Admito que soy un fan de Stefan Zweig. Sus biografías, las novelas cortas y ese gran compendio que todo humano debería leer. El mundo de ayer (El Acantilado, 2012) llenaron tardes, noches y lapsos de espera durante mi juventud.
De él siempre recomiendo un librito pequeño titulado Momentos estelares de la humanidad (El Acantilado, 2012), donde, siguiendo un orden cronológico, Zweig novela catorce acontecimientos particulares de personalidades famosas o giros inesperados del destino que cambiaron el curso de la historia.
Cuando lo leí, y a pesar de quedar fascinado, eché en falta más ciencia, más descubrimientos de esos que dejan su impronta en la humanidad. Recuerdo que aquella primavera universitaria me propuse escribir un libro corto que llamaría "Momentos estelares de la Ciencia”, donde narraría los hitos científicos que revolucionaron la sociedad. Iluso de mí, pocas semanas después descubrí que Isaac Asimov se me había adelantado.
De cualquier manera, si alguien es un empecinado, ese soy yo. Por ello, aprovecho esta última columna del año para resarcirme y escribir mi particular “Momentos estelares de la Ciencia”, aunque focalizado en estos 12 meses que hoy acaban.
De primeras, quiero decirte que no es mi intención hacer un ranking, en eso siempre se falla, ni tampoco sentar cátedra; tómalo como una conversación distendida entre personas curiosas y observadoras. ¿Preparado?
Está meridianamente claro que los grandes avances de 2022 han tenido un indiscutible protagonista: el telescopio espacial James Webb. Operativo desde hace pocos meses, el sucesor del legendario telescopio espacial Hubble, casi cada semana nos impresiona con datos y fotos asombrosas. Hemos visto estructuras ignotas de nuestro sistema solar, galaxias lejanas, las primeras estrellas del Universo y el etcétera es abrumador.
[El telescopio James Webb, el avance científico más importante de 2022 para la revista 'Science']
El James Webb es una maravilla tecnológica y un ejemplo de cooperación internacional en tiempos de guerra. El astrofísico e historiador español David Barrado nos asegura que su explotación nos dará gratas sorpresas científicas en las próximas décadas.
Bajándonos a la Tierra, un avance casi increíble llegó con el comienzo del año. Justamente en enero, un enfermo terminal de 57 años que necesitaba un trasplante de corazón se convirtió en el primer humano en recibir con éxito un órgano de cerdo genéticamente modificado.
Los xenotrasplantes suelen ser rechazados rápidamente por las defensas del cuerpo humano, pero este corazón provenía de un cerdo con diez ediciones genéticas destinadas a reducir el riesgo de rechazo. El corazón funcionó bien, pero David Bennett murió dos meses después del innovador procedimiento. El fatal desenlace que debo admitir no estuvo exento de polémica ética, ha abierto una puerta para prolongar la vida humana.
Otro gran momento científico del 2022 se vivió tras el anuncio de una fusión nuclear con ganancia energética. Con el arranque de diciembre llegaba la noticia desde el Laboratorio Nacional Lawrence Livermore, California. No era la soñada fusión fría que nos calentó, científicamente hablando, a finales de los movidos años 80, pero la noticia nos da motivos para la alegría. En estos tiempos donde el cambio climático se acelera por la quema de combustibles fósiles, la fusión nuclear nos ha abierto una ventana para imitar al Sol.
En otra cuerda, desde que Edward Jenner generara la primera vacuna en la segunda mitad del siglo XVIII, los descubrimientos en este campo son hitos de la humanidad ligados a solucionar problemas sanitarios de urgencia. En 2020, con la ¿última? pandemia pisándonos los talones, se produjo un salto cuántico en la generación de vacunas de forma rápida: te hablo de la tecnología que involucra las moléculas de ARNm.
Con ellas logramos frenar el mortal avance de la COVID-19 en 2021; ahora en 2022 la tecnología se ha aplicado a una vieja conocida: la malaria. Este, sin lugar a dudas, ha sido uno de los grandes avances científicos del año. Por cierto, Jenner amaba y cultivaba la poesía.
Siguiendo en el ámbito de la biomedicina, un dogma se ha roto: se ha logrado crear vida sin esperma ni óvulos. El experimento se ha realizado en el Instituto de Ciencias Weizmann de Israel. Allí se han generado embriones de ratón dentro de un biorreactor partiendo de células madre cultivadas, repito: ¡sin óvulos ni espermatozoides!
Según reportaron los investigadores del Weizmann, los embriones se desarrollaron normalmente. Al tercer día comenzaron a alargarse y al octavo ya se detectaba un corazón latiendo. ¡Esto promete!
Siempre se ha dicho que estudiar la historia nos evita repetir errores y lo suscribo. Por ello es importante saber de dónde venimos y quienes nos precedieron. En ese sentido, este año hemos tenido que re-escribir algunas cosas que ya estaban asentadas: la línea de tiempo de la evolución humana es diferente a lo que pensábamos.
Ahora sabemos que el Australopithecus, uno de los primeros parientes del género Homo, andaba por el planeta hace 3,7 millones de años, un millón de años antes que lo establecido previamente. Esto se ha logrado con nuevos métodos de datación que hace las mediciones mucho más precisas. Seguramente tendremos otras muchas correcciones cuando se siga aplicando la nueva tecnología a las muestras arqueológicas disponibles.
