Si tuviéramos que hacer un diagnóstico del estado de salud de nuestro planeta sería sencillo. No necesitaríamos ninguna prueba complementaria ni imagen en profundidad, tampoco un análisis de las constantes y valores.
El simple examen visual ya nos indicaría que el planeta no está bien, y no lo está porque su gente y las sociedades que lo forman tienen problemas que afectan a su bienestar.
Ante un escenario como este no podemos justificarnos mirando a las partes sanas, eso sería engañarnos, porque al final el planeta como organismo es un todo único, y si algo está mal el conjunto está mal.
Tampoco debemos caer en la trampa de la relatividad, que con frecuencia actúa como factor de confianza al creer que, porque otros están peor el resto está bien. Cuando en verdad se trata de problemas diferentes, pero sin dejar de serlo en cada uno de los casos.
Lo más preocupante es que esta situación no es una enfermedad aguda surgida de las últimas crisis, sino que estamos ante un proceso crónico al que nos hemos ido adaptando poco a poco, conscientes de sus elementos negativos, pero compensándolos con la obtención de beneficios inmediatos.
Ese avance paulatino ha convertido el proceso en un problema estructural y complicado de sobrellevar, como ahora ha puesto de manifiesto la pandemia de la covid-19, al mostrar de manera directa que los problemas de salud también son problemas sociales.
Y que muchos problemas sociales tienen consecuencias en la salud que van más allá del plano individual para impactar en la convivencia.
Ya en el año 2000, 189 naciones del planeta se unieron para afrontar el futuro y lo que percibieron fue desalentador: hambrunas, sequías, guerras, plagas, pobreza...
Problemas perennes que nos acompañan desde la antigüedad, y no sólo en lugares lejanos, también en muchas ciudades y pueblos escondidos entre los destellos del desarrollo.
Ante un escenario como este no podemos justificarnos mirando a las partes sanas, eso sería engañarnos
Sabían que las cosas no debían ser así. Que teníamos suficiente comida para alimentar a la humanidad, pero que no se compartía. Sabían que había medicamentos para el VIH y otras enfermedades, pero eran muy costosos.
Que los terremotos y las inundaciones eran inevitables, pero no así la elevada cantidad de víctimas y la destrucción que ocasionaban. Y también sabían que millones de personas alrededor del planeta compartían la esperanza de un mejor futuro.
Bajo esas premisas, los líderes de estos países formularon el ambicioso plan de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), que han sido continuados con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), los cuales aspiran a mejorar la convivencia global.
Con el propósito de erradicar las causas y circunstancias que dan lugar a los problemas en cualquier lugar del planeta y con independencia de que la intensidad de sus manifestaciones sea más o menos marcada. Se trata de construir el futuro y de hacerlo presente, no de seguir maquillando el pasado febril.
El ODS número 3 (salud y bienestar), es un objetivo que busca garantizar una vida sana y promover el bienestar para todas las personas en todas las edades sin dejar a nadie atrás.
Desde esa referencia, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible ha reforzado la salud como una prioridad política, humanitaria y de progreso. Y ello se ha traducido en una serie de acciones específicas como parte del ODS 3, pero también en numerosas actuaciones transversales con 14 de los 17 ODS definidos.
Se trata de construir el futuro y de hacerlo presente, no de seguir maquillando el pasado febril
La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) ha liderado un plan de acción global para una vida saludable y el bienestar para todas las personas con el objeto de abordar todas estas iniciativas.
La conclusión es sencilla, la consecución de los ODS exige la puesta en marcha de multitud de acciones y políticas a nivel nacional e internacional. Y como parte de ellas las relacionadas con la salud y el bienestar, ocupan un papel nuclear por su transversalidad y e interrelación con el resto de ODS.
El papel de la medicina y de las disciplinas sanitarias se hace esencial en todo este proceso, y esto exige que sus profesionales ocupen una posición de liderazgo y responsabilidad.
Y para que los profesionales de la medicina y las ciencias de la salud puedan formar parte activa de este proceso, es necesario que sus estudiantes adquieran la formación necesaria y la visión crítica oportuna a la hora de enfrentarse a la realidad social que hay que transformar.
Esa nueva formación académica y personal debe ser asumida por la universidad a través de una formación integral, más allá de las competencias y el conocimiento científico clínico centrado en las cuestiones individuales. Con el objeto de incorporar la dimensión social, que actúe sobre las circunstancias sociales que generan problemas de salud.
Porque la salud, tal y como define la OMS es "el estado completo de bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedades o afecciones". Muchos de los problemas que deben ser abordados por los ODS son de naturaleza social.
En gran medida se deben a una cultura androcéntrica que juega con el poder y la jerarquización para instaurar toda una serie de desigualdades, y sus consecuentes abusos y limitación de derechos y oportunidades para las mujeres y diferentes grupos de la población; una situación que se traduce en injusticia social, vulnerabilidad y ausencia de bienestar.
Necesitamos una formación médica y sanitaria adecuada para curar los problemas abordados por los ODS
El planteamiento transformador desde una perspectiva social y humanística requiere un posicionamiento diferente de la medicina y las ciencias de la salud, que pasa por una responsabilidad distinta de sus profesionales adquirida a través de la formación universitaria.
Si las personas que tienen que responder ante los problemas identificados para conseguir los ODS no están preparadas para hacerlo, no se resolverán. Y la salud y el bienestar de la sociedad no serán alcanzados.
La formación actual está centrada en la rama clínica, lo cual es fundamental para resolver los problemas individuales relacionados con las enfermedades, pero insuficiente para lograr el bienestar de la sociedad.
Si volvemos al inicio y nos situamos ante la enfermedad que hemos diagnosticado al planeta, después de este análisis la conclusión terapéutica aparece clara: necesitamos una formación médica y sanitaria adecuada para curar los problemas abordados por los ODS.
Sin ella resultará imposible alcanzarlos y lograr la salud y el bienestar social. En la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada ya trabajamos en ello, pero debe ser una iniciativa amplia y coordinada.
*** Miguel Lorente Acosta es médico forense y profesor de Medicina Legal en la Universidad de Granada.