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Fotografía de los arrozales del Delta del Ebro durante el atardecer. Cedida
El "mosaico de posibilidades" del Delta del Ebro: cultivos de invierno y márgenes florales para promover la biodiversidad
Kellogg's y el Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias desarrollan Origins, un programa comprometido con el medioambiente.
Más información: La innovación en agricultura regenerativa: fomentar la sostenibilidad sin sacrificar competitividad
En 1898, los hermanos Will Keith y John Harvery Kellogg, en un intento fallido de preparar granola, dejaron algo de trigo en el horno. Ocho años más tarde, en 1906, este afortunado accidente daba origen a lo que hoy es Kellogg's. Fue en 1977 cuando esta marca aterrizó en España y, tras probar con una pequeña planta de producción en Figueras (Girona), en 1980 comenzaba la construcción de la fábrica de Valls (Tarragona).
Arrancaron con 20 empleados y ya son 315 los trabajadores que, con su empeño diario y una producción constante los 365 días del año, consiguen elaborar 600 toneladas de cereales. Esto se traduce en 600.000 paquetes vendidos al día que dan lugar a seis millones de desayunos diarios.
Pero su éxito no es sinónimo de mala praxis, lo que confirman empleando paneles solares para producir energía y depuradoras de agua para minimizar su consumo, a la par que aplicando una política de desperdicio cero, sirviendo el resto para pienso animal. Y es que para una compañía cuya razón de ser es de origen vegetal, respetar el medioambiente es primordial.
Con unos pocos años menos en la historia está el Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias (IRTA), que abría sus instalaciones hace 36 años en Amposta, Tarragona. Así, en 2013, ambas instituciones se fusionaban para lanzar el programa Origins con el objetivo de, como su propio nombre indica, volver a los orígenes, volver al campo, para lograr un producto con menor impacto en el planeta y mayor rentabilidad para los agricultores.
Por y para el campo
Sustentado en unos pilares que promueven el desarrollo sostenible —económico, medioambiental y social— este proyecto se ha convertido en un ejemplo internacional para la compañía.
Desde su creación, explica Mar Catalá, investigadora del IRTA y coordinadora de Kellogs's Origins, su actividad ha ido adaptándose a las necesidades de los agricultores. Eso sí, sin perder el foco de aportar "soluciones para mitigar el cambio climático, mejorar la seguridad alimentaria, preservar la biodiversidad y hacer un uso eficiente de los recursos".
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Fotografía del equipo del IRTA junto al cartel de Kellogg's Origins. De izquierda a derecha: Mar Catalá, Néstor Pérez y Eva Plá. Cedida
Y es que el Delta del Ebro, el entorno en el que conviven, está muy expuesto a "la vulnerabilidad de cualquier cambio", porque, señala Catalá, es "un ecosistema muy frágil que está en constante equilibrio con el mar". Lo que, sumado al singular cultivo del arroz —que funciona mediante inundación— hace del cuidado del paisaje una tarea fundamental.
Con ese objetivo en mente, cuenta la investigadora, la primera acción de Kellogg's fue escuchar a los agricultores para conocer de qué manera podían ayudarles. Descubrieron que las producciones medias eran muy bajas y detectaron falta de formación en lo respectivo al campo, por lo que, desde el IRTA, empezaron a ilustrarles para que pudieran "ser autosuficientes e independientes".
Comenzaron con 16 miembros y este 2025 ya han alcanzado los 100, una cifra que no es de extrañar cuando se trata de una enseñanza "extremadamente adaptada a sus necesidades". Su método se basa en invitarles a "cultivar el arroz con buenas prácticas", lo que consiguen a través de medidas como la monitorización agronómica, el asesoramiento in situ o el intercambio de información.
A nivel medioambiental han favorecido el análisis del suelo, plantado 155 árboles autóctonos y mitigado el efecto del cangrejo rojo americano por medio de la implantación de márgenes florales. Además, han creado cajas-nido de murciélagos, hoteles de insectos y han promovido el control de las plagas y los cultivos de invierno.
Mejorar el sistema inmune
Quien desarrolle un buen sistema inmune le será más fácil enfrentar enfermedades, aunque bien es cierto que, si esto no resulta suficiente, en algunos casos tendrá que recurrir a la medicación. Similar es la situación del campo o, por lo menos, así le gusta describirlo a Néstor Pérez, experto en biodiversidad del IRTA y colaborador de Kellogg's Origins.
