En España, la violencia contra menores está lejos de ser una excepción. Los datos de UNICEF indican que entre el 83% y el 91% de niñas, niños y adolescentes la experimentan "en diversas etapas de su vida", un fenómeno que a menudo permanece oculto y normalizado.
Se estima que uno de cada tres jóvenes podría estar siendo víctima de acoso escolar, ya que solo un pequeño porcentaje de los casos de abuso y maltrato llega a denunciarse. En este contexto, el pasado 2 de noviembre, la agencia de Naciones Unidas lanzaba la guía para la Infancia sin Violencias y hoy, día 7 del mismo mes, lo sacamos a la luz con motivo del Día Internacional contra la Violencia y el Acoso Escolar.
Género, edad, ubicación geográfica o situación socioeconómica son todo factores que pueden intervenir a la hora de identificar en qué 'momentos' la violencia cobra mayor fuerza. Sin embargo, pese a que es una realidad presente en la vida de muchos, las cifras indican que el 90% de los casos no fueron notificados durante la infancia, tal como señala un estudio del Grupo GReVIA para Cataluña, Comunidad Valenciana y País Vasco.
Los datos demuestran, además, que las niñas son más vulnerables: mientras el 66% de los chicos se sienten seguros en línea, solo el 41% de las chicas comparte esta percepción. En el entorno público, el 48% de los menores no siente seguridad, lo cual pone de manifiesto una brecha de protección.
El reto de la prevención
La guía de UNICEF establece un diagnóstico de la situación actual de la violencia contra la infancia y la adolescencia en España, destacando las áreas de necesidad crítica. Primero, persiste "una alta tolerancia social al castigo físico" como método disciplinario en el hogar, lo que normaliza conductas violentas que a menudo se extienden a otros entornos de la vida del menor.
En segundo lugar, muchos niños y adolescentes tienen dificultades para identificar conductas abusivas por parte de sus cuidadores, ya que, indica el informe, "se observa una normalización", lo que dificulta su capacidad de pedir ayuda.
Además, se evidencia "un déficit o falta de consolidación de espacios de trabajo conjunto y de coordinación" entre los distintos actores locales, desde educadores hasta agentes de salud y servicios sociales, lo que impide el "diseño de estrategias y actuaciones intersectoriales" frente a la violencia.
Finalmente, se detecta una carencia generalizada de "programas de prevención diseñados e implementados con perspectiva municipal, intersectorial y comunitaria". Pero no solo eso; también se identifica un "alto grado de desconocimiento de los protocolos de actuación ante la violencia" y "se prioriza la intervención de recursos destinados al abordaje de casos graves, hechos que va en detrimento de los leves y moderados".
Las claves de actuación
Desde UNICEF subrayan la importancia de "ser capaces de 'llegar antes' de que se produzca el daño". Para ello, proponen trabajar desde dos dimensiones complementarias:
-
Prevención primaria con el objetivo base de "evitar situaciones de riesgo de violencia". En él, se busca un enfoque dedicado a las medidas de sensibilización y formación para la creación de entornos seguros y protectores.
-
Prevención secundaria cuyo foco se pone en la "gestión de situaciones precoces de riesgo", en donde se centran en la detección precoz y la atención temprana de casos.
Un cambio de raíz
El modelo propuesto por la agencia de Naciones Unidas se centra en abordar estos retos a través de tres líneas estratégicas fundamentales: sensibilización y formación, participación activa de la infancia y la adolescencia y creación de un entorno seguro y protector.
La primera línea estratégica busca transformar las percepciones y el conocimiento sobre violencia en menores en la comunidad. Involucra la sensibilización a través de campañas que enfatizan el buen trato y los derechos de la infancia.
Para ello, proponen "formación continua a profesionales" y familias, además de otra "adaptada para niñas, niños y adolescentes", con el objetivo de brindar las herramientas y el conocimiento necesario para identificar y actuar ante situaciones de violencia. Una capacitación que incluye programas dirigidos a los propios menores, permitiéndoles reconocer y comunicar situaciones de riesgo.
La segunda línea se sitúa sobre la participación activa de la infancia y la adolescencia. Y es que UNICEF considera que deben ser parte activa de su propia protección para asegurar "su derecho a la participación y su voz protagonista dentro del proceso".
De este modo, fomentan su involucración directa en la identificación de riesgos y en la creación de iniciativas de sensibilización y formación. Una medida que no solo les aportará "visión" sobre la situación, sino que se traducirá en un "efecto preventivo mayor y agilizará la detección de casos".
La tercera y última línea a tratar, definida como el "elemento central y vertebrador", enfatiza en la necesidad de entornos comunitarios, adaptados y seguros, tanto en espacios físicos como en actividades cotidianas. Se centra en desarrollar programas para garantizar que todos los profesionales y servicios relacionados con los menores estén equipados con protocolos de prevención de riesgos.