Estas líneas las escribo con la ayuda de útiles herramientas sin las cuales me sería muy difícil vivir. Las máquinas son, hoy, una parte fundamental y prácticamente inseparable del ser humano. 

Y esto ha venido siendo así desde que hace dos millones de años, en algún momento del pleistoceno, uno de nuestros antepasados, al lanzar un hueso al aire, descubrió cómo podía ser utilizado para triturar frutos, excavar el suelo, cazar animales o incluso atacar a semejantes. La historia del hombre es la historia de las máquinas, y la historia de esos artefactos es la historia del hombre. 

Durante millones de años, en ese maravilloso ejercicio de consciencia que es la imaginación y el descubrimiento, hemos creado herramientas que nos han ayudado fundamentalmente con tareas de movimiento y de comunicación: el arado, la rueda, el molino, la máquina de vapor, la electricidad, el teléfono o el motor de combustión. Pero ahora nos ayudan, además, a pensar. El desarrollo de una máquina de uso múltiple, como el ordenador, nos ha permitido transformar en dígitos binarios, ceros y unos, toda la información que nuestro cerebro absorbe. 

Desde que en 1936 Alan Turing introduce el concepto de la máquina que lleva su nombre, los ordenadores nos han ayudado con tareas fundamentales de nuestra condición humana como son las de recordar y hacer cálculos. Estas máquinas tienen dos elementos fundamentales: el hardware y el software, continente y contenido, soporte físico y soporte lógico.

El primero ha pasado de construirse con tubos de vacío y ocupar habitaciones enteras, a caber en una mano y tener millones de nano transistores en su interior. Si un coche que corría a 150 km/h hace 40 años hubiese aumentado su velocidad al mismo ritmo que las CPU de los ordenadores, hoy lo haría a 300 millones de km/h. 300 millones. 

El software, por su lado, no se queda corto. Las instrucciones que le damos a los ordenadores para que hagan cosas han pasado de ser reglas heurísticas en tarjetas perforadas a sofisticadas redes neuronales que con modelos estocásticos superan al más hábil de los humanos.

La herramienta más desarrollada hasta el momento, ChatGPT4, escribe sus textos con un modelo de 1.000 millones de variables entrenado sobre una base datos de aproximadamente 32 veces superior al tamaño de la mayor biblioteca del mundo. 

Estos cambios se han sucedido a lo largo de las últimas décadas, generando importantes desarrollos como los ordenadores de sobremesa, internet o el móvil. Pero la convergencia de todos ellos nos ha llevado a un momento de innovación que a mi juicio son órdenes de magnitud superior al desarrollo de la imprenta hace 500 años. 

La Inteligencia Artificial es el vértice más sustancial de esta convergencia tecnológica por el potencial de cambio que tiene sobre la cultura y la historia del hombre.

La vida inteligente sustentada en el carbono se define como la capacidad de pensar de manera abstracta, de comprender, razonar y adaptarse a situaciones nuevas. Es en esta función de adaptación creativa donde las máquinas nos están ayudando ahora como no lo habían hecho antes.

Con la aparición de herramientas como ChatGPT no solo podemos organizar la información como hace Google, sino que también tenemos la capacidad de generar nueva información. Se llama Inteligencia Artificial, pues, por fin, una máquina, un artefacto, nos ayuda con una parte fundamental de nuestra inteligencia: la creación de información para adaptarnos mejor a situaciones nuevas

El camino de las utopías posibles

Hay tres tipos de Inteligencia Artificial según su estado de desarrollo.  

El primero y más visible es la IA débil, que resuelve problemas específicos sin comprender, razonar o aprender fuera de su dominio de conocimiento. Son algoritmos creados con propósitos concretos y son muy eficientes en las tareas para las que han sido diseñados. No pueden replicar la inteligencia humana en un sentido amplio. Estamos rodeados de este tipo de IA: Siri, Alexa, la detección de fraude de PayPal o Stripe, el reconocimiento facial, la conducción automática de los coches o incluso los anuncios de Instagram cuando parece que el teléfono te escucha. 

