La capacidad de aprendizaje es una cualidad que nos acompaña desde que nacemos y a lo largo de nuestra vida, seamos más o menos conscientes de ello. ¿Qué sería del ser humano sin ella? Así como aprender es una necesidad básica y puede ser una experiencia maravillosa, ir a la escuela también debería serlo.
En pleno 2022, nos encontramos en la recta final para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) ─o al menos, para avanzar de forma sustancial hacia su cumplimiento─. Por tanto, es el momento de incrementar esfuerzos e impulsar nuevas formas de conseguir una educación de calidad, universal y accesible.
La educación es clave para lograr un desarrollo sostenible y romper ciclos y espirales de pobreza, reducir las desigualdades, construir una paz positiva y poner en marcha una sociedad que se nutra del conocimiento y de la curiosidad.
También lo es para alcanzar el resto de las metas y objetivos de la Agenda 2030. Y generar ideas, crear conciencia, dar a los y las jóvenes las herramientas para convertirse en actores del cambio y ayudarnos a encontrar las mejores soluciones para los retos presentes y del futuro.
Retos que, sin duda, hoy son distintos a los que enfrentábamos décadas atrás y que serán diferentes a los que tengamos que abordar mañana. Pero si los retos han cambiado, ¿lo ha hecho también la manera de aprender y de enseñar? En la mayoría de los sistemas educativos y espacios formales de aprendizaje, la respuesta es categórica: no.
El sistema educativo estandarizado, que ofrece lo mismo para todos los alumnos, fue en su momento un avance importante, revolucionario, que dio grandes resultados y generalizó la alfabetización, lo que a su vez permitió a muchas generaciones, indirectamente, salir de la pobreza. Pero el contexto actual reclama algo más.
Ya no prima la automatización y la máxima eficiencia por encima de todo. Los ritmos son más acelerados, estamos hiperconectados y con mayor frecuencia nos encontramos en situaciones de incertidumbre. De hecho, según previsiones del Foro Económico Mundial, el 65% de los niños que acceden a la enseñanza primaria hoy en día acabarán en trabajos que aún no existen. El mañana es incierto, pero sí sabemos que los jóvenes de hoy tendrán que actuar en ese futuro.
Los desafíos globales y las profesiones del presente y del mañana nos piden que adquiramos un abanico de aptitudes amplio. Habilidades cognitivas, sociales y emocionales, que no siempre se desarrollan correctamente en un entorno poco flexible y autoritario.
Si observamos el plano de un centro educativo tradicional, veremos que la arquitectura es similar a la que encontramos en un centro penitenciario. Y eso es porque su diseño se centra en el control. La resolución de problemas, la colaboración y la resiliencia necesitan libertad, interacción y movimiento.
Además, la digitalización y la pandemia, dos fenómenos muy relacionados entre sí, nos han hecho plantearnos cuestiones importantes. ¿Qué ocurre si el aprendizaje está únicamente centrado en los dispositivos? ¿Cómo cerramos la brecha digital? ¿Se puede aprender igual fuera del aula? ¿Cómo ayudamos a los alumnos y alumnas a sentirse más conectados y protagonistas de su aprendizaje?
Sin ninguna duda, fuera del aula tradicional, con sus pupitres y una pizarra, no sólo se puede aprender igual, sino mejor. Cada persona es distinta y aprende a su manera; por eso, las cosas que nos inspiran y motivan también son diferentes. No obstante, a todos nos influye el entorno físico que nos rodea y, por ello, los paisajes de aprendizaje tienen el potencial de crear áreas estimulantes y atractivas para que todos aprendamos de una forma más orgánica y respetando nuestras diferencias.
Hoy contamos con ejemplos que nos confirman que el diseño de espacios de aprendizaje lúdicos y creativos puede dar como resultado grandes cambios sistémicos y culturales y en el desarrollo de los niños y niñas.
Pero va más allá del espacio físico; también implica replantearse la pedagogía y el modo en que organizamos los lugares de aprendizaje. La (re)configuración de un espacio puede cambiar hábitos y tradiciones e inspirar nuevas formas de comportamiento. Cambiar nuestros entornos de aprendizaje implica cambiar la manera en que vemos nuestro mundo y en que nos vemos a nosotros mismos, a los jóvenes y niños. Si queremos lograr un cambio en la educación, también deben manifestarse los cambios en el espacio físico.
Estos entornos apuestan por el aprendizaje a través del descubrimiento y del juego. Una apuesta muy seria que permite fomentar la creatividad, trabajar en la seguridad y la confianza, en la capacidad de tomar decisiones y valorar opciones, en convertir a los alumnos en protagonistas de su camino, dotándoles de responsabilidad y autonomía, activando sus sentidos e impulsando la socialización. También incorpora un elemento verdaderamente importante: el movimiento.
Cuando dejamos de movernos, nuestro cerebro se ralentiza. Por eso, al potenciar el movimiento también estamos potenciando la capacidad de aprendizaje. Gracias a la neurociencia sabemos que la atención disminuye pasados unos minutos y que necesitamos nuevos estímulos, y al cambiar la forma en que nos movemos, podemos cambiar la forma en que pensamos.
Los espacios versátiles, que permiten que los alumnos se muevan y realicen distintos tipos de tareas de la mejor forma posible, por ejemplo: escuchar, exponer, reflexionar, leer o construir, y que les motiva a preguntarse, descubrir y colaborar con los demás, dan como resultado personas más preparadas para aprender, activas y colaborativas.
En resumen, una educación innovadora y necesaria para el desarrollo sostenible, que fomenta la transformación individual del alumnado de manera que trasciende e impacta en su comunidad y en la sociedad. Un enfoque holístico que es vital para comprender nuestro mundo y que forma parte del ADN de la propia Agenda 2030.
No olvidemos que las instalaciones educativas son un indicador importante en una educación de calidad, y deben ser seguras, inclusivas y accesibles. Este enfoque de diseño encuentra cabida en todo tipo de centros educativos, sin importar que sean públicos o privados, de preescolar o universitarios, así como fuera de la escuela, en ludotecas, centros de actividades extraescolares o bibliotecas.
El diseño es una herramienta con un gran potencial para lograr cambios positivos y para el desarrollo. Si lo ponemos al servicio de la educación, construimos espacios motivadores que inspiran, educan y acompañan a los estudiantes en su camino. Tal vez los alumnos de primaria que hoy aprenden jugando tengan las herramientas para alcanzar nuevas metas y hacer realidad un futuro sostenible.
Así, ¿quién no querría volver a la escuela?
*** Por Rosan Bosch es fundadora y directora creativa de Rosan Bosch Studio.