Están en la ropa, en las sartenes e, incluso, en las bolsas de palomitas. Los químicos nocivos eternos e invisibles, conocidos como PFAS, se han acumulado durante décadas en productos de uso cotidiano, pero lo que más preocupa son los niveles que pueden llegar a alcanzar en nuestros organismos y que nos llegan a través de vías como la comida que ingerimos habitualmente.
Un estudio publicado hoy en la revista científica Environmental Research añade ahora más literatura científica sobre la contaminación a la que sometemos a nuestro entorno, y que llega a productos tan habituales en nuestras mesas como los pescados. Según los resultados de la investigación, una sola porción de pescado de agua dulce por año podría ser igual a un mes de agua potable mezclada con químicos en niveles altos y dañinos.
Es la conclusión a la que han llegado los científicos de la organización medioambiental Environmental Working Group (EWG) tras analizar más de 500 muestras de filetes de pescado capturados en Estados Unidos entre 2013 y 2015. En total, el nivel encontrado fue de 9.500 nanogramos por kilo.
[Llueven químicos persistentes: el reciclado perverso y continuo de estas sustancias invisibles]
Para comprender la gravedad del problema, solo hay que acudir a informaciones como las que publica la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), que establece como ingesta semanal tolerable (IST) 4,4 nanogramos por kilo de peso corporal de estas sustancias.
Scott Faber, vicepresidente senior de asuntos gubernamentales de EWG, califica de “impresionantes” los hallazgos y asegura que “comer una lubina equivale a beber agua contaminada con PFOS -un tipo de químicos persistentes- durante un mes”. En este sentido, David Andrews, uno de los científicos autores del estudio, comenta que “las personas que consumen pescado de agua dulce, especialmente aquellas que comen pescado con regularidad, corren el riesgo de tener niveles alarmantes de PFAS en sus cuerpos”.
Hay que tener en cuenta que estas sustancias, utilizadas normalmente para la elaboración de productos repelentes al agua, por ejemplo, encuentran su edén en el polvo, en el agua y en los alimentos. Lo peligroso, precisamente, está en las dos últimas fuentes de exposición porque, una vez ingeridos, son bioacumulables: se adhieren a nuestros tejidos y circulan por nuestro flujo sanguíneo.
[Los PFAS, el ‘veneno’ persistente en los productos para niños al que la UE quiere poner freno]
Como señala el estudio publicado en Environmental Research, las dosis muy bajas de PFAS en el agua potable se han relacionado con la supresión del sistema inmunitario o una disminución de la respuesta del sistema inmunológico a la vacunación. Además, se ha vinculado a estos químicos con el aumento del colesterol, problemas reproductivos y de desarrollo o mayor riesgo de presión arterial, entre otros.
Las muestras más afectadas por estos químicos eternos se detectaron, además de en ríos y arroyos, en los grandes lagos y en áreas urbanas. De hecho, el estudio publicado señala que unos 200 millones de personas en EEUU deben estar bebiendo agua contaminada con estos químicos. Sustancias que, además, no desaparecen si se tiran o se desechan. “Nuestra investigación muestra que los métodos de eliminación más comunes –como la quema o el lavado de materiales con PFAS– pueden terminar provocando una mayor contaminación ambiental”.
Toda esta contaminación encontrada por los autores del estudio proviene de más de 40.000 contaminantes industriales. Decenas de miles de instalaciones de fabricación, vertederos municipales y plantas de tratamiento de aguas residuales, aeropuertos y sitios donde se han utilizado espumas contra incendios que contienen PFAS son fuentes potenciales de descargas de PFAS. Una contaminación que se ha filtrado a los ríos, al suelo, los cultivos y la vida silvestre –como es el caso de los peces–.
Qué pasa en España
Los hallazgos de este grupo de científicos estadounidenses se suman a los publicados anteriormente en países como España. En 2017, una investigación publicada en la revista Science of the Total Environment, elaboró el mapa de la contaminación por sustancias perfluoradas en nuestro país.
Concluyó que la población española está expuesta a los químicos eternos en niveles semejantes a otras europeas. Según el estudio, los mayores porcentajes se encontraron en su día en Cataluña, Galicia y País Vasco, con niveles medios superiores a 8,5 microgramos por litro de suero. Además, a mayor edad, mayores niveles de químicos en el organismo, con una media de 9,9 microgramos. Sobre todo, en hombres.
Este no es un problema reciente, llegó con la industrialización. Sin embargo, es ahora cuando se están tomando medidas para controlarlos, razón por la que aún tardarán un tiempo en reducir su impacto.
La medida más reciente a escala europea ha sido la del último reglamento aprobado sobre contaminantes orgánicos persistentes, que establece una obligación de proteger la salud humana y el medioambiente frente a estas sustancias tóxicas. Entre otras cosas, introducen límites a los químicos tóxicos en los residuos y hace más estrictos los ya existentes.
En países como España, se aplicarán estas medidas a lo largo de este 2023 una vez se transponga mediante reglamento (no más tarde de los seis meses posteriores a su aprobación).