A finales de 2023 los titulares decían que el año se había "salido de la tabla", que El Niño había batido todos los récords en los termómetros. 2024 empezaba alertando de que era muy probable que el año rompiera esa barrera de los 1,5 °C de la era preindustrial que el Acuerdo de París advertía como línea peligrosamente rojiza.
El año está a punto de concluir con la nada sorprendente noticia de que, efectivamente, se ha superado el récord. 2024 tiene el dudoso mérito de ser el más caluroso desde que hay registros.
El informe Global Carbon Budget, presentado por la iniciativa Carbon Project de la Universidad de Essex, aseguraba en noviembre que, a un mes de acabar el año, ya se habían superado, ligeramente, las emisiones de todo 2023. Aunque lo cierto es que el aumento anual de emisiones de gases de efecto invernadero se ha frenado, lo más preocupante es que no han bajado.
En estas condiciones, los desastres naturales han sido cada vez más devastadores, desde la reciente DANA que asoló España al tifón que arrasó el departamento francés de Mayotte, frente a Madagascar, dejando más de 1.000 muertos. Por el otro extremo, Somalia sufrió una de las peores sequías en décadas; no llovió mientras que las temperaturas subieron y secaron los acuíferos, dejando el país en una situación de sequía extrema.
Cuando las lluvias torrenciales asolaron Valencia, Isabel Moreno, física meteoróloga, explicaba a ENCLAVE ODS | El Español que una atmósfera con una mayor concentración de gases de efecto invernadero sería más caliente y tendría una mayor capacidad de retención de humedad. Es decir, que las tormentas serán más abundantes. Además, en un ciclo que se retroalimenta, al hacer más calor se evapora más agua hacia la atmósfera.
'Inactivismo' internacional
El contexto no es bueno para el clima. Todos los indicadores disparan las alarmas. El profesor de la Universidad de Estocolmo, Johan Rockström, junto a otros 28 científicos internacionales, identifican nueve categorías para enfrentarse al "cambio ambiental global": los límites planetarios. No se refiere a las emisiones de gases de efecto invernadero, principal causa del cambio climático, sino a los niveles dentro de los cuales se considera que la vida en la Tierra podría operar de forma segura.
Entre estos parámetros están las reservas de agua dulce, la reducción del agujero de la capa de ozono, la biodiversidad o el cambio de actividades que hay sobre el terreno. En septiembre de 2024 se publicó un informe con una evaluación completa de todos los valores que habían identificado. De ellos, seis ya habían superado los niveles seguros y el resto mostraba tendencia al alza.
Los únicos que se encuentran en zona segura son el agujero de ozono, los aerosoles de la atmósfera y la acidificación de los océanos. Rockström advierte de lo que los científicos climáticos ya han avisado suficientes veces: "El planeta está cambiando más rápido de lo que se esperaba. A pesar de los años que llevamos advirtiendo, vemos que habíamos subestimado los riesgos. Están ocurriendo cambios más allá de las previsiones científicas".
Mientras tanto, la comunidad internacional se mueve a pasos cortos. La cumbre del clima de este año, en la que se reúnen los líderes mundiales para establecer un plan para enfrentarse a la crisis climática, se saldó con un acuerdo de financiación de 300.000 millones de dólares. Muy lejos del billón de dólares anuales hasta 2030 que necesitan los países más vulnerables para adaptarse.
Ahora todos los ojos están puestos en la cumbre del año que viene, la COP30, que se celebrará en un lugar con mucho simbolismo. Belém, en la desembocadura del río Amazonas, acogerá el encuentro 10 años después de la firma del Acuerdo de París, por el que los países se comprometieron a reducir sus emisiones.
En esta cita tendrán que sacar las cartas y presentar los avances que han hecho hasta ahora en sus estrategias. Será el momento de evaluar las contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC, por sus siglas en inglés), esto es, cuánto contamina cada país según las métricas que han ido acordando año tras año.
El caso de España
Las hojas de ruta son diferentes para cada país, según sus circunstancias, capacidades y prioridades. Cada uno identifica cómo pretende mitigar las emisiones y adaptarse a los efectos del cambio climático.
El plan de España se centra fundamentalmente en la transición energética y en la apuesta por las energías limpias. Aunque hay autores como Antonio Turiel que llaman a no dejarse cegar por el brillo verde de las renovables y recomiendan hacer un plan de decrecimiento.
Desde la crisis de 2008, "las fuentes renovables alzaron el vuelo, pero el problema es que siempre necesitarán un respaldo", recuerda el autor. Y ese respaldo está atado, al menos por ahora, al gas.
Hasta este momento, España ha estado dopada con financiación europea para la instalación masiva de renovables. Estos fondos han sido ampliados a 2026, aún así, según Turiel, se está construyendo tanto gracias a ese dinero y porque hay unas expectativas de sacarle rendimiento. La cuestión es qué pasará cuando esas fuentes dejen de ser rentables.