¿Cómo puedo escribir algo que no sea 'una historia más'? ¿Cómo puedo contar todo lo que he visto, sentido y experimentado durante los últimos seis días utilizando las limitadas palabras del lenguaje humano para hacer justicia a la realidad? ¿Cómo puedo contar a los demás lo doloroso que es ver cómo el calor abrasador corta la piel de los niños y niñas que se levantan todos los días con hambre y se van a la cama con hambre?
Aquí estoy, de vuelta en la ciudad, donde la vida continúa con su derroche y sinsentido de deseos y necesidades, mientras mi corazón sigue intentando comprender por qué tantos bebés, niños y niñas tienen que sufrir tanto.
"Lo más probable es que este niño no sobreviva", me susurró el médico del hospital, obviamente perturbado por lo que veía. Pero aún no había perdido la esperanza.
Era un hombre joven, de unos 30 años, que me habló de la multitud de personas que acudían al hospital con niños y niñas desnutridos, sobre todo porque la sequía se ha agravado en los últimos meses.
Tenía que tomar decisiones difíciles todo el tiempo entre los niños a los que tenía que enviar a casa con un pequeño suplemento de comida que el hospital podía permitirse compartir y a los que debía mantener en el hospital porque podrían no sobrevivir sin cuidados adicionales.
De pie junto a él, en una habitación destartalada donde el hospital mantiene a seis bebés gravemente desnutridos, me dije: "¿Cuántos pequeños de ahí fuera no pueden salir adelante aquí?".
Hace unos días llegué desde Addis Abeba, donde vivo, a esta región del extremo sur de Etiopía, fronteriza con Somalia (a dos kilómetros) y Kenia (a unos 40 kilómetros), en un minúsculo avión gestionado por Naciones Unidas. Dolo Ado Woreda (distrito) es una de las zonas más afectadas por la sequía en Etiopía. Sus habitantes son principalmente pastores y agropastores, lo que significa que sus vidas dependen en gran medida de los animales que crían.
Una familia puede tener desde decenas a cientos de animales, camellos, vacas o cabras, y su vida está dedicada a mantenerlos vivos porque ellos mantienen vivas a las personas. Las familias dependen de la carne de los animales para alimentarse y de la leche para nutrirse, y también venden los animales cuando tienen que comprar otras cosas necesarias, como azúcar, sal, ropa e incluso artículos de papelería para los niños y niñas.
Cuando estas personas pierden los animales, pierden literalmente todo lo que tienen. La sequía que sufren ahora es la peor de los últimos 40 años, lo que hace que más de 13 millones de personas necesiten ayuda humanitaria.
En esta zona no ha llovido en los últimos tres años. Esto significa que no hay agua en los pozos, ni en las fuentes, ni tampoco en los ríos; significa que las cosechas se están echando a perder y las personas y los animales no tienen nada que comer.
Conocimos a un grupo de niños pequeños que viajaban en un carro tirado por un burro y llevaban bidones amarillos vacíos por un terreno árido y seco a las afueras de un campo de refugiados. Nos detuvimos y les preguntamos adónde iban, y nos dijeron que volvían a casa porque no conseguían agua ni siquiera en el campamento. Viajaron desde muy lejos hasta ese lugar, pero tuvieron que volver a casa con las manos vacías. Otro día sin agua. Otro día durmiendo sedientos y hambrientos.
"Echo de menos a mis amigos, quiero volver a verlos y jugar con ellos", dijo Firdusa, una tímida adolescente que nos contó que le encantaba estudiar. Firdusa nos explicó que, debido a la prolongada sequía, muchos de sus amigos tuvieron que trasladarse a otras zonas con sus familias, perdiéndose su educación y dejando atrás todo lo que apreciaban.
Atravesamos una enorme llanura donde vimos numerosas casas vacías. Algunas aún tenían muchas cosas dentro, como sillas, camas, utensilios de cocina e incluso ropa de niños, esparcidas por el suelo. No puedo imaginarme lo desesperadas que debían estar estas familias cuando tuvieron que dejar así la mayor parte de sus preciadas posesiones.
Orow Adan es una madre de diez hijos con los ojos hundidos que conocimos en uno de los kebeles (pueblos) a los que viajamos. Me contó que tiene unos 40 años y que se casó muy joven, como la mayoría de las mujeres del pueblo. Cuando le pregunté por la sequía, me dijo que lo sabía todo.
Con su bebé de dos años en brazos, nos cuenta que ese día no tenían nada que comer. Su marido estaba enfermo de hipertensión y no estaba. No le gustaba el ruido de la gente hablando, dijo, así que se fue lejos del pueblo.
Sin su marido trabajando o cerca para ayudarla, se preocupaba por la supervivencia de sus hijos. El dinero en efectivo que World Vision le proporcionó durante unos meses fue útil, pero sólo le duró los primeros días del mes porque tenía que comprar medicinas para su marido y, por supuesto, comida para sus hijos. Ahora, sólo puede contar con la ayuda de organizaciones humanitarias y la generosidad de amigos y familiares.
Otro día, niñas, niños, madres y padres nos contaron más historias de desesperación. Sentí una sensación de urgencia por parte de los funcionarios del gobierno y los líderes de la comunidad, que debían de estar afectados por el empeoramiento de la situación. Me preguntaron si podíamos ayudar, y les dije que lo intentaríamos.
Como parte de esta gran organización, yo también siento la carga de aminorar el sufrimiento que se ha extendido en muchas partes del país. Tenemos que hacer lo que podamos para que el mundo preste atención y se preste ayuda urgente a estas poblaciones. Los niños, niñas y sus familias no pueden esperar. Un día más que pasa significa un día más que soportan el hambre y el dolor.
A menudo veo la vida como los delicados hilos de una tela de araña. Tan frágil, pero también tan fuerte. Eso es lo que pude ver en las hermosas personas que conocí sobre el terreno en este viaje. La sequía ha puesto a la gente de rodillas, sufriendo y hambrienta; sin embargo, pude ver resiliencia en sus historias y esperanza en sus ojos. Pude disfrutar de momentos en los que los niños y niñas se reían de mis chistes malos y bailar tontamente con ellos bajo el sol sofocante.
Entre juegos, una niña se me acercó y me dijo que quería ser trabajadora humanitaria. Me pilló por sorpresa. Le pregunté por qué, y me dijo: "Quiero ayudar a la gente". Un rato después, volvió con el teléfono de alguien. Nos hicimos un selfi.
Espero que algún día se acuerde de mí cuando cumpla su sueño.
*** Sally Tirtadihardja es directora de Comunicación de World Vision Etiopía. Este artículo está escrito tras su visita a Dolo Ado, región somalí de Etiopía.