A estas alturas no deberían quedar ya negacionistas del cambio climático. El invierno que estamos viviendo, con temperaturas inusualmente altas y escasísimas precipitaciones (tanto que el asunto empieza a ser ya preocupante), es una consecuencia directa del aumento del calentamiento terrestre. Como todas las danas, olas de calor y demás fenómenos atmosféricos extremos que llevamos viviendo desde hace varios veranos.
Según datos de la NASA, la temperatura media global es actualmente 1ºC más alta que la del siglo XIX, y el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) pronostica que podría elevarse hasta 1,5ºC entre 2030 y 2052 si las emisiones continúan en sus tasas actuales de crecimiento. Dice también la NASA que el nivel del mar está hoy casi 10 cm por encima de su marca de 1993 (los expertos del IPCC apuntan que en 2100 el aumento podría ser de entre 43 y 84 cm), y que la superficie helada del Océano Glaciar Ártico se ha reducido 3,67 millones km² desde 1980.
La única forma de frenar esta tendencia, de efectos tan negativos para la biodiversidad y el planeta en su conjunto, es reduciendo drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero. Y en ello estamos: en los últimos dos años, los gobiernos de todo el mundo (el primero fue el de Reino Unido, en junio de 2019, y la Comisión Europea en julio de 2021) han empezado a legislar para obligar a sus industrias y organizaciones a adoptar medidas que permitan avanzar hacia una economía neutra en carbono en 2050.
El informe Net Zero Economy Index 2021 de PwC, que analiza el nivel de descarbonización de la economía a partir de un indicador de emisiones de CO2 por unidad de PIB, asegura que la tasa anual necesaria para no superar la cota de 1,5ºC a finales de siglo es de 12,9%. Sin embargo, en 2020 el indicador de descarbonización global se situó en el 2,5% (en 2019 fue del 2,4%). Es decir, para alcanzar el gran reto de cero emisiones habría que multiplicar por cinco el ritmo actual.
Sin duda, ningún estado podrá conseguir implantar una economía neutra en carbono sin la implicación y el firme compromiso de las empresas. Aquellas que se anticipen a estas tendencias incorporando proactivamente a sus estrategias de sostenibilidad el objetivo de la reducción de emisiones pueden encontrar en ello una ventaja competitiva, pues no solo estarán contribuyendo a la conservación del planeta, sino también mejorarán en innovación, competitividad, atracción de talento, gestión de riesgos y crecimiento.
Pero, ¿cómo podemos crear una estrategia de cero emisiones para nuestro negocio? En APlanet hemos elaborado la Guía Net Zero para ayudar a las empresas en este proceso, y los aspectos esenciales a tener en cuenta se resumen en cuatro pasos: Autoevaluación de acuerdo con estándares.
El primer paso es analizar nuestras emisiones, tomando como referencia el Protocolo de Gases de Efecto Invernadero (GEI), que nos propone informar de las toneladas de CO₂ generadas de los seis GEI que existen, en tres niveles de emisiones: 1) Directas, como el uso de combustibles. 2) Indirectas, como uso de electricidad, calefacción o refrigeración. 3) Actividades con impacto indirecto en la cadena de valor. A partir de este análisis, debemos decidir cuáles queremos reducir. El alcance debe ser ambicioso, y es recomendable guiarse por estándares globales, como el PAS 2060, la especificación internacional de neutralidad en carbono promovido por la British Standards Institution (BSI).
Ningún estado podrá conseguir una economía neutra en carbono sin la implicación de las empresas
Definición de objetivos y métricas. Debemos definir un plan de gestión que recoja unos objetivos de reducción específicos (alineados con el Acuerdo de París), unos plazos para alcanzarlos, unas medidas para conseguirlos y una propuesta de compensación de las emisiones residuales. A la hora de trasponer esos objetivos a un plan de acción, el liderazgo es fundamental, ya que solo funcionará si somos capaces de convencer de nuestra misión a todas las áreas y todos los procesos de la compañía.
Además, resulta esencial ser capaces de medir los resultados de esas acciones y de analizar los datos generados para comprobar la evolución de los objetivos y facilitar la toma de decisiones. En este sentido, existen herramientas digitales que pueden ayudar a garantizar que los datos sean precisos y estén actualizados.
Desarrollo del plan de acción. La prioridad para una estrategia de cero emisiones es reducir cuanto antes y de forma absoluta las emisiones de nivel 1 y 2, e incidir en la cadena de suministro para tratar de reducir en lo posible las de nivel 3. Para empezar a actuar debemos elegir un año de referencia, sobre el que vamos a basar nuestra capacidad de reducción, y determinar un cronograma, así como la metodología a utilizar (que debe tener en cuenta las innovaciones basadas en nuestra propia industria).
Por ejemplo, se puede elegir entre desarrollar proyectos de eliminación de carbono en la cadena de valor o comprar créditos de carbono. En este sentido, existe una diferencia entre equilibrar las emisiones lo antes posible o invertir en proyectos que llevarán más tiempo, pero que reducirán las emisiones en mayor medida. Y siempre es importante prestar especial atención a los métodos de control de calidad utilizados.
Verificación de los resultados. Solicitar la validación de un organismo independiente dará mayor valor a nuestro esfuerzo por reducir las emisiones de GEI. Esta verificación garantizará que nuestro inventario actual de emisiones está alineado con los estándares, marcos y requisitos internacionales y nos permitirá disponer de informes que lo acrediten.
Asimismo, más allá del cumplimiento de los requisitos regulatorios, poder divulgar públicamente nuestros logros dará a nuestra compañía una imagen de empresa comprometida y responsable antes nuestros grupos de interés (inversores, clientes, empleados y la sociedad en su conjunto) que, sin duda, repercutirá positivamente en nuestro negocio.
*** Johanna Gallo, CEO y cofundadora de APlanet