Los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) han supuesto un hito trascendental en el difícil y lento proceso de construcción de una comunidad política internacional que merezca tal consideración.
La historia de la civilización nos enseña que los procesos de conformación de las sociedades sustentadas en los principios de una convivencia pacífica ordenada y con un destino compartido, y por tanto solidario, es un lento proceso que, desde el punto de vista político, tiene como centro de gravedad al Estado como forma de organización política universal en la era moderna y contemporánea.
Pero cabía trascender el marco de los Estados-nación para favorecer, a partir de ellos, estadios superiores en ese propósito de asegurar una convivencia pacífica y el progreso.
Así, en el Siglo XX se dieron los primeros pasos efectivos para poner los mimbres de una comunidad política internacional, tras la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Este embrión de comunidad política internacional, capaz de concebir una acción compartida entre países en torno a determinados objetivos, lo representa el sistema de Naciones Unidas que, con todas sus insuficiencias y debilidades, sigue siendo la única institución global capaz de reunir a todos los países del mundo y de aplicar proyectos y actuaciones con una visión en favor de la paz y del desarrollo. Pues la paz y el desarrollo son sus dos pilares básicos.
Es muy probable que sin la existencia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se hubiesen producido más conflictos bélicos aunque, lamentablemente, la paz sigue siendo la tarea primordial en el mundo. Conviene no olvidarlo.
A la vez, resulta evidente que Naciones Unidas es la principal institución internacional que ha construido una conciencia y un sistema de acción en favor de los más necesitados de la tierra. Es en Naciones Unidas y en sus salas donde más se ha hablado del hambre, de la pobreza, de la mortalidad infantil, así como -tal vez se le podría reprochar que no lo hubiera hecho antes- de los derechos de las mujeres y de los retos inaplazables para preservar el equilibrio en nuestro planeta y con ello el futuro de la humanidad.
En el año 2000, todas las naciones aprobaron por primera vez en la Historia un plan que, bajo la ambiciosa denominación de los Objetivos del Milenio, se proponía, tomando como precedentes diversas conferencias y cumbres, dar un impulso al desarrollo reduciendo la pobreza, alcanzando la enseñanza primaria universal, promoviendo la igualdad de género, limitando la mortalidad infantil, mejorando la salud materna, combatiendo las enfermedades y garantizando la sostenibilidad del medio ambiente.
Naciones Unidas es la principal institución internacional que ha construido una conciencia y un sistema de acción en favor de los más necesitados de la tierra.
Los Objetivos del Milenio contenían indicadores y plazos para su cumplimiento en 2015. Sobre ese cumplimiento se elaboraron cerca de 500 Informes nacionales e internacionales, y cabe afirmar que supusieron un impulso claro y un estímulo evidente para gobiernos, instituciones internacionales, empresas, la sociedad civil y el mundo académico. Los Objetivos lograron avances inequívocos, aunque quedaron lejos de las metas propuestas en temas esenciales como la igualdad de género o la sostenibilidad del medio ambiente.
En septiembre de 2015, la comunidad internacional da un paso más decidido y ambicioso y acuerda, bajo el impulso de Naciones Unidas, los Objetivos de Desarrollo Sostenible que tomaron el relevo a los Objetivos del Milenio. Constituyen un plan ambicioso en favor de la dignidad de los ciudadanos y ciudadanas del mundo, una apremiante toma de conciencia en relación con ellas y una exigencia de acción ante el gravísimo riesgo que supone el cambio climático.
El arranque del Siglo XXI, con la convocatoria a todos los países a fines tan nobles desde el acuerdo unánime, había supuesto un aliento de esperanza a pesar de las notables insuficiencias globales, como la pervivencia de las guerras incomprensibles, las desigualdades crecientes o los nuevos tambores de guerras frías.
La esperanza, una esperanza cierta, verosímil, concretada en el primer programa político global reconocible como tal, se renovó en 2015 con los ODS, que ampliaron la ambición histórica, y que nos convocan para verificar su cumplimiento en 2030. Nacidos también de un amplio proceso de debate social y del acuerdo unánime, suponen una gran apelación a cambiar el destino de las prioridades del mundo, para erradicar la pobreza, extender la salud y la educación, hacer de la igualdad de género una exigencia, garantizar bienes básicos y un trabajo digno a todos los ciudadanos y combatir las desigualdades.
Y ya de forma muy enfática, los ODS incluyen, asimismo, una alerta histórica, urgente, global, imperativa, sobre la lucha contra el cambio climático. Es el ODS número decimotercero pero si no logramos cumplir con él, todos los demás no se alcanzarán a medio plazo.
Glasgow no puede fallar. Nos va en ello el destino del Siglo XXI
Precisamente, en esta semana en Glasgow se celebra la COP26, la llamada Conferencia de las Partes sobre el Cambio Climático, en la que los países se comprometen a tomar medidas para revertir el calentamiento global. Es la cita más decisiva para la imprescindible rectificación de la historia de nuestra relación con el planeta.
Al concluir estas líneas, hay que hacerse eco igualmente de que el G20, un importante embrión en la gobernanza mundial, aspira a contener el calentamiento global, aunque los compromisos de los países que representan el 80% del PIB mundial y de las emisiones no muestran aún la ambición necesaria, pues los compromisos adquiridos son limitados.
Por eso, Glasgow no puede fallar. Nos va en ello el destino del Siglo XXI y la confirmación de la capacidad de la Comunidad Internacional para actuar por primera vez en la historia en esa condición. Todos los grandes retos son ya globales: las crisis económicas, las pandemias, las desigualdades, la preservación de la paz, la igualdad de género… y, ante todo, el cambio climático.
Los ODS, nacidos como todos los grandes cambios en la historia del progreso de los movimientos sociales y de la ciudadanía, para incorporarse a la política, deben definir la acción de gobiernos, instituciones internacionales, empresas y sociedad civil.
En 2030, cuando corresponda su revisión, nos vamos a juzgar a nosotros mismos, se juzgará nuestra inteligencia y el alcance de nuestros valores solidarios. Sabremos si, de forma definitiva, nos consideramos una sola humanidad. O, dicho de otro modo, si ganamos el siglo XXI para el progreso global o permitimos que nuestra civilización quede estancada ante un común destino incierto o quizá dramático.
*** José Luis Rodríguez Zapatero fue presidente del Gobierno de España entre 2004 y 2011.