“La responsabilidad de una empresa no se acaba en las puertas de la fábrica o en la puerta de la oficina”. Hace 50 años, el entonces presidente y cofundador de Danone, Antoine Riboud, pronunciaba estas palabras en un discurso ante la patronal francesa que fue considerado pionero para aquella época, tanto en el fondo como en las formas, y que mantiene su vigencia todavía hoy.
Un enfoque único de cómo la responsabilidad social y ambiental pueden y deben retroalimentarse, en lugar de luchar entre sí. Así, convencidos de que el crecimiento económico tiene que ir acompañado de un progreso social, nació el doble proyecto de Danone que ha estado muy presente de manera muy consistente durante todos estos años.
Las palabras de Riboud, que tan lógicas nos parecen hoy, cobran especial importancia por el contexto en el que se produjeron. Era el año 1972, en plena era de la industrialización y ante 2.000 empresarios. Un año antes de que estallara una crisis energética inédita entonces con importantes consecuencias en la economía global.
Desde entonces Danone ha evolucionado para dar respuesta a las necesidades de un entorno también cambiante, pero el compromiso dual se ha mantenido y se han dado pasos en pro de cumplir la misión de aportar salud a través de la alimentación al mayor número de personas siempre desde nuestra cultura y nuestros valores de humanismo, apertura, proximidad y entusiasmo que definen la forma tan única que tenemos de hacer las cosas en Danone.
Uno de los mayores hitos sucedió en 1996, cuando la sociedad comenzaba a mostrar interés por el vínculo entre salud y alimentación. En ese momento el expresidente de Danone, Frank Riboud, tomó la decisión de desprenderse de aquellas áreas de negocio que no aportaban salud. Una iniciativa que marcó realmente la seña de identidad de lo que quería ser Danone en el ecosistema empresarial a partir de entonces.
Hoy, en 2022, nos encontramos ante un contexto igualmente exigente e incierto, que nos obliga a actuar y situar el propósito en el centro de nuestras acciones. Recuperar este momento de nuestra historia de compañía es relevante porque, el modelo empresarial que hemos construido, desde que hace más de un siglo Isaac Carasso asumiera el compromiso de aportar salud a los más pequeños desde la Barcelona de 1919, hasta la actualidad, tiene como base el propósito. La cultura corporativa que afianzamos día a día bebe de esa declaración de principios y no es inmune al contexto que vivimos.
Esa visión de la actividad empresarial y los negocios planteada por Riboud está más viva que nunca. El propósito empresarial juega un papel clave, pues las empresas estamos llamadas a ser agentes de cambio activos y tomar parte de las soluciones que nuestras sociedades necesitan, ya que como apuntaba Riboud, nuestras acciones como empresa “repercuten en toda la comunidad e influyen en la calidad de vida de cada ciudadano”.
Todos estamos llamados a formar parte de la solución. Una de las maneras, no la única, pero sin duda importante, es transformar el modelo empresarial. Abrazar lo que Antón Costas, presidente del Consejo Económico y Social (CES), denomina “el buen capitalismo: cambiar las empresas para cambiar el mundo”.
Esta visión exige un ejercicio de empatía en tiempo real con nuestro entorno y nos sitúa ante la siguiente cuestión: ¿Qué puedo hacer yo, como empresa? En eso se basa el propósito, en la empatía. Solo así conseguiremos recuperar la confianza de la sociedad y dejar un futuro mejor a las generaciones actuales y futuras.
Son muchos los retos y desafíos que afrontamos de forma más inmediata. Pero no podemos perder de vista los que tenemos que abordar en el largo plazo. En julio, los expertos nos alertaban de que ya habíamos agotado todos los recursos naturales de la Tierra para 2022. Cada año se consumen los recursos de casi 2 planetas Tierra y este año se excederá en un 74% la capacidad de los ecosistemas terrestres para regenerar los recursos naturales y sus ecosistemas.
Sin embargo, asegurar la sostenibilidad del planeta y sus recursos es posible. Contamos con un horizonte fijado y una guía para conseguirlo. Hace siete años, 193 líderes mundiales se reunían en la Asamblea General de las Naciones Unidas para llegar a uno de los mayores consensos públicos vistos en este siglo: la Agenda 2030.
