Victoria Iglesias
Publicada
Actualizada

Al borde de la rambla en Utiel, por donde transcurre el río Magro, a las casas les faltan las puertas, a las ventanas los marcos, y los interiores se muestran vacíos, salvo por algunos objetos perdidos que nos recuerdan que este ha sido un espacio habitado. Cuando uno se mete en un salón apuntalado o en una cocina yerma todavía siente que está vulnerando un hogar que, hasta hace poco, seguro que fue cálido.

Al fondo, en la habitación más escondida, hay una máquina de coser y un piano. Pero tan humilde parece la vivienda que el piano cubierto de lodo tampoco indica que antes pudiera ser ostentoso. Encima de las filigranas de barro de su tapa sellada hay una foto. El agua se ha apoderado de los colores del papel y ha dejado un fuerte rastro a magenta. Una mujer diluida se sujeta el sombrero y parece mirar al cielo; sonríe mientras pueda hacerlo, hasta que, poco a poco, su mueca se desvanezca para siempre.

Que esto no ocurra es lo que intentan, a menos de un kilómetro de allí, en un laboratorio de campaña. Es el anexo del Museo Municipal en esta parte alta de Utiel donde no llegó el agua. E impacta ver, de nuevo, a un grupo de personas cubiertas con EPIS y mascarillas arrastrando una sábana con fotos. Entre ellas está Ester Alba Pagán, vicerrectora de Cultura y Sociedad de la Universitat de València, y Marisa Vázquez de Ágredos, directora de su área de Patrimonio. El resto del equipo lo forman voluntarios estudiantes, historiadores y conservadores de arte que empujan el objetivo de este proyecto: un rescate de la memoria familiar.

En estas horas de trabajo no solo se han encargado de recoger nuevas imágenes, sino de empezar cuanto antes el proceso que frene su deterioro, ya que suelen venir llenas de microorganismos. "Lo más importante es secarlas. Si está llena de hongos se suele meter directamente en los congeladores para matar el bicho. Si no, después del secado, hacemos varios lavados y procedemos a secar, de nuevo" dice Mariló, historiadora de arte y voluntaria. "En Utiel las calderas no sólo esparcieron el agua, también el gasoil, y este mató muchos microorganismos. De todas formas, estamos en la primera fase, recogiendo, clasificando".

El objetivo de la restauración es secar las fotos y eliminar los microorganismos. Victoria Iglesias

"Hemos recopilado ya más de 100.000 imágenes. Todo empezó con un mensaje por redes. Era prioritario, avisar a la gente que no tirara sus álbumes. Y enseguida se empezó a correr la voz", añade Marisa Vázquez de Ágredos que es consciente del arduo trabajo al que se enfrentan: "Pero ver a las personas, a pesar del dolor que todos tenemos, nos llena de energía". "Este un trabajo comunitario que nos ayuda a todos como sociedad, y también a iniciar un proceso de resiliencia personal porque estamos todos en un momento de trauma. Hemos abierto tres laboratorios de campaña, y abriremos más", termina explicando Alba.

Técnica y emoción

En la misma dirección se expresa Álex Villar, historiador del arte, director del Museo de Arte Cotemporaneo, L´ESART y del Museo de la Festa en Algemesí, al frente de otro de los centros de recuperación. Asegura que primero están los técnicos que actúan de manera muy eficiente y luego "los románticos emocionales como nosotros", lo dice mirando a Álex Vercher que también forma parte del equipo. "Cuando empezamos a recoger las primeras fotos fue un momento dulce, de esperanza; pero a la vez que escuchas las historias que hay detrás de ellas, la herida se va abriendo y sientes ese dolor de todo lo que se ha perdido".

Ambos se ocupan también de secar casullas, tapices y fotos de la Básilica de San Jaime Apóstol, donde de momento las campanas están paradas hasta que se decrete oficialmente el duelo. "El dolor ha sido tanto, que no nos atrevimos a hacer nada", dice Villar secretario de la asociación de campaneros.

También en Algemesí Melania tiene casi limpio el bajo de su casa, pero vacío. Su perrita Sena todavía está asustada. Melania habla constantemente, tal vez para sacudir el susto y el dolor que lleva en el cuerpo, por eso pasa del ánimo a la desesperanza y de la risa al llanto. Su hija Gemma trata de consolarla, no se separa de ella mientras pasean por el pueblo con esa nube de polvo marrón que no desaparece. Ellas son algunas de estas vecinas que llevaron al laboratorio las fotos que hoy cuelgan de tendales, o están ya distribuidas en cajas, entre papel secante y bolsitas zip.

Carmén Onate. Victoria Iglesias

Carmen Onate Ponce y su cuñada Puri Garrido dejan sus marcos empapados en Torrent, en el espacio que Salvem les fotos ha puesto a disposición el Museo Comarcal de l´Horta Sud. Ellas se acercan desde Albal para intentar que le salven el retrato de su madre, entre otros, casi anulados por la avalancha. "Si no estaba lloviendo y nadie nos avisó. Me llamó un familiar que vive dos calles más allá y me dijo: Carmen que va para allá el agua. Y del tobillo enseguida subió a la rodilla mientras salí de la casa para ir a un piso e intentar salvarme". Es entonces cuando se rompe a llorar mientras pasa el dedo por el cristal roto: "Todo lo que tenía de mi marido guardado. Todos los recuerdos se han ido. Yo ya tengo 70 años, que voy a esperar ya de la vida…". Luego, desde el balcón vio los contenedores pasar, y los coches. Se fue la luz y todo se oscureció "Fue como un mal sueño", dice Garrido.

Con el mismo objetivo de conservar recuerdos, llegan Sheila y Manuel desde Paiporta. Es el álbum de la boda lo que traen en sus manos. Los ojos vidriosos, y el semblante triste, tímidos y mirando al suelo donde todavía se deposita el susto y la pena. "No te toques la cara", le dice Sheila a su marido. Al preguntarle por qué, me hablan del miedo que también tienen a todo lo que les han dicho, sobre el barro que puede tener bacterias y enfermedades. La historia que cuentan materializa todas las imágenes que hemos visto por la tele.

El agua hasta el primer piso, las cuerdas agarradas a la cintura, las puertas que se bloquean con los contenedores y los coches. Personas que mueren. Personas que pueden salvarse. Ese ruido que golpea toda la noche oscura. Ese olor a humedad que se mete por el cuerpo. Y la vecina octogenaria que se ha podido subir a la mesa de un patio a la que le lanzan mantas desde la ventana para que no muera de humedad, de soledad, de frío o por el mismo agua que sube sin parar.

Los valencianos pueden llevar todas las fotos a restaurar. Victoria Iglesias

Manuel lleva, en la foto, una corbata dorada, y un chaleco, dorado como el pelo de Sheila hoy. Parece que se ha desteñido la tela, esparciendo su tono por el Museo de las Artes y Las Ciencias de Valencia, donde posaron felices. Pero este nuevo color no es solo más que barro.