Hace poco estuvimos preguntando a los niños sobre sostenibilidad. Una de las preguntas era: “¿Qué es para ti la salud?”. Las respuestas, como siempre pasa con los niños, son sorprendentes. Uno contestó que para él la salud es “llegar a los años de mi abuelo” (sin duda, una gran hazaña), seguido por otro que la veía como “no comer tantas chuches, comer healthy”; mientras que un tercero la definió como “tener una vida normal”. Para mí la que mejor lo resumió fue una niña que contestó: “La salud es la vida”.
Pues en efecto, por desgracia, algún caso de enfermedad habremos vivido todos de cerca, y la verdad es que hay poca vida sin salud. La ciencia ha llegado a darnos la oportunidad de prolongarla, de llegar más allá de los años de nuestros abuelos pero, ¿es algo que podemos sostener?
A nivel coste, lo vemos cada vez más complicado. Hace años que las enfermedades neurodegenerativas, causadas por el envejecimiento de la población, superan el coste del cáncer en salud pública, que desde hacía décadas venía liderando este desembolso. Según el Foro Económico Mundial, cada tres segundos se diagnostica a un paciente con demencia, con un valor para la población estimado en 1,3 billones de dólares, y que se prevé incremente a 2,8 en 2030, según Alzheimer International.
No todo son malas noticias, puesto que el coste de enfermedades neurodegenerativas puede reducirse en casi ocho veces si se detectan a tiempo. La detección precoz es la clave para garantizar la sostenibilidad de nuestra longeva población. El problema es que esto es económicamente inviable con el sistema de salud actual, especialmente derivado de la escasez de atención primaria que hemos venido observando, y ha sido reportado por los diferentes medios de comunicación.
Las agendas de especialidades están colapsadas como consecuencia, con pacientes que en un gran porcentaje de los casos podrían ser atendidos por personas de un perfil más generalista. Esto se suma al incremento de pruebas diagnósticas que se prescriben, muchas veces por prudencia, pero que incrementan el gasto público (y privado) por paciente.
Y aquí es donde entra la temida tecnología, ese apoyo que cogemos con pinzas por miedo, pudor, y una regulación que no acompaña a las necesidades del usuario. Pero la realidad es que dos tercios del tiempo que los doctores pasan en consulta los dedican a tareas administrativas (según un estudio de Oracle), que compartir experiencias y visiones entre profesionales ha sido crucial en plena pandemia, y que la automatización ya está ayudando a infinidad de negocios a asumir una mayor demanda con el mismo número de personas.
El reto no es que la tecnología sea infalible, pues tampoco lo somos las personas, sino que la veamos como aliada para resolver problemas concretos que nos desenfocan del servicio. Hoy en día la demanda de salud es infinita y qué decir de la oferta que no haya podido atestiguar cualquier ciudadano sobre las limitaciones que sufre, especialmente en los últimos años. Por lo que, para sostener a una población que cada vez consigue vivir más años gracias a la ciencia, vamos a tener que rendirnos ante la evidencia de que necesitamos la ayuda también de la tecnología para, además, vivirlos mejor.
Potenciar las sinergias que permitan hacer más eficiente el servicio es la clave. El sector de la salud que por su naturaleza empuja el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 3, Salud y Bienestar, necesita de otros ODS para mantenerse saludable. Es aquí donde queda patente la importancia del ODS 17 (Alianzas para lograr los objetivos), que por ser el último no es el menos importante, al contrario, es el habilitador para que el resto de objetivos se alcancen. Las alianzas serán críticas para alcanzar la sostenibilidad del sistema de salud.
La salud no ha sido definida solo como “vida” por estas cabezas pensantes de ocho a once años, sino que también han utilizado el término “vida normal”. Y esto es muy interesante porque en efecto buscamos normalizar nuestra salud. De hecho, recuerdo la primera vez que vi el ranking de los facultativos más valorados en Doctoralia. Por curiosidad me metí a ver algunos perfiles y me sorprendió porque no eran los que más estudios publicaban, ni eran ponentes en congresos, ni tenían infinitas especialidades.
La conclusión a la que llegué, tras analizar estos perfiles, es que eran los que mejor habían tratado a sus pacientes. Se habían tomado el tiempo de preguntar, explicar y entender dónde estaba el problema o preocupación y habían conseguido transmitir con éxito las necesidades de salud. En definitiva, habían “humanizado” este servicio, normalizando su entrega —lo que se llama transferencia en educación— para que se pudiera sacar el mejor partido.
Pues bien, siguiendo la línea de A. Saint-Exupéry, que es conocido por expresar que “la perfección no se logra cuando no hay nada más que añadir, sino cuando no hay nada más que quitar”, me gustaría concluir en estas dos variables. Para intentar garantizar una vida de calidad, creo que tenemos un largo margen de aprovechamiento de las tecnologías existentes para conseguir todas las eficiencias que nos permitan abarcar una mayor cantidad de trabajo con el mismo esfuerzo. Y en esta línea, poder enfocar a los profesionales al servicio, acercándose más al paciente y menos a la pantalla.
*** Aline Gómez-Acebo es directora de Sostenibilidad de Asisa y CEO de ENIAX, startup de Salud digital.