Reflejo de un consenso sin precedentes para abordar de forma tangible los retos sociales, ambientales y económicos que afrontan nuestras sociedades. El exsecretario General de la ONU, Ban Ki-moon, tenía claro que era ahora o nunca: “No tenemos un plan B porque no hay un planeta B”.
Blindar el propósito
Encontrar el equilibrio entre las tensiones propias del mundo empresarial tradicional —rentabilidad, márgenes, cuotas de mercado— y la sostenibilidad —materializada en las llamadas finanzas sostenibles— es el reto de las compañías actualmente. Ciudadanos, empresas, tercer sector; todos toman la delantera a la hora de aportar medidas para que gobiernos e instituciones garanticen que el interés común se cuele en la cuenta de resultados, y que el impacto social y ambiental formen parte del balance de una compañía.
Fruto de esa alianza entre diferentes actores, España conseguía situarse hace unos meses a la vanguardia en la promoción de la economía de impacto, junto a otros países como Italia o Francia. El pasado 30 de junio, el Congreso de los Diputados aprobaba la creación de las Sociedades de Beneficio e Interés Común. El primer paso para iniciar ese cambio tan necesario en los Consejos de Administración de nuestro país. Beneficios sí, pero no solamente teniendo la vista puesta en el valor para el accionista.
Un hito que ha sido posible lograr gracias un proceso participativo que se ha desarrollado durante un año y medio, con actores muy diversos y con diferentes ideologías, pero unidos por un objetivo común. No estaríamos abordando hoy esta cuestión sin el apoyo de las más de 30.000 personas que firmaron el manifiesto inicial en Change.org, el respaldo de 400 organizaciones y 50 personalidades, como José María Lassalle o periodistas tales como Iñaki Gabilondo.
Pero, ¿por qué es necesaria esta regulación? Fácil, porque cada vez que realizamos una compra, estamos decidiendo qué futuro queremos para nosotros y las generaciones venideras. Cada vez son más las personas que quieren saber qué hay detrás de lo que consumen, ser más sostenibles y respetuosos con el entorno, y consumir productos procedentes de empresa con un propósito detrás.
Esta figura funciona, porque permite orientar a la administración pública en la implementación de políticas que sean una solución real para los desafíos actuales que nos afectan, como la brecha salarial, la promoción de la producción local, el cambio climático, las relaciones justas con proveedores, etc.
Desde Europa, la Comisión Europea avanza con convicción y paso firme en el desarrollo de normativas que garanticen un comportamiento empresarial sostenible y responsable a largo plazo. El Reglamento de Taxonomía y el Plan de finanzas sostenibles son una pieza clave de la legislación que contribuirá al Pacto Verde Europeo impulsando a los inversores del sector privado en reorientar las inversiones en proyectos verdes y sostenibles.
Se creará una lista verde recogiendo de manera unificada todas aquellas actividades consideradas como medioambientalmente sostenibles, evitando el greenwashing y generando un ecosistema en el que se apoyan y del que emanan diferentes normas, herramientas y estándares en materia de sostenibilidad.
Estamos ante un cambio de paradigma en la manera de entender cómo hacer negocio y, para alcanzar los objetivos de la Agenda 2030, debemos unir fuerzas entre sector privado, la administración pública y la ciudadanía para generar un impacto e influencia real.
Nuestra ambición es seguir abrazando por completo este doble proyecto. Capitalizar nuestra posición como empresa líder asegurar un crecimiento sostenible y equitativo. Y aprovechar la sostenibilidad para impulsar el crecimiento y el impacto social.
Hace 50 años fuimos pioneros abanderando el propósito empresarial. Ahora nos toca reimaginar este compromiso para adaptarlo a los retos actuales y futuros, porque solo así conseguiremos construir un futuro mejor para las generaciones actuales y futuras. Recuperando estas palabras de Riboud: “Lideremos las empresas con nuestra cabeza y con nuestro corazón”.
*** Laia Mas es la directora de Asuntos Corporativos y Sostenibilidad en Danone Iberia.