La revolución digital es probablemente uno de los mayores cambios en la historia de la humanidad. Es una Revolución Industrial, y como las dos anteriores ayuda al ser humano a producir más, con ayuda de artefactos, de máquinas.
Pero a diferencia de la primera y la segunda, que ayudaban al hombre sus músculos motrices en la fuerza y el movimiento, la revolución digital ayuda a las personas con su músculo más importante: el cerebro.
Los ordenadores transforman toda información que es capaz de procesar nuestro cerebro en unidades digitales (ceros y unos) que permiten que cantidades exponencialmente crecientes de información puedan ser almacenadas, procesadas, transportadas y consumidas de manera mucho más eficiente.
Absolutamente todo lo que nuestro cerebro hace, las máquinas lo van a hacer mejor. Lo están haciendo mejor.
Y los cambios de la revolución digital, como todos los derivados de cualquier revolución industrial, son primero tecnológicos, luego de producto y procesos y, por último, de modelos de negocio.
Estos cambios comenzaron a ser materialmente relevantes hace 50 años, y desde entonces suceden a gran velocidad –una velocidad incrementalmente creciente–, agrupándose en tres grandes hitos temporales: el nacimiento de la computación a escala y la primera internet (1970 a 2000), la web 2.0 con la expansión de internet y las redes sociales (2000 a 2020) y la Web3 en la que entramos ahora y que hoy tratamos de entender.
En el primer período hasta el año 2000 aparecen los pilares de la computación con el desarrollo de los ordenadores personales, las conexiones a internet por cables telefónicos y la estandarización de los protocolos HTTP que permitían publicar información en la web.
A partir de 1993, el tamaño de internet se duplicaba cada día, pero las páginas eran muy rudimentarias con solo información similar a los documentos impresos con vínculos entre ellos. El consumo de información era mucho más eficiente que buscar en libros, consultar catálogos o enviar faxes, pero los modelos de negocio en este período eran exiguos e insostenibles financieramente en la mayoría de los casos.
La revolución digital ayuda a las personas con su músculo más importante: el cerebro
Nuevos desarrollos tecnológicos como el aumento del ancho de banda de las conexiones, la penetración de la internet móvil y el crecimiento de los smartphones hicieron que a partir del 2000 y hasta el 2020 se produjese el cambio más estructural de la revolución digital: la web 2.0.
En este período, la web se volvió más interactiva. No sólo tenía información estática, sino que la información se personalizaba y ajustaba a cada usuario.
A medida que fuimos creando perfiles digitales, con nuestros nombres y apellidos reales, las fotos de nuestras vacaciones, y creábamos vínculos digitales con nuestros amigos y seguidores, la web iba recopilando una cantidad ingente de información que la hacía más útil.
Las páginas y aplicaciones de internet empezaban a estar personalizadas para mayor satisfacción de todos los usuarios, pero también para el beneficio de las pocas empresas de internet que intermediaban esta información. Aquí aparecen por primera vez modelos muy rentables de negocio. Es la era de los anuncios segmentados.
Se crean las mayores compañías de tecnología de la historia: Google y Facebook. Desde aproximaciones distintas, ofrecen contenido, productos y anuncios utilizando la información que recopilan de todos nosotros y que libremente ponemos en sus manos, pues el valor que nos dan lo consideramos mayor que la entrega voluntaria de esa información. Los usuarios somos el producto cuando el producto es gratis.
La Web3 o Web 3.0
Más recientes desarrollos tecnológicos, como el aumento de la capacidad computacional de los ordenadores y de los algoritmos probabilísticos de deep learning, son el fundamento de lo que ha venido en llamarse web3 (nombre corto de la web 3.0). Esta marca el período que acaba de comenzar en el año 2020. Una de las tecnologías más importantes de los cambios que ahora vivimos es el blockchain.
El blockchain es un registro muy seguro que permite establecer una relación única y robusta entre el creador de una información y la información creada. Tiene la especial característica de que este registro no es propiedad de una empresa en concreto como pasaba en la web 2.0, sino de los usuarios que son parte de ese registro. El registro de la propiedad de la información está distribuido entre los propietarios.
Esta tecnología permite que se desarrollen monedas digitales (crytocurrencies), registro de propiedad intelectual (JavaScript Object Notation Web Tokens, JWT), acciones sobre activos no líquidos (Non-Fungible Tokens, NFT), sociedades limitadas (Decentralized Automous Organizations, DAO) y hasta comunidades de bienes (Friends With Benefits, FWB).
El elemento diferenciador fundamental con respecto a la web 2.0 es que no solo el acceso a la información está democratizado, sino el control y propiedad de la información está también democratizado: en todas estas nuevas entidades no hay CEO, ni presidentes ni juntas de accionistas.
Los usuarios somos el producto cuando el producto es gratis
Este registro además de seguro y descentralizado, es anónimo. Se rompe la conexión entre nuestra identidad digital en la web y las cosas que hacemos en ella, eliminando el control que empresas como Google o Facebook pueden hacer de la información. Ya no somos producto de nadie.
Son muchas las cuestiones que surgen ante los cambios de la Web3: ¿quién gobierna estas organizaciones?, ¿son entidades realmente seguras?, ¿qué nuevas amenazas pueden surgir de un mayor anonimato en la web?
No tenemos respuesta a todas ellas, como no teníamos respuestas a las muchas preguntas que surgieron con la web 1.0 y la web 2.0. Pero de lo que no me cabe la menor duda es de que estos cambios están aquí para quedarse, creando amenazas para modelos de negocio existentes y creando oportunidades para otros nuevos.
Aún recuerdo cuando Bill Gates se refería a la primera internet como algo no mucho mejor que el fax, o cuando el comité directivo de Google menospreciaba a Facebook considerándolo poco más que un entretenimiento de niños.
Los cambios de la revolución digital son profundos y suceden a velocidades cada vez más rápidas, produciendo grandes brechas entre las personas que los entienden y hacen suyos, y las que no. Si queremos ser relevantes en las economías que vienen, tenemos que hacer un esfuerzo importante por entender el devenir de todos estos cambios.
*** Bernardo Hernández es CEO de Verse.