Esto, en la visión de los cultivos, se traduce en responder a las especies invasoras, como es el caso del caracol manzana en Cataluña, con enemigos naturales. El motivo, además de eliminar las amenazas para el campo, se justifica en que el uso de pesticidas afecta a todos los animales del entorno.
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Fotografía de los márgenes florales en los cultivos de arroz del Delta del Ebro. Cedida
Y es que la tierra, o mejor dicho, la biodiversidad, puede tardar meses en recuperarse de un daño de estas magnitudes. De hecho, si un mosquito estuviera en su ciclo reproductivo, este acto podría concluir en el fin de la expansión de esa especie.
Por esa razón, Pérez defiende el uso de diferentes plantas en los márgenes, con el objetivo de criar a esos enemigos naturales para que actúen como barrera protectora frente a los invasores que pueden intervenir el cultivo. Y lo explica poniendo el ejemplo del cangrejo rojo americano que, al encontrarse con este hándicap, ve minada su capacidad para crear conductos —acción que daña a la cosecha— y lo percibe como un entorno hostil donde podría encontrar enemigos que afecten a su supervivencia, por lo que decide no adentrarse en esas tierras.
Otra de las medidas naturales que promueven desde el IRTA, esta vez frente al caracol manzana, es la opción de cultivar en seco. De este modo, se deja que el arrozal tome cierta altura y, cuando ya no está en un nivel crítico, se inunda, permitiendo el correcto crecimiento de la plantación.
Así, mientras el caracol permanece inactivo, la semilla puede germinar y crecer libremente. Sin embargo, esta no es una opción disponible para todos, porque en el momento en el que llueve se tiene que inundar el campo y, si todavía la planta no se ha desarrollado lo necesario, puede llevar a que esta especie invasora desperdicie cosechas enteras.
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Fotografía de los arrozales del Delta del Ebro durante el atardecer. Cedida
Esto ha sido lo que le ha ocurrido a Angels Armenós, agricultora arrocera de Kellogg's Origins. Tal ha sido su problemática, que ha tenido que aplicar pesticidas hasta en tres ocasiones en alguna de sus parcelas, lo que, al igual que con los medicamentos, también resulta negativo, porque al abusar de estos químicos los invasores ganan resistencia y estas medidas pierden eficacia.
Cultivos de invierno
A principios del mes de mayo es cuando se realiza la siembra del arroz y este proceso concluye con la recolección, que se efectúa de septiembre a octubre. De este modo, los campos se mantienen libres en los meses de invierno y es aquí donde entra otra de las propuestas del IRTA.
Hay quienes piensan que el doble uso de la tierra podría llegar a estresar al suelo, pero la duda continua latente en el caso de la plantación de arroz. Así que, aunque aun en proceso de investigación sobre su posible impacto en la tierra, Catalá señala que, durante la temporada en la que los cultivos están secos, se pueden aprovechar para generar otro tipo de cosechas.
Y es que, donde antes había una lucha contra el entorno, ahora la tendencia está tornando hacia una convivencia, por lo que adaptarse a estas innovadoras ideas podría ser beneficioso para el campo. De hecho, explica la coordinadora de Origins en el IRTA, "el programa les ha ayudado durante más de una década a prepararse para el futuro y mientras muchas medidas parecían ciencia ficción, nuestros agricultores ya las cumplían".
Por eso, asegura Pérez, "hay que salirse de esa visión dicotomizada y adaptarse", tal como muestran desde el instituto de investigación. Durante esta temporada de frío están probando con cultivos de leguminosas, como la veza y los guisantes, a la par que aplican técnicas agrícolas como el barbecho, el testigo —para comprobar, por ejemplo, como reacciona la tierra sin fertilizantes— y el ray grass, que pertenece a la familia de las herbáceas.
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Fotografía del cultivo de arrozales. Cedida
De este modo, podrán ver de qué forma los cultivos ayudan a mejorar la productividad del suelo. Al mismo tiempo, comprobarán su impacto en aspectos como la biodiversidad, la salinidad, la erosión del suelo o la emisión de gases de efecto invernadero de metano. Y, una vez obtengan los resultados, podrán ver qué acciones puede minimizar estas cuestiones.
La idea aquí es conseguir que estas prácticas aporten un beneficio, no solo a las tierras sino también a la biodiversidad del entorno, ya que el Delta del Ebro es el lugar de reposo de muchas aves de Europa. Porque, concluye Pérez, "lo interesante es plantear un paisaje heterogéneo" donde parcelas inundadas y secas se combinen.