Llevamos meses oyendo hablar del metaverso, un nuevo universo de posibilidades digitales nunca vistas que se abrirá ante nosotros. No sabemos ni cuándo, ni cómo, ni por qué, pero llegará viendo las inversiones multimillonarias de los diferentes players (Facebook, Apple, Google…). Un nuevo espacio, virtual por un lado, pero con cabida para espacios tridimensionales, persistentes y conectados entre ellos que se supone será accesibles para todos.
Un universo donde se podrá conversar, trabajar e intercambiar información e incluso vivir experiencias en primera persona. Algo así como la teletransportación. Un ciberespacio donde nuestra experiencia de usuarios será muy superior y nuestro nivel de interacción con ese entorno virtual y las personas que lo compartan, no tendrá comparación con el digital que vivimos actualmente.
¿Estará el metaverso alineado con los Objetivos de Desarrollo Sostenible? ¿Cómo garantizará los derechos de igualdad de género? O, ¿cómo garantizará la paz y la justicia recogidas en el objetivo 16?
Desde el 6 de agosto de 1991, cuando nació la primera página web de la historia, internet ha revolucionado la existencia humana en muchos ámbitos. Desde la forma en la que nos relacionamos con las redes sociales, la difusión de noticias e información, el desarrollo del comercio electrónico, las guerras de desinformación, el sexo, la dark web, el cibercrimen, el narcotráfico, el terrorismo…
Bloomberg ya ha valorado el metaverso en 500.000 millones de euros y se calcula que llegará a los 2 billones al final de esta década, pero no deberíamos echar las campanas al vuelo, sino aprender de lo que ya hemos vivido digitalmente y ser precavidos.
Internet tal y como lo conocemos hasta el día de hoy ha sido un puro ejercicio de ensayo y error, y en ocasiones, muchos errores. Ha sido y sigue siendo un ámbito vagamente regulado en el que el derecho y las leyes van a rebufo de la evolución tecnológica y la sucesión de los acontecimientos. Sin lugar a dudas le queda mucho trabajo por delante para garantizar el cumplimiento de los ODS, aunque una vez más la tecnología va por delante.
Antes de lanzarnos al metaverso deberíamos ser conscientes de que las condiciones con las que actuamos en el ciberespacio actual -con el poder del clic y gobernando a solas nuestro dispositivo- nos dan una engañosa impresión de control, realmente no disponemos de tanto poder. ¿Y por qué con el metaverso la cosa va a cambiar?
En un mundo digital en el que no somos los usuarios –ni siquiera los países ni los gobiernos– quienes poseemos la soberanía en internet. Son las empresas y organizaciones afincadas en el ciberespacio, tanto aquellas legítimas que respetan las normas como las organizaciones poco éticas, las que poseen el poder soberano de lo que allí sucede. Y parece que, si no llega un marco legal que lo regule, el metaverso será su nuevo parque de juegos.
Y lo que suceda en el metaverso, ¿cómo va a afectar a los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible? Y lo que es más importante, ¿quién interpreta si es ético e incluso legal?
Bloomberg ya ha valorado el metaverso en 500.000 millones de euros y se calcula que llegará a los 2 billones al final de esta década
En el siglo XX, las normas del mundo físico y terrenal eran convenciones aprobadas mayoritariamente bajo el orden de una constitución y un sistema jurídico aprobado mediante un parlamento democrático. Pero actualmente en internet no hay ley, constitución o poder judicial.
Esto sucede así porque contrariamente a las leyes del mundo físico real, que responden a un principio de territorialidad. En internet los sucesos no ocurren en un lugar espacial ni territorial concreto, sino en un espacio virtual carente de materia, lo que provoca un gran problema de alegalidad y de inseguridad jurídica.
La llegada de estos nuevos espacios virtuales como el metaverso, más evolucionado que nuestro ecosistema digital actual y con muchísimas más posibilidades de interrelación entre sus miembros, no hará más que incrementar las situaciones de inseguridad jurídica, indefensión y desigualdad entre las personas. Algo que a día de hoy ya ocurre y que sin duda crecerá en el futuro próximo.
Abramos los ojos, en internet no somos ciudadanos sino consumidores con una libertad y poder limitado a nuestro consumo, ya que no es un espacio público sometido a las modernas reglas de la democracia. Lo más similar a las leyes que hallamos en internet son las normas de carácter privado creadas por grandes sitios y lugares virtuales que se están formando como verdaderas islas o ciberestados.
En internet los sucesos ocurren en un espacio virtual carente de materia, lo que provoca un problema de alegalidad
Al entrar en ellas los ciberciudadanos aceptan voluntariamente -aunque sin gran conocimiento- las condiciones que fijan sus reglas de convivencia. Y es a través del consumo del bien que ofrecen –y no con nuestro voto- como elegimos quienes ostentan el poder.
Por desgracia la tecnología crece más rápido que nuestra capacidad para regularla y los grandes players tecnológicos ya están tomando posiciones para crear sus nuevos universos en los que gobernar sin ley fija. Será cuestión de tiempo saber si contamos con un entorno regulado en el que poder desarrollar políticas de sostenibilidad o si seguiremos con la tiranía digital imperante.
Teniendo en cuenta que un tercio de nuestra vida ya es digital no vendría mal que los políticos que nos representan empiecen a pensar en los problemas de cibersoberanía existente. Votemos, no solo compremos.
*** Álvaro Écija es presidente Ecix Group.