se considera "un optimista bien informado". Aunque, dice, lamenta "la incidencia de la corrupción y otros problemas que a veces hacen que los propios países sean los que destruyan sus recursos naturales".

Las soluciones que propone se están aplicando en África, en países como Zimbabue. "Allí han dicho: puedes extraer el mineral de nuestras minas, pero si pones aquí la planta de procesado. Eso obliga a que haya trabajo, inversión, una industria. Es una solución que podrían aplicar Chile, Argentina o Bolivia: yo tengo el litio, te lo puedes llevar, pero lo extraes dejando inversión aquí".