El segundo es la IA general. Tiene la capacidad de comprender y razonar de manera similar a la inteligencia humana. A diferencia de la IA débil, puede aprender de forma autónoma y adaptarse a situaciones nuevas. Aunque todavía no se ha logrado plenamente, muchos de los usos de ChatGPT4 indican que podemos estar cerca.

Este modelo de lenguaje de gran escala puede hacer tareas en muchos ámbitos de conocimiento humano mejor que un humano medio. La velocidad con la que se están desarrollando los avances en la IA débil nos está sorprendiendo y sugiere que una IA general suficientemente desarrollada no está muy lejos en el futuro. 

La tercera, y para muchos el punto de no retorno para la humanidad, es la IA superinteligente. Este tipo de IA es hipotética y se refiere a una inteligencia artificial capaz de superar ampliamente las capacidades humanas en casi todos los aspectos, incluyendo el razonamiento, la creatividad, la empatía y la toma de decisiones. Este tipo de inteligencia realizará cualquier tipo de actividad mejor y más rápido que el mejor de los humanos en cada una de las distintas disciplinas. 

Para algunos, la IA general y la superinteligente son utopías posibles y el paso necesario e inevitable para que la vida continúe su conquista del universo, ya no basada solo en el carbono, sino también en el silicio y otros semiconductores. Para otros, son una gran amenaza que puede acabar con nuestra especie. Cuestiones importantes en la construcción de la IA, como la corrección de los sesgos en los datos y el entrenamiento de los modelos, son críticos a la hora de determinar qué camino tomará el desarrollo de IA, si el de los utópicos o los distópicos. 

Cuestiones fundamentales como la existencia, el hombre, la verdad, la ética, la mente y el conocimiento van a ser redefinidos irremediablemente. El mundo necesita un nuevo Descartes, un nuevo Kant que nos ayude con todo esto. Posiblemente, estos conceptos que darán forma a la IA los crearán las propias máquinas y el siguiente gran filósofo de la historia no será una persona, sino un conjunto de principios puramente digitales. 

El corto plazo, mientras tanto, será imprevisible, convulso y apasionante desde el punto de vista de la innovación. Muchos modelos de negocio serán redefinidos y reemplazados por otros más eficientes. Aparecerán múltiples herramientas generativas que nos ayudarán a producir más y mejor de forma extraordinaria, sobre todo en educación, salud y desarrollos informáticos.

Muchos puestos de trabajo desaparecerán, creándose otros nuevos con nuevas habilidades que las máquinas demandarán. Habrá inevitables baches en el camino, un creciente número de eventos no esperados en forma de cisnes negros, y pugnas entre gigantes tecnológicos que, además de querer cambiar el mundo, querrán ganar mucho dinero complicando todo aún más. 

Sin embargo, en el largo plazo, me posiciono en el lado de los utópicos. La Inteligencia Artificial es el santo grial de las ciencias de la computación y estas, a su vez, la mejor herramienta que el ser humano ha creado para ayudar a que la vida siga su camino de sofisticación y dominio del espacio y el tiempo.

La vida siempre ha ganado su pulso secular al segundo principio de la termodinámica, la entropía, desafiando la inexorable destrucción que conlleva el paso del tiempo. Es el hack perfecto a la creación. La vida ha evolucionado hasta ahora sin director, sin creador. Lo seguirá haciendo, pero esta vez a través de máquinas que aprenderán solas, procesando de una manera colosalmente eficiente la información de los 13.800 millones de años de historia del universo.  

***Bernardo Hernández, autor del artículo e inversor y asesor en Nuevas Tecnologías. 

***Este artículo ha sido escrito con la ayuda de ChatGPT4 y AutoGPT, consultar “promts” usadas en este enlace