Violencia, clima extremo y el regreso de Trump a la Casa Blanca: lo que 2025 depara a los derechos humanos
- Los negacionistas, los derechos de las mujeres o la ayuda humanitaria, entre los temas a debate por el cambio de rumbo de Estados Unidos.
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Entre el 9 y el 13 de diciembre, más de 31.000 científicos se reunieron en Washington DC en la convención de la Unión Americana de Geofísica (AGU, por sus siglas en inglés). Durante la cita de este evento anual en 2024, una nube negra condensaba el aire, según los asistentes. Bueno, o más bien roja, el color que acompaña allá donde va al presidente electo de Estados Unidos.
El regreso del republicano Donald Trump a la Casa Blanca no está siendo un plato de buen gusto para la comunidad científica estadounidense. Ni para la mundial, ya puestos. Su idilio con los combustibles fósiles, su discurso de odio hacia las renovables y sus mensajes negacionistas (del cambio climático, de las vacunas… y de la ciencia en general) provocan cuando menos ansiedad.
Así, por el momento, se lo aseguran los investigadores de la AGU a The Guardian. Un científico de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, por ejemplo, confiesa que él y sus colegas sienten que tienen "un objetivo en la espalda". El miedo a la deriva negacionista del presidente es tal que la misma persona insiste en que la agencia para la que trabaja ya está tratando de "cambiar de rumbo".
Es decir, los organismos públicos estadounidenses dedicados a investigaciones relativas al calentamiento global ya están pensando en reemplazar las menciones a la crisis climática por términos "más aceptables" como "calidad del aire". Palabras que, en cierto modo, apaciguarían a quienes entonan ese MAGA —acrónimo del lema de Trump, make America great again—.
El medio británico denomina lo que sucede a la comunidad científica estadounidense de "ataque de ansiedad colectiva". Razones no les faltan: el presidente electo ha calificado la ciencia climática de "estafa gigante". Y son muchos los investigadores que recuerdan su último mandato, cuando EEUU abandonó el Acuerdo de París y Trump intentó recortar la financiación a la ciencia patria.
Asimismo, la última elección de Trump para liderar la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés) defendía que la institución era "activista" y se oponía a sus labores fundamentales de cuidado del entorno. Además, en su primer mandato llegó incluso a castigar a los científicos que consideraba "hostiles" a los intereses de las industrias fósiles y química.
A partir del 20 de enero, será Lee Zeldin, representante republicano de Nueva York, el que liderará la EPA en esta nueva era Trump. Y se alineará con el plan del presidente electo de "potenciar la energía estadounidense" y apoyar el extractivismo de combustibles fósiles.
El clima, en jaque
Esta nueva legislatura, por el momento, promete todavía más ideologización de la ciencia. Porque, como explica Tim G. Benton, profesor e investigador del think tank británico Chatham House, a ENCLAVE ODS, la agenda del 47º presidente de los Estados Unidos tendrá "consecuencias tanto en el medioambiente como en la manera en que se gobierna el país".
Su impacto "real", indica, no vendrá propiciado solo por las regulaciones internas —o la eliminación de las mismas— relacionadas con el clima. Ni siquiera a un posible abandono del Acuerdo de París. Para Benton lo realmente sustancial estará relacionado con la manera en que Trump "quiere reconfigurar la economía estadounidense y su rol en el mundo".
Eso, vaticina, "podría propulsar una nueva era de las relaciones internacionales que haría descarrilar, aún más, la gobernanza climática". Algo que, por definición, pondría en jaque los derechos humanos de personas en el mundo entero.
Pisar el freno de la descarbonización significaría que, por ejemplo, los pequeños Estados insulares —que más sufren ya las consecuencias del calentamiento global y menos han contribuido a él— se quedarían varados en sus intentos de adaptación.
Peor aún sería que el presidente de EEUU decidiese dejar de financiar la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (UNFCCC, por sus siglas en inglés), clave para cumplir —y fiscalizar— las políticas climáticas.
De Trump a los talibanes
Aunque, claro, el clima no es lo único que el presidente electo tiene en el punto de mira. Los derechos de las mujeres, como se ha venido viendo desde su última legislatura, se estremecen con su regreso. En junio de 2022, el Tribunal Supremo, de mayoría conservadora, derogaba la sentencia que permitía que el aborto fuese legal en EEUU: Roe vs Wade.
