España ya está lista para las fiestas de Navidad. Los alumbrados multicolor (y multiforma) ya están encendidos. Por el momento, se sabe que Vigo, por ejemplo, gasta en poner a punto, a base de luces a la neoyorquina, alrededor de 8,07 euros por habitantes.
Pero este año una nueva ciudad ha desbancado a Abel Caballero en iluminación navideña: Cádiz ha decidido invertir alrededor de 8,85 euros por cabeza en unas luces que quieren dejar boquiabiertos a los reyes de la Navidad, los estadounidenses. Lejos quedan los 1,7 euros de Sevilla o los 1,3 de Madrid.
Los fastuosos alumbrados navideños cuestan dinero. Pero ese no es el único valor que tienen. Son un atractivo turístico y económico, pero también una fuente de contaminación lumínica extra.
Como ya se explicó en ENCLAVE ODS, astrofísicos y expertos en contaminación lumínica alertan de que la emisión de luz "descontrolada" a la atmósfera tiene un impacto tanto en los ecosistemas como en el reloj biológico humano. El problema, claro está, va más allá de la Navidad y tiene mucho que ver con la manera en que se configuran los núcleos urbanos.
Antonio Manuel Peña García, catedrático del Área de Ingeniería Eléctrica de la Universidad de Granada, explica en un artículo publicado en The Conversation que "el gasto energético [de las luces de Navidad] es considerable". Eso sí, "afortunadamente se ha aliviado en los últimos años con el reemplazo de las clásicas bombillitas incandescentes de colores por luces led, cuyo consumo es mucho menor", apunta.
Ojo con los ledes
Y es que las bombillas led, a pesar de consumir menos, emiten más luz. Un estudio en el que participó la Oficina de Calidad del Cielo de Andalucía, llevado a cabo entre 1992 y 2017, señala que la contaminación lumínica ha aumentado al menos un 49% en los últimos 25 años.
Asimismo, la investigación asegura que los sensores satelitales son "ciegos" a la luz led, por lo que su nivel de emisiones podría ser mayor. "Podríamos hablar de un aumento que puede alcanzar un 270% a nivel mundial y un 400% en algunas regiones", indica Alejandro Sánchez de Miguel, investigador de la Universidad de Exeter y coordinador del estudio, en declaraciones pasadas a ENCLAVE ODS.
Otro estudio publicado en la revista científica Energy & Environmental Science apunta hacia esta misma dirección y añade un detalle: si la luz es más barata —como ocurre con los ledes— se acaba por alumbrar nuevas áreas que antes carecía de iluminación navideña. Se produce, así, un efecto rebote.
"Es posible que las mejoras en la eficiencia luminosa no se traduzcan en ahorros de energía ni en reducciones de las emisiones de gases de efecto invernadero", indica el estudio. Además, la iluminación con ledes se ha traducido en un cambio de color en las noches españolas: si antes eran anaranjadas, ahora son blanquecinas. Y esto, explican los autores, contamina más.
Según declaraciones de Alejandro Sánchez, del departamento de Física de la Tierra y Astrofísica de la Universidad Complutense de Madrid, a EFE, "el característico color naranja era muy eficiente y sostenible". Y esto tiene, además, mucho que ver con los desajustes en los ritmos circadianos humanos —esos cambios biológicos que se producen en un ciclo de 24 horas—.
Al respecto, Peña García escribe que "también sabemos que la atmósfera esparce la luz en todas direcciones. Y lo hace de manera mucho más acusada con las luces azules que con las cálidas, dando lugar a ese azul del cielo que tanto nos alegra el alma". Eso sí, matiza: "Pero parte de esa luz que sale despedida cual bola de pinball escapa hacia arriba. Y luz que no llega a los ojos es luz que no ilumina y, por tanto, energía desperdiciada".
¿Más estrés?
Peña García expone también que un alumbrado excesivamente intenso y estridente puede "estresar a las personas interrumpiendo la secreción de la melatonina y aumentando la de cortisol durante la noche". Eso, dice, "no es buena idea", pues "la melatonina nos relaja antes de dormir y el cortisol nos activa al despertarnos".
Esto, mientras se pasea por la calle, no parece una mayor amenaza. Sin embargo, los alumbrados navideños no se sitúan en el vacío y hay personas que viven en esas calles altamente iluminadas. Y cuando las fastuosas luces entran en los hogares, el sueño-vigilia puede verse interrumpido y, ahí, dice Peña García, yace su parte "realmente negativa".
Eso sí, el catedrático argumenta que, pese a todo, "al ser humano le gusta la luz". "Puede afirmarse con rotundidad que la luz y sus radiaciones hermanas (infrarrojo y ultravioleta) constituyen nuestro alimento primordial", escribe. Por eso, un día soleado hace que la gente sea más "feliz" que uno nublado y gris.
"Parece claro que el alumbrado navideño hace sentir mejor y más feliz a muchísimas personas que viven como un verdadero acontecimiento el encendido cada año", asegura en su artículo. Si bien es cierto que, aclara, aún no se sabe cuánta luz necesita el ser humano para "sentirnos más seguros y más felices".