Justina Peña salió de Santa María de Poyos, provincia de Guadalajara, en el año 1952. Había nacido, se había criado y se había casado allí, pero se vio forzada a mudarse a San Bernardo, en Valladolid, y más tarde a Cascón de la Nava, en Palencia. Un pueblo "de pantanos", aunque no tuviera ninguno: lo repoblaron con desplazados. En su antiguo municipio ahora se encontraba el embalse de Buendía y la casa donde nacieron Justina y su madre sigue, hasta hoy, sumergida.
Atrás se quedaron la tumba de su padre, fallecido en 1933, y la de uno de sus tíos, muerto en 1951 durante la obra del embalse. Su marido y ella se casaron a toda prisa porque sin licencia de matrimonio no les daban tierras en su nuevo destino. Los sacaron de su pueblo por la mañana, en un vehículo militar.
"En aquellos tiempos no había coches ni casi nada, nos trajeron en treinta camiones del Ejército, que salieron de allí a las nueve de la mañana y llegaron a la una de la noche, cuando ahora se tarda dos horas [risas]. No nos dio tiempo nada más que a tirar los colchones por el suelo y echarnos a dormir. Hombre, pues fue un poco duro", cuenta en Memorias ahogadas (Pepitas de calabaza, 2024).
Este extracto de la entrevista de Justina es uno de los muchos relatos de desarraigo que aparecen en este extenso libro reportaje escrito por los periodistas Jairo Marcos y Mari Ángeles Fernández. Algo más de 350 páginas para repasar las historias de los embalses de Porma, del Ebro, de Riaño, de Valdecañas… y de los pueblos de colonización que salieron de ellos. Es decir, de las generaciones de españoles desplazados dentro de su propia tierra para combatir, de una forma u otra, la sequía.
"A raíz de un informe que hicimos para el Parlamento Europeo sobre embalses, decidimos ampliar y convertirlo en un libro, en algo más narrativo y menos técnico", explican los autores al teléfono. "Sobre todo porque nos encontramos con que había puntos en común entre los diferentes casos, pero también diferencias, y muchas historias que no se habían contado".
Y ponen un ejemplo: "La idea de que esa gente se sacrificó por un bien mayor, porque hubiese electricidad o más agua para regadíos. No siempre fue así".
Para desmontar tópicos tienen casos como el del pantano de Jánovas, en la provincia de Huesca, en el cauce del río Ara. No lo busquen, que no existe. En el 2001 la Consejería de Medio Ambiente de Aragón tumbó un proyecto, y en 2003 la Audiencia Nacional lo remató, que se había estado manejando desde la primera concesión a la ya inexistente empresa Aplicaciones Industriales para una hidroeléctrica… en 1923.
El problema fue que los terrenos de los pueblos de Albella, Jánovas y Burgasé ya se habían empezado a expropiar en los años 80 para su inundación. "Mi hermano vendió las quinientas ovejas y la treintena de vacas, que no éramos ricos, pero vivíamos de la labranza. Le costó la vida. Mi abuela había nacido allí y murió allí, y su padre y su abuelo lo mismo. Todo, generaciones y generaciones…", cuenta Josefina Morer, antigua vecina, a los 85 años.
Hasta 2008 no se empezaron a revertir los embargos de terrenos y el pueblo de Jánovas recuperó el suministro eléctrico gracias a una subvención del Gobierno de Aragón en 2019. "Jánovas es muy curioso porque te desmonta la idea de que [los pantanos] son algo asociado al franquismo, ¿no?", aclaran Marcos y Fernández.
Y añade: "Aunque se inauguran muchos en esa etapa, estaban planificados desde principios del siglo XX, desde antes de Primo de Rivera, y siguen hasta la actual democracia. Y no siempre el que pierde su casa luego ve un beneficio. En el río Ara no han visto ni el agua, ni la electricidad barata, ni en algunos casos indemnizaciones justas".
Cada episodio, cada embalse con sus cuitas, es un pedacito de historia de España. Por algo han subtitulado el volumen Retrato de un Estado hidráulico. "Quisimos recoger que algunos se construyeron con mano de obra presa, con prisioneros de guerra republicanos", explican.
Por ejemplo, "contamos el caso de una mujer desahuciada, expulsada de su pueblo, que era hija de un falangista… y se acabó casando con un republicano que era básicamente uno de los obreros que construyeron el pantano por el que inundaron su casa. Las historias iban surgiendo y componían un retrato de país".
Los periodistas sí han querido "que hubiese un hilo, subrayar esas partes comunes. Porque al final los de Jánovas conocen la historia de Jánovas; los de Riaño, la de Riaño; los de Valdecañas solo se saben la de Valdecañas… ponerlas todas juntas, y que creen ese conjunto que habla de un total de experiencias compartidas".
Por eso hay más relatos, en estilo literario, que entrevistas directas de pregunta-respuesta, como la de Justina, que es el capítulo central. Precisamente también como homenaje, ya que por su avanzada edad no ha llegado a verlo publicado.
Marcos y Fernández comentan que han querido indagar en esa identidad de la España rural como la de Cascón de la Nava, precisamente el pueblo donde fue a vivir Justina. "Era una laguna que se desecó para construir el pueblo, uno de los famosos pueblos de colonización. Allí fue a vivir gente de León, Zamora, Guadalajara… porque los echaron los pantanos. El agua los expulsó pero ellos expulsaron al agua para tener donde vivir".
En la actualidad, reflexionan los autores, cabe la pregunta de "¿cómo se genera identidad en estos pueblos de colonización?". Y cuentan que en Cascón de la Nada les decían que "las nuevas generaciones son muy de su pueblo, que lo que no sucede en los municipios de alrededor, que se están despoblando, pasa en Cascón".
Esto, dicen, "quizás" sea porque "sus padres les han transmitido esa ausencia de pueblo, ese escolio de la infancia. Es el único pueblo que mantiene o suma población en una zona en declive".
Los autores esperan que "traspase las fronteras del típico libro de ensayo y se empiece a ver el tema de la gestión del agua y del territorio como un asunto clave, de Estado". Más allá de eso, concluyen, lo han escrito "para todas esas personas afectadas, como forma de que sus historias se conozcan y queden registradas".