Seguro que usted, en su día a día, trata a todas las personas con las que se relaciona por igual. Pero lo cierto es que todos, casi sin excepción, hemos construidos estereotipos que hacen que discriminemos a algunas personas. Y lo hacemos de manera inconsciente, según nos dice la ciencia.
Aquí entran en escena los sesgos inconscientes, que son aquellos juicios que hacemos rápidamente basándonos en nuestra experiencia personal o en la falta de información sobre alguien. Estos condicionan nuestra forma de entender el mundo y de tratar a los demás.
Los sesgos inconscientes no son siempre negativos, en muchos casos nos salvan de situaciones de peligro en las que no hay tiempo para pensar. Por ejemplo, si un coche se salta un semáforo por donde usted está cruzando, su cerebro le ordenará echar a correr.
Pero otras veces sí lo son, porque filtran nuestra percepción sobre todas las personas que nos rodean y las características que las definen, como la raza, el género, la religión, la edad o el país de origen. Y sin poner intención en ello, generan prejuicios y otras formas de discriminación.
En algunos casos, esos juicios que se hacen de manera rápida llegan a conclusiones equivocadas.
En los tiempos que corren nuestro cerebro sufre un bombardeo constante de información con el que no puede lidiar. Se calcula que recibimos 11 millones de bits de información por segundo, de los que solo podemos procesar 40 de manera racional.
¿Qué es lo que hace nuestro cerebro entonces? Procesar de manera inconsciente el resto de información, que supone la mayor parte de la que recibe.
En este punto es importante explicar que nuestras funciones cerebrales se comportan de dos maneras. Hay una que es más lenta y consciente, y que procesa hechos y datos empleando la lógica. Y hay otra inconsciente, que funciona a partir del instinto, la intuición y los hábitos.
Los sesgos condicionan nuestra forma de ver el mundo y, consecuentemente, la forma en la que nos desenvolvemos en él
Como nuestro cerebro tiene que tratar esas enormes cantidades de información tiende a ahorrar energías creando patrones y categorías asociadas a objetos y personas a partir de los cuales actuamos.
Nuestra parte racional está programada para confiar en aquello que nos resulta familiar y a desconfiar de aquello que no lo es tomando como referencia lo que para nosotros son elementos familiares: cultura, normas sociales o experiencias personales individuales, como la educación o la profesión.
A partir de ahí, sin darnos cuenta, dividimos a las personas, las opiniones o las ideas en términos de bueno/malo, verdadero/falso, nosotros/ellos…
Y esos son los sesgos inconscientes, un recurso necesario para que la especie humana pueda sobrevivir. Pero que limita la libertad con la que tomamos decisiones que pueden ser importantes para nuestro bienestar al del resto de las personas con las que nos relacionamos.
Existen muchos tipos de sesgos y es precisamente el sesgo de afinidad el que se repite con más frecuencia y el más extendido. Este explica por qué respondemos positivamente ante aquellas personas que se parecen a nosotros en nuestro físico, nuestra forma de vestir o nuestro comportamiento.
Por el contrario, cuando vemos a personas diferentes a nosotros la parte inconsciente de nuestro cerebro se activa poniéndonos en alerta.
Otro tipo de sesgo es el efecto halo que se produce cuando creemos que, si alguien ha hecho algo bien, entonces se le dará igual de bien todo lo demás. O por lo menos, así lo entiende nuestro cerebro.
El efecto cuerno sigue la misma lógica: solemos creer que alguien es menos eficiente si ha hecho algo mal.
Todos y cada uno de estos sesgos inconscientes son creados por la función rápida e instintiva de nuestro cerebro
Justo en el otro extremo encontramos el sesgo de belleza que hace que conectemos a las personas atractivas físicamente con elementos positivos, como el éxito y la eficacia. De hecho, la publicidad se aprovecha de este sesgo y, por eso, recurre a personas guapas como reclamo para aumentar las ventas de sus productos.
El sesgo de confirmación también es bastante común y es uno de los fundamentales a la hora de entender nuestros prejuicios y los estereotipos que construimos. Este explica cómo tendemos a buscar la información que nos permite confirmar las creencias que ya tenemos o, por lo menos, a favorecerlas.
Esto es, cuando tenemos una versión de una situación, tendemos a conservar la información que nos permite confirmarla, y rechazamos aquella que la contradice.
Todos y cada uno de estos sesgos inconscientes son creados por la función rápida e instintiva de nuestro cerebro. Por eso, es importante poner a trabajar su función lenta y lógica: para evitar llegar a conclusiones que tengan un impacto negativo en nuestra relación con los demás.
Los sesgos condicionan nuestra forma de ver el mundo y, consecuentemente, la forma en la que nos desenvolvemos en él, incluyendo nuestras relaciones personales y laborales.
Superar nuestros prejuicios y miedos permite tratar a las personas que son diferentes desde una curiosidad basada en el respeto
Pero ¿qué podemos hacer para controlar nuestros sesgos? Lo primero, y más importante, es hacerlos conscientes identificándolos y reconociéndolos. De esta manera, nuestro cerebro lógico tomará el control permitiendo que tomemos nuestras decisiones con mayor libertad.
Otro elemento que nos ayudará a disminuir nuestros sesgos será diversificar las fuentes de información, buscando unas diferentes a las habituales y que, además, sean lo más neutral y fiables posibles.
También puede ayudarnos escuchar y tener en cuenta otras perspectivas diferentes a la nuestra, que desafíen nuestra función cerebral instintiva. Muchas veces, superar prejuicios y miedos nos permite tratar a personas que son muy diferentes a nosotros desde una curiosidad basada en el respeto.
Y ello tiene como resultado sorpresas muy positivas tanto en el ámbito personal como en el laboral. Porque buscar las cosas que todas las personas tenemos en común, en vez de las diferencias, puede permitirnos tener libre acceso a un mundo abierto y diverso que nos proporcione un montón de oportunidades.
*** Sonia Río es directora de Fundación Diversidad.