Muy pocos británicos -por no decir ninguno- estaban acostumbrados a las temperaturas que sufrieron el pasado julio. Vivieron una ola de calor histórica con temperaturas de 40 grados a principios de mes, lo nunca visto desde que hay registros, en 1914. El país, prácticamente, se paralizó por unas horas. El transporte público y, en particular, las líneas de ferrocarril redujeron sus servicios y se recomendó a los ciudadanos evitar viajar, teletrabajar y permanecer en interiores durante las horas más calurosas.
Ahora se conoce que esa ola de calor fue un síntoma de la nueva normalidad que está creando el cambio climático. Y, lo preocupante, es que las temperaturas más cálidas de lo normal no se están quedando en la época estival. Como revela hoy una investigación de la Universidad de Oxford, publicada en Geographical Research Letters, las temperaturas más cálidas en los países del noroeste de Europa están aumentando el doble que el promedio de las registradas durante el verano.
Según Matthew Patterson, autor del estudio e investigador principal del Departamento de Física de la Universidad de Oxford, "estos hallazgos subrayan el hecho de que el Reino Unido y los países vecinos ya están experimentando los efectos del cambio climático, y que la ola de calor del año pasado no fue una casualidad". Teniendo en cuenta esto, el experto asevera -en consonancia con la literatura científica desarrollada hasta ahora- que los episodios de temperaturas extremas se volverán cada vez más frecuentes.
El investigador se basa en los datos de los últimos 60 años, de 1960 a 2021, con los que analizó la temperatura máxima diaria proporcionada por el Centro Europeo de Previsiones Meteorológicas a Plazo Medio (ECMWF, por sus siglas en inglés). En base a esta información, y aunque los niveles máximos variaron por años, la tendencia general mostró cómo los días más cálidos superaban con creces el calor promedio registrado en verano.
En particular, en Inglaterra y Gales, el día medio de verano aumentó aproximadamente 0,26 °C por década, mientras que el día más caluroso aumentó alrededor de 0,58 °C por década. Según Patterson, esto puede deberse a que los días de más calor en el noroeste de Europa se relacionan con el aire caliente transportado desde el norte de España.
Hay que recordar que los países mediterráneos se están calentando más rápido que el resto del continente europeo. Así, según Patterson, el aire transportado desde esta región es cada vez más extremo en relación con el aire ambiente en el noroeste de Europa. Los días más calurosos de 2022, por ejemplo, fueron provocados por una columna de aire caliente que se llevó al norte desde España y el Sáhara. Sin embargo, apunta que se necesita más investigación para respaldar esta hipótesis.
"Comprender la tasa de calentamiento de los días más cálidos será importante si queremos mejorar la simulación del modelo climático de eventos extremos y hacer predicciones precisas sobre la intensidad futura de tales eventos", apunta el experto. A esto añade que si estos mismos modelos subestiman el aumento de las temperaturas extremas en las próximas décadas, no se podrá obtener la fotografía completa sobre los impactos que tendrán.
Como recuerda el estudio, el calor extremo tiene impactos negativos significativos en muchos aspectos de la sociedad, incluida la infraestructura energética y de transporte, y la agricultura. Por no hablar de las consecuencias para la salud humana.
Los datos del último verano en España cifran en 5.876 personas que murieron en nuestro país a causa de las altas temperaturas. Somos el país de Europa, según un informe de The Lancet, que más fallecimientos atrbuibles al calor presenta. Si en el continente el incremento de estos decesos ha sido de unas 15 muertes anuales por millón de habitantes y décadas, en España es el doble, con 30,6 fallecimientos. Unas cifras que aún podrían duplicarse en los próximos 34 años.
Más allá de los decesos, unas mayores temperaturas también ponen en riesgo a las personas más vulnerables. En este grupo se encuentran los niños, los mayores de 65 años, las embarazadas y aquellas personas con enfermedades de tipo respiratorio (pulmonar obstructiva, por ejemplo), de tipo circulatorio (enfermedad crónica cardíaca, hipertensión…) o de tipo renal (insuficiencia renal). También aquellas con enfermedades crónicas de tipo neurológico (párkinson, alzheimer, demencia…).
Como recordaba a EL ESPAÑOL Cristina Linares, codirectora de la Unidad de Referencia en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto de Salud Carlos III, “son las personas que cuando se encuentran expuestas a los efectos de una ola de calor, esta actúa como un precipitante de esa muerte, principalmente se produce una descompensación de una enfermedad crónica ya existente”.
A todo esto se le unen también factores sociales o situaciones como las de personas con trabajos al aire libre y muy expuestos al sol (agricultores, barrenderos o trabajadores de la construcción, por ejemplo).
Qué solución existe
Más allá de medidas de mitigación como la reducción drástica de las emisiones de gases de efecto invernadero -que siguen en niveles récord-, los últimos estudios presentan las zonas verdes como una pasarela hacia la adaptación al clima extremo. Por ejemplo, el último estudio de The Lancet -el mayor realizado hasta la fecha al respecto- sitúa el incremento de la cobertura arbórea en las ciudades como una medida para evitar un importante número de muertes asociadas al calor que sufrimos en verano.
Después de analizar un total de 93 ciudades europeas –entre las que se encuentran nueve españolas–, los autores proponen aumentar un 30% la cantidad de árboles por ciudad (en áreas de 250m x 250m) para enfriar las temperaturas un promedio de 0,4 grados y reducir en un tercio las muertes por calor. Al menos, en las ciudades, afectadas por lo que se conoce como efecto isla.
La rápida urbanización, la alta densidad de población, la modificación antropogénica de los paisajes naturales y la falta de vegetación y cuerpos de agua hace que las urbes alcancen temperaturas muy superiores a las demás áreas circundantes. Unos niveles que suben aún más durante la noche.
A lo largo del día, todos los edificios, las carreteras y toda la infraestructura urbana absorbe el calor, lo retiene y se va liberando durante la noche. Después de la puesta de sol, el calor urbano es tres veces mayor: de 0,6 grados en el día pueden llegar a aumentar hasta los 1,9 grados en horario nocturno.
Las medidas de adaptación se vuelven cada vez más urgentes, si cabe, teniendo en cuenta las perspectivas de cara a los próximos años. La OMM alertaba hoy de que los próximos cinco años se esperan nuevos récords de calor. Pero es que, además, el último informe sobre el Estado del Clima en Europa, elaborado por Copernicus –el satélite de la Unión Europea (UE)–, alertaba a finales de abril de que se están produciendo “cambios alarmantes en nuestro clima”.