Comenzamos un nuevo año y lo hacemos siguiendo la tradición y rutina que acostumbramos en estas fechas, haciendo balance de lo pasado en 2022 y pensando en lo que nos va a deparar el 2023.
Del 2022 hemos hablado largo y tendido y poco podemos añadir a un año que ha sido el peor vivido por los presentes, hasta la fecha. Al menos, en términos de mercados financieros (pocos tendrán recuerdo de 1931 y ahí la renta fija no cayó ni la mitad de lo que lo ha hecho en 2022) y en el que la guerra de Ucrania nos está haciendo convivir en Europa con algo que pensábamos pertenecía a un pasado del que habíamos crecido y aprendido para no volver a caer.
Este año pasado también nos ha dejado tensiones políticas en prácticamente todo el planeta que, por otro lado, nos va mostrando el precio de los excesos al que estamos sometiéndolo con fenómenos climáticos extraordinarios cada vez más frecuentes y menos extraordinarios.
Y de cara a 2023, ¿qué podemos esperar?
Creemos que la mejor forma de afrontar esta pregunta es reformulándola y en lugar de qué podemos esperar empezar con qué podemos hacer nosotros para que este año sea mejor.
Para ello lo primero es dimensionarlo. En un mundo tan global, tan complejo y con tantos frentes abiertos, muchas veces perdemos la perspectiva, nos vemos sobrepasados por la cantidad de problemas, conflictos, opiniones, información y nos quedamos bloqueados pues consideramos que nuestra actuación va a tener tan poco impacto que no vale la pena el esfuerzo.
Desde luego que vale la pena, y tenemos la responsabilidad de hacer lo que esté dentro de nuestras posibilidades y alcance independientemente de la escala que suponga, ya que siempre será más que no hacer nada.
[El 68% de las personas no cumple sus propósitos de Año Nuevo: ¿por qué seguimos haciéndolos?]
Una vez nos decidimos a actuar, y aquí vamos a ir acotando esta actuación al ámbito financiero, buscaremos alinear nuestra actuación a nuestros valores, que nuestro patrimonio, además de cumplir con nuestros objetivos financieros, converja con nuestros principios y genere un cambio positivo a nuestro entorno, entendiendo por entorno clientes, empleados, proveedores, accionistas, sociedad y medio ambiente.
Para medir y evaluar el alineamiento de esa actuación con nuestros valores, afortunadamente, en los últimos años hemos tenido una revolución en regulación, metodologías, modelos, métricas y datos que nos está permitiendo conocer cada vez mejor como impacta lo que las empresas hacen en ese entorno que previamente hemos mencionado.
No hacer nada no es una opción
Hoy en día las empresas ya no pueden centrarse exclusivamente en generar beneficio al accionista (Friedman) y deben incluir al resto de partícipes (Freeman). Como sucede con todo cambio tenemos que ser conscientes de las fricciones que éste genera.
Por un lado, debemos saber que es algo muy nuevo que ha llegado con mucha fuerza pero que llevará un tiempo de evolución y maduración. Esto no implica que con los recursos y conocimientos que ahora tenemos no vayamos trabajando en esa línea, aprendiendo de los errores, subsanándolos y creciendo. No hacer nada no es una opción.
Pongo un ejemplo. Desde que se aprobaron y publicaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de la ONU en septiembre de 2015, entrando en vigor el 1 de enero de 2016 con sus 169 metas, hemos visto cómo se han cuestionado, manipulado y utilizado políticamente de modo que unos y otros los han utilizado como bandera de sus propios intereses tanto a favor como en contra.
En este mundo de la sobreinformación y el titular podemos caer en un cinismo que nos lleva a no hacer nada, y tenemos que asumir que ese no hacer nada ya es una decisión en sí que no se puede justificar con las capacidades de hoy. Tenemos que actuar, cuestionar, aprender, corregir los errores que vayamos cometiendo y crecer.
Por otro lado, también debemos ponderar la incomodidad, aversión y rechazo a abandonar la zona de confort que generan los cambios. Esto, además del cinismo que acabamos de comentar, también se traduce en la exigencia de la perfección a lo nuevo, sin pensar por un segundo de dónde venimos ni en las propias imperfecciones del modelo actual.
Parece ser que encontrar fallos en lo nuevo justifica seguir en lo antiguo, sin tener en cuenta que lo nuevo surge como respuesta y evolución a los problemas que desde la antigua perspectiva no estamos sabiendo solucionar.
En nuestra mano está decidir que opción queremos seguir, nosotros en Portocolom AV, tenemos claro nuestro camino, y con nuestras capacidades y limitaciones, aprendizajes y errores, seguiremos trabajando en poner el patrimonio de nuestros clientes al servicio de sus objetivos y principios, seguiremos aprendiendo y creciendo con ellos.
***Iker Barrón es consejero delegado de Portocolom AV.