El primero de julio de 1989 se adoptó en Yamoussoukro, Costa de Marfil, en el marco del principal mandato de la UNESCO, la conocida como "Declaración sobre la paz en la mente de los hombres”. Este magnífico documento empieza así: “La paz es esencialmente el respeto de la vida. La paz es el bien más preciado de la humanidad. La paz no es sólo el término de los conflictos armados. La paz es un comportamiento. La paz es una adhesión profunda del ser humano a los principios de libertad, justicia, igualdad y solidaridad entre todos los seres humanos. La paz es también una asociación armoniosa entre la humanidad y el medio ambiente”. Es importante destacar el punto II.a en el que se “invita a todos los Estados” a:
a) Contribuir a la construcción de una nueva concepción de la paz, mediante el desarrollo de una cultura de la paz, fundada en los valores universales del respeto a la vida, la libertad, la justicia, la solidaridad, la tolerancia, los derechos humanos y la igualdad entre hombres y mujeres
b) Suscitar una mayor conciencia del destino común de la humanidad para favorecer la aplicación de políticas que garanticen la justicia en las relaciones entre los seres humanos y una relación armoniosa entre la humanidad y la naturaleza
c) Incorporar en todos los programas de enseñanza elementos relativos a la paz y los derechos humanos, con carácter permanente
d) Alentar actividades coordinadas en el plano internacional, con miras a administrar y proteger el medio ambiente y procurar que las actividades llevadas a cabo bajo la autoridad o la supervisión de cualquier Estado no perjudiquen la calidad del medio ambiente de los demás Estados ni la biosfera”.
La cultura de paz “nace” en un momento propicio: el mismo año que se desmorona el Muro de Berlín y, con él, la Unión Soviética, sin una sola gota de sangre, gracias a la sagacidad y voluntad de Mijhail Gorvachev, iniciando los países que la integraban una larga marcha hacia un sistema de libertades públicas. En Sudáfrica, otro personaje histórico como Nelson Mandela, con la complicidad del Presidente Frederik De Klerk, termina con la situación insostenible e inmoral de apartheid racial, siendo elegido a los pocos meses Presidente de Sudáfrica. Y se completa el proceso de paz de El Salvador con el Acuerdo de Chapultepec. Y, con la mediación de la Comunidad de San Egidio, se alcanza un acuerdo de paz en Mozambique. Y se reinicia el proceso de paz de Guatemala.
El poder mediático que, unido al militar, económico y tecnológico, tiene atemorizada a buena parte de la humanidad, debe recibir un mensaje firme
En octubre de 1999, se adopta por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas, la Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz. En ella se señalan las medidas que deben adoptarse para la gran inflexión histórica desde la secular “preparación de la guerra” a la “construcción de la paz con nuestro comportamiento cotidiano”. El 13 de septiembre de ese año la Asamblea General de las Naciones Unidas había aprobado el Plan de Acción de la Declaración.
En el año 2000 se constituye en Madrid la Fundación Cultura de Paz (2000- ) para poner en marcha, en toda la medida de lo posible, las actividades educativas, de observancia de los derechos humanos, de desarrollo sostenible, de libertad de expresión, de igualdad de género... que figuran en esos documentos.
Es tiempo de acción para hacer posible “un nuevo comienzo”. Es tiempo de no callar. Es tiempo de unir voces y manos. Eduardo Galeano, que nos inspira permanentemente, escribió que los “abuelos de la humanidad sobrevivieron contra toda evidencia porque fueron capaces de compartir y supieron defenderse juntos”. Nos hallamos ante procesos potencialmente irreversibles. Es imperativo cumplir con nuestras responsabilidades intergeneracionales.
¡No más espectadores! No más receptores obedientes y resignados. La transición desde una cultura de guerra a una cultura de paz exige otra transición profunda, personal: la de súbditos a ciudadanos participativos, a ciudadanos “educados” que actúan en virtud de sus propias reflexiones, que no se dejan ganar por lejanísimas instancias de poder mediático. El poder mediático que, unido al militar, económico y tecnológico, tiene atemorizada a buena parte de la humanidad, debe recibir ahora un mensaje firme y claro: el tiempo del silencio ha concluido.
*** Federico Mayor Zaragoza es presidente de la Fundación Cultura de Paz y ex Director General de la UNESCO