Así, se hacía realidad una de las promesas electorales de Trump y una de las principales batallas de los ultraconservadores. Fueron, precisamente, los estados republicanos los que, como un gotero, han ido desde entonces eliminando el acceso a la interrupción voluntaria del embarazo en todo el país.
Según el propio Centro de Derechos Reproductivos de EEUU, el mandato del magnate traerá consigo "nuevas amenazas" para las mujeres. Y señala como esta situación no es exclusiva del país, sino que se trata de una consecuencia directa del "auge de las agendas ultraconservadoras" en buena parte del planeta.
Nancy Northup, presidenta y CEO del centro, lamenta que "los antiderechos extremistas" vayan a regresar a la Casa Blanca y al Senado. Acusa, además, a Trump y los suyos de "ejercer el poder en detrimento de las poblaciones vulnerables y tratar de socavar décadas de progreso en la igualdad de género".
Y es que, se teme, una prohibición absoluta del aborto a nivel federal y que se persiga a las mujeres que interrumpan de manera voluntaria su embarazo, incluso si hubiese riesgo para su vida. Estados Unidos no sería, por desgracia, el único país en hacerlo: como ya se explicó en ENCLAVE ODS, esta prohibición entraría dentro de las violencias machistas que en todo el planeta se ejerce contra las mujeres.
En el siguiente mapa se puede observar el estado o nivel de protección de este derecho en todo el mundo. Se comprueba que en buena parte de los Estados la libertad sexual y reproductiva de las mujeres está gravemente restringida. Una tendencia que, según las oenegés de protección de los derechos humanos, solo va a peor.
El caso más extremo sería, por ejemplo, el de Afganistán, país en el que las mujeres prácticamente tienen prohibido existir —permítame la licencia—. Desde que los talibanes tomaron el poder en agosto de 2021, las afganas han desaparecido.
A partir de los 11 años acceder a la educación no es una posibilidad, aunque el golpe final llegó este verano, cuando una nueva ley prohibía a las mujeres no solo exponer su cuerpo en público, bajo ninguna circunstancia, sino su propia voz. Así, ya no pueden hablar, reírse o cantar.
La última prohibición, además, las invisibiliza aún más (si cabe). El pasado 30 de diciembre, el Gobierno de facto de los talibanes prohibió la construcción de ventanas en edificios residenciales que tengan vistas a casas vecinas en las que residen mujeres.
"Las ventanas que den a zonas tradicionalmente utilizadas por las mujeres de los hogares vecinos estarán diseñadas de tal manera que queden bloqueadas por paredes u otros medios", aseguraba a EFE el portavoz adjunto de los talibanes, Hamdullah Fitrat. Así, ellas desaparecen no solo de la vida pública, sino de la vista de todos.
Y aunque parezca extremo, el caso afgano es real y demuestra cómo los derechos adquiridos pueden desaparecer de un plumazo en un abrir y cerrar de ojos.
Una valla más alta
Una de las primeras frases que pronunció Donald Trump cuando se enteró de que sería el nuevo presidente de Estados Unidos fue un "vamos a arreglar las fronteras", seguido de un "tenemos que poner bien todo lo que está mal en nuestro país". Y es que una de las mayores obsesiones del magnate, aparte del cuerpo de las mujeres, son las personas migrantes.
Como recuerdan desde Reuters, Trump planea realizar "deportaciones masivas"; algo que, alertan desde la agencia de noticias, partiría en dos a miles de familias y pondría en jaque a muchas empresas para las que su mano de obra es clave. Se estima que el número de personas migrantes viviendo en Estados Unidos en la actualidad se encontraría entre los 13 y los 14 millones.
De ellas, según Reuters, "muchos tienen estatus de protección temporal", por lo que "no se les puede deportar inmediatamente". Otros muchos —alrededor del 44%— viven en "estados santuarios que limitan la colaboración con las políticas migratorias federales". Sea como fuere, los planes del presidente electo son claros: deportaciones masivas y vallas más altas.
Las oenegés ya denunciaron las violaciones de derechos humanos de las personas migrantes durante el último mandato de Trump. Ahora, temen que su persecución se recrudezca y ponga contra las cuerdas a quienes peregrinan todos los años hasta la frontera de México con EEUU, huyendo del narcotráfico, de la pobreza y de la violencia.