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Los restos de la antigua Pompeya, la ciudad romana calcinada por la erupción del Vesubio en el año 79 d.c., se excavan desde el siglo XVIII y se empezaron a catalogar ya en el XIX. Los arqueólogos de la época, además de encontrar información valiosísima sobre el modo de vida romano, tropezaron con escenas impactantes. Familias enteras conservadas en abrazos de ceniza durante casi 2000 años y que sirvieron para bautizar los diferentes espacios en los que fueron rescatados sus restos.

Por ejemplo, en la llamada 'Casa del Brazalete Dorado' se rescataron en 1974 los cuerpos abrazados de una mujer con un brazalete de oro y un niño, a los que se identificó como una madre con su hijo huyendo sin éxito de la catástrofe. Un estudio de ADN realizado por investigadores de Italia, Alemania y Estados Unidos, el de mayor envergadura nunca realizado en los restos de Pompeya, ha echado abajo la historia: los fallecidos no eran familia y el adulto enjoyado era un hombre.

"Los análisis de ADN no son la panacea y no nos dan todas las respuestas, pero nos pueden hacer replantearnos muchas cosas, que es lo realmente importante", explica la historiadora y divulgadora Patricia González, autora de 'Soror. Mujeres en Roma' o 'Cunnus. Sexo y poder en Roma'. "Tendemos a 'rellenar' los huecos en las historias, pero lo que hacemos es pensar el pasado a través de nuestra sociedad. Y los presupuestos siempre han sido peligrosos, porque son un círculo vicioso: vemos lo que queremos ver".

En España tenemos un caso bastante famoso: el del "guerrero" enterrado junto a la Dama de Baza. La escultura de una gran dama íbera —de la misma época que la Dama de Elche, el siglo IV antes de Cristo—, que se halló en 1971 en un enterramiento dentro de una necrópolis del Cerro Santuario, en el municipio granadino de Baza, junto a un ajuar funerario que incluía las armas de un guerrero. 

Los arqueólogos pensaron que se trataría de un gran jefe protegido por una diosa, puesto que las armas eran propias de varones, ¿no era así? Pero los estudios de antropología física aplicados a partir de 1980 a los restos de huesos y cenizas conservados demostraron que la persona enterrada era una mujer. ¿Quiere eso decir que fuese ella misma una guerrera? No necesariamente, quizás era simplemente una líder política, o religiosa, o la matriarca de alguna familia importante. Pero los prejuicios originales para "sexar" los restos se vinieron abajo.

Errores en la historia

No nos pasa solo en España. El caso más famoso de guerrero que resultó no serlo es el del yacimiento de Birka, en la isla de Björkö, Suecia. Una tumba del siglo X, es decir, plena época vikinga, de las más ricas halladas en el país nórdico. El cuerpo estaba cubierto con ropas de seda y adornos de hilo de plata y lo acompañaban objetos de lujo traídos de Oriente y todo tipo de armas: una espada, un hacha, una lanza, flechas, un cuchillo de batalla y dos escudos. De remate: dos caballos, una yegua y un semental.

La versión hasta 2017 es que se trataba de un guerrero, un gran campeón (el cuerpo era de alguien de cierto tamaño para la época), un líder en la batalla. Después de que llegasen los estudios del ADN, ya no está tan claro. Porque el ADN no engaña: el cuerpo era de una mujer.

"Al final somos personas las que hacemos las investigaciones y siempre hay una parte de nuestras experiencias que pueden permear…" explica Laia San José Beltrán, conocida divulgadora histórica, experta en la época vikinga y autora del libro La huella vikinga (Roca Editorial, 2024). "Cuanto más antigua es la sociedad que investigas, es más difícil. En el mundo nórdico se encuentran pocos cuerpos, y se 'sexa' en función de los objetos que acompañan al enterramiento. Y si por ejemplo la óptica desde la que se analiza es del siglo XIX, pues se asignan los roles de género de ese momento".

¿Quiere eso decir que hay toda una historia de mujeres guerreras vikingas como las que se ven en la serie Vikings? San José aclara: "encontramos una espada, pues desde nuestra perspectiva pensamos, vale, ¿quién va iba a la guerra? Y quizás en el mundo vikingo la norma era que fuesen los hombres, pero toda norma también tiene excepciones".

Patricia González añade ejemplos como el de la persona enterrada en la tumba de Harper Road, en Reino Unido, que tenía un ajuar que los investigadores interpretaron como "femenino" y resultó ser un hombre, o los llamados "amantes de Módena", dos cadáveres abrazados del siglo VI d.C. que eran ambos masculinos aunque se identificasen como una pareja heterosexual. "Estos casos son enormemente habituales, más cuánto más antiguos sean los restos, además", añade.

Vacíos sin completar

La historiadora cree que tiene que ver con la poca tolerancia a lo que no entendemos de culturas anteriores. "Los vacíos siempre dan un poco de ansiedad, pero creo que deberíamos acostumbrarnos a convivir con esa incomodidad", añade. "Por otro lado, cuando se presenta un conocimiento al público, o ante la comunidad científica, siempre parece que hay que entregarlo 'completo', cerrado y perfecto… y no siempre puede ser. Al final lo más honrado es asumir esas dudas, o la diferencia de perspectivas, aunque tú personalmente optes por una de las distintas posibilidades".

San José recuerda que "la historia es una ciencia, una ciencia social. Por lo tanto, tú para poder tener una certeza, una evidencia científica, tienes que cumplir una serie de requisitos en tu investigación, y eso no siempre se puede conseguir. Porque no tienes claros los resultados, porque no se pueden repetir las circunstancias con un experimento. Muchas veces no sabes".

En el episodio de su libro dedicado a la guerrera de Birka, la divulgadora ha querido dejar claro "que tenemos muchísimas dudas. Antes igual teníamos un discurso muy cerrado de las cosas son así por estas razones… y ahora las nuevas investigaciones nos hacen plantearnos las cosas, a lo que podemos responder y a lo que no o que hay que trabajar con cinco hipótesis y no con una. Igual no era una guerrera, sino una líder política, o las armas eran de un familiar, o ella era una estratega. No lo sabemos, quizás no lo sepamos nunca".

Y añade: "Creo que en eso las historiadoras de no admitir: esto no lo sabemos y no sé si lo vamos a saber. Cuando tú haces divulgación y dices que algo no se sabe, parece que te dicen 'pues no serás tan buen historiador'. Igual parte de nuestro trabajo es hacer que muchas veces tenemos más preguntas que respuestas, y que se pueden hacer hipótesis, pero siempre con cuidado, con datos que puedas sustentar. Ya no puedes decir que era un gran guerrero, porque no era un hombre, pero quizás sí que fue una guerrera y la sociedad vikinga era más compleja de lo que pensamos".