Estos días todos tenemos en mente la COP26 que, esperamos, imprima la velocidad perdida en 2020, cuando la irrupción de la pandemia nos obligó a aplazar hasta este año la cumbre del clima. En este contexto, no puedo sino escribir de uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que más me apasiona: la acción por el clima.
Soy una firme convencida de que debemos atender la llamada de socorro del planeta. Y debemos atenderla sin más dilación. Los datos están ahí.
Las emisiones de gases de efecto invernadero han aumentado una media anual del 1,5% en la última década, más del 50% sobre los niveles de 1990 y se han duplicado desde la primera revolución industrial; la temperatura del planeta ha subido un grado. El nivel del mar se ha elevado 19 centímetros entre 1901 y 2010. De seguir así, puede llegar a subir casi dos metros para 2100, según los datos y estimaciones del último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC).
Los daños humanos son enormes. Se calcula que el cambio climático causa cinco millones de fallecimientos al año (el 9,4% del total de decesos) y las previsiones apuntan a que, de aquí a 2100, podrían fallecer 83 millones de personas, el equivalente a la población de Alemania, por causas ligadas al clima.
Las consecuencias económicas tampoco paran de crecer. Sólo en 2020, las pérdidas anuales causadas por catástrofes relacionadas con el clima superan los 268.000 millones de dólares, estima AON. El calentamiento global está provocando cambios permanentes en el sistema climático, cuyas consecuencias pueden ser irreversibles si no tomamos medidas urgentes ahora.
Además de la evidencia de los datos, creo que el ODS 13 (acción por el clima) es una piedra angular para el resto de los objetivos. Es la pieza que, con su puesta en marcha, acciona las demás generando un efecto dominó.
Por supuesto, todos los 17 ODS son relevantes y necesarios, pero si no tomamos medidas para revertir el calentamiento del planeta, habrá menos recursos naturales, menos vida submarina, menos agua, más desigualdades de todo tipo, más pobreza, menos recursos económicos, menos trabajo, menos educación…
Dicho en positivo: actuando sobre el ODS 13, se obtienen importantes beneficios en seguridad energética (ODS 7), en salud y bienestar (ODS 3), en agua limpia (ODS 6), en crecimiento económico y empleo decente (ODS 8), en ciudades sostenibles (ODS 11) y en seguridad nacional (ODS 11).
El ODS 13 es la pieza que, con su puesta en marcha, acciona las demás generando un efecto dominó
También facilita la producción de alimentación con una agricultura más resiliente e impulsa el consumo responsable (ODS 12), además de proteger la biodiversidad marina (ODS 14) y los ecosistemas terrestres (ODS 15). Por eso, digo que, para mí, la acción por el clima es un pilar fundamental, condición sine qua non para el desarrollo del resto de objetivos.
La acción por el clima es, además, el ODS en el que el mundo corporativo ha puesto el foco a la hora de fijar sus compromisos con la Agenda 2030, según datos de Global Compact. Hoy en día es difícil encontrar una gran compañía que no se haya fijado objetivos cuantitativos concretos de reducción de sus propias emisiones de CO₂ para un horizonte de medio plazo (2030).
Y cada vez es mayor la lista de empresas, organizaciones y países que se suman al compromiso por el clima.
Diría que, al menos las grandes empresas, han hecho los deberes puertas adentro y en su perímetro habitual, pero deben aumentar aún más la inversión en desarrollo de productos y servicios innovadores e inclusivos, climáticamente inteligentes y con bajo nivel de emisiones de carbono.
Necesitan prepararse para adaptarse al cambio climático y reforzar la resiliencia en sus operaciones, las cadenas de suministro y las comunidades en las que operan.
El camino no va a ser fácil. Para nadie. Como dice la ONU, los esfuerzos de los países firmantes del Acuerdo de París deben triplicarse para poner al planeta en la trayectoria del objetivo de contener el aumento de la temperatura a un máximo 2 °C y multiplicarse por cinco para lograr limitar ese ascenso al 1,5 °C. No hay atajos.
Al menos las grandes empresas han hecho los deberes puertas adentro y en su perímetro habitual
Lograr la neutralidad climática, alcanzando las cero emisiones netas sobre los niveles preindustriales de 1990, es un requisito crítico para evitar un daño irreversible. La buena noticia es que son múltiples los colectivos que están asumiendo su compromiso con una economía baja en carbono.
Según datos de la ONU, un total de 130 países, responsables de más del 60% de las emisiones contaminantes, han establecido el objetivo de cero emisiones netas para 2050. Entre ellos España.
Cada día más empresas privadas se suman a este objetivo, mientras el sector financiero, que tiene un papel clave en la transición a una economía baja en carbono, ha dado un paso al frente para ponerse al timón de las finanzas sostenibles.
Reguladores y supervisores están espoleando el desarrollo de las finanzas sostenibles, algo clave para financiar la transición de una economía marrón –como definiríamos a nuestra economía actual– hacia la economía verde que necesitamos construir para el futuro. Los consumidores, al igual que los ahorradores, especialmente las nuevas generaciones, también se han puesto del lado del clima y exigen productos y servicios que, lejos de causar daños adicionales al planeta, ayuden a revertir el cambio climático.
Como decía, el perímetro de juego está perfectamente delimitado. Solo falta que todos avancemos hacia adelante y con agilidad en las casillas del tablero hasta llegar a la meta, una meta en la que, a diferencia de las competiciones, el primero no gana. Sólo ganamos si llegamos todos.
***Gema Sacristán es directora general de Negocio de BID Invest.