"¿Cómo describiría el olor de la nieve?". Esta es la pregunta que se hizo hace unos días el periodista Dawn Fallik del Washington Post. Puede parecer que la nieve, como el hielo o el agua, no están olorizados con una fragancia concreta, como lo pueden estar las flores, la madera o la gom. Sin embargo, según algunos científicos, esto está empezando a cambiar debido al cambio climático.
[Así es la "nieve verde" que tiñe la Antártida: el fenómeno que inquieta a los científicos]
Cuando la borrasca Filomena —la tormenta de nieve más grave desde 1971— azotó la Península, la nieve se convirtió durante unos días en uno de los compañeros de los que no se podía huir. Un vídeo que se hizo viral por las redes sociales advertía de que lo que había caído del cielo no era nieve, sino plástico, puesto que al prender un trozo de hielo con un mechero se generaban restos de hollín.
Rápidamente, los científicos se apresuraron a desmentir este bulo. El biólogo y divulgador Eduardo Bayón fue uno de los primeros en explicar esta reacción: “Al usar un mechero estamos quemando un combustible (butano o gasolina), que contiene una interesante cantidad de impurezas que, al quemarse forman hollín”.
Tras corroborar que, efectivamente, la nieve que cae en España es agua congelada, cabía preguntarse: ¿tiene un olor específico?
Por qué huele la nieve
"Estrictamente la nieve la podemos imaginar como agua helada. Entonces, el agua en sí misma, no tiene olor", señala el doctor Santiago Marco Colás investigador de la Red Olfativa Española y del Instituto de Bioingeniería de Cataluña (IBEC).
Sin embargo, hay personas que sostienen que pueden oler la nieve. El investigador apunta a dos posibles causas de la sensación de olor. La primera tendría que ver con las propias condiciones de la nevada: "Si la nieve nos hace percibir algún olor, es probable que las condiciones de nevada, con mucho frío y humedad, provoquen que se produzca una variación de lo que tú normalmente estás oliendo".
Así, la respuesta parece clara, la nieve no es más que agua congelada, y el agua no huele. La sensación de oler la nieve no responde más que una percepción. "A lo mejor estás en una circunstancia en la que te parece que no hueles nada. En realidad esto es porque el sentido del olfato se ha adaptado a esa condición, lo que llamamos técnicamente habituación o adaptación", aduce el investigador.
Una cuestión de temperatura
Cuando las temperaturas se aproximan al punto de congelación —0 °C—, justo antes de que nieve, es más difícil detectar los olores en el aire que durante unas condiciones climatológicas más cálidas. "El frío condiciona mucho los aromas. No es lo mismo oler algo en caliente que en frío. Huele mucho más en caliente", explica la doctora Laura López-Mascaraque, presidenta de la Red Olfativa Española (ROE) e investigadora del CSIC en el Instituto Cajal.
Según las declaraciones de la "científica olfatoria" Pamela Dalton, del Monell Chemical Senses Center, a Phyisics Central, el clima frío ralentiza las moléculas que se encuentran en el aire, o lo que es lo mismo, cuanto menor es la temperatura o energía, más lento se mueven, menos actividad hay y, por lo tanto, menos penetrantes son para el olfato. Así, el “olor a nieve” no es un olor específico, sino más bien una sensación en la cual se huele menos de lo que uno está acostumbrado.
"La bajada de temperatura lo que hace es que podamos oler menos. Los olores se vuelven menos fuertes, menos penetrantes", explica López-Mascaraque.
Nervio trigémino
"Cuando estás en una montaña, hace frío, está nevando, tienes una experiencia cinestésica, en la cual te influye el frío que está haciendo. Tenemos una serie de sensaciones en el cerebro y estamos viendo todo blanco. La vista y el ruido se ven influidos. El tacto también", explica. Es en circunstancias como esta cuando se activa el nervio trigémino, que es el que produce esa experiencia sensorial que se asoci
"Otra parte del sistema del olfato que es el nervio trigeminal. Esto a veces da una percepción de cosas irritantes, por ejemplo el amoniaco. Es una percepción de una irritación del epitelio. Entonces si hace mucho frío es posible que se reseque la muscosa y esto a través del nervio trigémino pues tú tienes una percepción integrada", explica Marco Colás.
El nervio trigémino interviene, por ejemplo, en la sensación del gusto. Laura López-Mascaraque explica que los dos principales sentidos que intervienen a la hora de saborear algo son en un 80% el olfato y en un 20% el gusto, a través de las papilas gustativas. Pero "la sensación al picante, al frío, al calor no se dan a través de las papilas gustativas ni de los olores en sí, sino que va a través del nervio trigémino, que es el que capta esas sensaciones".
Cambio climático, ¿y contaminación?
La segunda explicación posible a la sensación de olor a nieve, aducida por Marco Colás, es que "la nieve en contacto con la tierra o con las plantas o con la hierba se contamine de algún tipo de sustancia que sea volátil y podamos percibir con nuestro sentido del olfato".
Cuando nuestra pareja o nuestro vecino “huele” la nieve, no es que tenga una sensibilidad especial, sino que el olor al que se refiere no es directamente el de la nieve o el hielo, sino el de algunas impurezas que están en contacto con la nieve y que acaban siendo absorbidas por ésta. Un estudio de la Universidad McGill de 2016 explicaba que entre ellos se encuentran los gases que emiten los coches.
Johan Lundstrom, profesor e investigador de neurociencia clínica en el Monell Chemical Senses Center en Filadelfia explicó al Post que a medida que pasa el tiempo la nieve absorbe más y más compuestos aromáticos del aire, provocando que la nieve comience a oler. Y algunas moléculas afectan más al olfato que otras.
También en declaraciones al Post, Parisa A. Ariya, química e investigadora de la Universidad McGill explica que el cambio climático está afectando a cómo huele la nieve. A medida que el suelo y el aire se hacen más calientes, se incrementa la circulación e intensidad de las moléculas del olor.
Los investigadores de la Red Olfativa Española confirman estas tesis: "No es lo mismo vivir la nieve en una montaña en los Alpes, en Navacerrada, que en Madrid. Porque aquí lo que tú tienes es que vas a tener los olores de todas las impurezas que están en el aire. No es lo mismo que esté nevando a 2000 metros de altura que en una ciudad. Los coches, los vapores y todo lo demás hacen que una cosa y la otra no tengan nada que ver", explica López-Mascaraque.