Yéndonos al futuro casi inmediato, en noviembre se sentaron las bases para volver a la Luna: Artemis I se lanzó por fin. La misión demostró la capacidad de los sistemas de Orion en un entorno de vuelo espacial. Ya parece estar garantizado el reingreso, descenso, amerizaje y recuperación. Ahora todo está preparado para un vuelo tripulado: Artemis II. Con esto, además, se retoma el sueño humano de ir más lejos en nuestro sistema solar.
Regresando al presente, ya sí podemos decir que el genoma humano está secuenciado. En el 2000 fue anunciado un hito histórico para la medicina: conocíamos la secuencia exacta de letras que componen nuestro genoma. Sin embargo, aquello no era del todo preciso. En realidad, conocíamos el 92%, aún faltaba un 8% por secuenciar.
Veintiún años después, el Consorcio Telomere-to-Telomere (T2T) logró descifrar ese 8% y ahora sí: el genoma humano está secuenciado al 100%, sin lagunas ni vacíos. Entender el 100% del genoma humano propiciará mejoras significativas en la investigación de las enfermedades hereditarias e, incluso la evolución humana.
Arrancar secretos a la naturaleza
Varias veces he dicho que unas de las cosas más fascinantes de la ciencia es la interacción que a menudo se produce entre los supuestos campos estancos del conocimiento: biología, física, química y hasta disciplinas artísticas. Muchas han sido las ocasiones que mi amigo, el inmunólogo y divulgador Alfredo Corel, me ha requerido por definirme como científico evitando la etiqueta de físico o inmunólogo. Para mí la ciencia y el método científico son una herramienta para arrancar secretos a la naturaleza, con independencia del campo en que te muevas.
En ese sentido, destaco un experimento que sugiere que la conciencia se basa en el acoplamiento cuántico y aquí se mezcla: neurología, psicología y física en estado puro. Sabemos que el cerebro humano es, por ahora, el ordenador más potente que conocemos. Sus intríngulis han traído de cabeza a investigadores de todos los tiempos y especialidades. Recientemente, un equipo del Trinity College de Dublín llevó a cabo un experimento alucinante que los llevó a una conclusión peculiar: el cerebro podría ser cuántico.
Estos científicos han logrado correlacionar los potenciales de los latidos del corazón de los sujetos estudiados con interacciones aparentemente no conectadas entre los giros de protones en sus cerebros. ¡No me he equivocado!, todo parece indicar que la física cuántica podría estar en juego. La actividad cerebral, y tal vez incluso la conciencia, podría operar a nivel cuántico. La neurología cuántica será una especialidad del futuro.
[La energía sexy oculta en los núcleos de hidrógeno]
¿Te acuerdas de todo lo que prometía el grafeno? Quizá no lo recuerdes, pero su popularidad se elevó a principios del siglo cuando fue redescubierto por un tándem de científicos rusos afincados en Mánchester como parte de los experimentos que hacían, para divertirse, los viernes por la tarde. Por cierto, la diversión les valió el Nobel en 2010.
El grafeno es una sustancia compuesta por carbono puro, con átomos organizados en un patrón regular hexagonal, parecido al grafito. Tiene propiedades sorprendentes: es casi transparente, más resistente que el acero, súper flexible, gran conductor de la electricidad, cinco veces más ligero que el aluminio y se autorrepara usando un curioso efecto que atrae a átomos vecinos cuando se daña o se quiebra su estructura. Toda una promesa si no fuera porque producirlo a gran escala era un desafío.
¿Y por qué me he detenido en esto? Pues porque en agosto de este año dos centros de investigaciones —la Universidad de Colorado-Boulder y la Universidad de Qingdao— han logrado la síntesis a escala de este material tan prometedor. En breve lo tendremos por todas partes.
Otros muchos hitos se han ido produciendo este año, los científicos somos extremadamente productivos y cada día se podrían llenar telediarios con las noticias que se generan en los laboratorios.
A vista de pájaro incluiría, además, en este peculiar listado los avances en edición genética para combatir diversas enfermedades, los pasos seguros que están dando algunos equipos científicos para encontrar una explicación alternativa a la metástasis basada en la fusión de dos entidades celulares.
También el aumento casi increíble en la capacidad de cómputo de los súper ordenadores, la generación de una vacuna polivalente contra 20 cepas de gripe usando tecnología ARNm, el descubrimiento de una bacteria gigante visible a simple vista, el aislamiento de material genético con más de 2 millones de años, la preservación de órganos moribundos…
Pero algo ha sido tremendamente extraordinario: la misión DART (Prueba de Redirección de Asteroides Dobles). Quise dejar para el final este enorme hito de nuestra especie: lograr cambiar el curso de un asteroide. Usando una nave del tamaño de un automóvil que impactó sobre un cuerpo celeste errante, los humanos hicimos realidad el, hasta ahora ficticio, concepto de defensa planetaria.
En realidad, no existía ningún peligro de choque con nuestro planeta, era un experimento que solemos llamar: prueba de concepto. El 11 de octubre de este año se confirmó el éxito de esta estrategia que, seguro estoy, nos salvará de correr la misma suerte de los dinosaurios. La ciencia ficción ha dejado de ser ficción. Eso sí, tendremos que trabajar para no fastidiarla con nuestras guerras.
Parafraseando al astrofísico estadounidense Neil deGrasse Tyson, te digo que lo bueno de nuestro trabajo es que al final es cierto, creas en ello o no. A lo que suelo añadir: porque no es magia, es Ciencia.