Decía mi madre que desde pequeño tenía una gran fijación con buscar un elixir para evitar envejecer y, por ende, convertir en inmortal a solo dos personas: ella y yo. En otras palabras, sufría de un complejo de Edipo de libro que, por suerte, eliminé de un plumazo y sin necesidad de sesiones de psicoanálisis. Mas eso será tema de otra columna o no.
Lo cierto es que ese sueño no es algo singular en los seres humanos; desde los albores de nuestra historia hemos intentado burlar la muerte y frenar los efectos del envejecimiento. La mayoría de nuestros esfuerzos los focalizamos en curar enfermedades y envejecer lo más lento posible.
De hecho, la esperanza de vida ha aumentado significativamente durante los últimos 500 años. En el siglo XVI, las personas fallecían entre los 30 a 40 años. En cambio, el siglo pasado, la esperanza de vida media se duplicó llegando a alcanzar los 70 a 80 años. A día de hoy, a pesar de la pandemia, en gran parte de América del Norte la esperanza de vida media se sigue manteniendo por encima de los 80 años, lo que significa que durante los últimos 500 años casi se ha triplicado.
Pero esto no nos basta. ¡Queremos más! ¡Lo queremos mejor! ¡Y ahora!
Por ello me han llamado la atención algunos estudios realizados con ballenas que viven cerca del extremo norte de Alaska. Estos gigantescos mamíferos marinos pueden vivir más de 200 años.
¿Cómo lo logran?
Las muestras de tejido recogidas de estos ejemplares del reino animal revelan un “superpoder reparador” en el que podría radicar la respuesta a la pregunta que he formulado.
Todo parece indicar que estas ballenas son muy eficientes reparando el material genético dañado. Y aquí debo abrir un paréntesis explicativo.
Muchas de las enfermedades de la vejez son provocadas por fallos en la reparación de nuestro material genético. Este último es como un libro con todas las instrucciones para que el cuerpo funcione correctamente.
En ocasiones, agentes externos como la radiación solar, la polución y un etcétera cada vez más largo, provocan daños severos en sus hojas. Otras, como consecuencia de la interacción con varios elementos, algunas letras y palabras de ese libro se borran o se reescriben mal. Todo ello ocurre constantemente y gracias a un sistema de reparación molecular eficiente podemos seguir vivos.
Con el paso del tiempo, la reparación se vuelve más vaga e ineficiente, lo cual se traduce en fallos que se van acumulando; entonces aparecen las enfermedades, los achaques… la implacable vejez.
Mantener el sistema de reparación en perfecto estado es una quimera que acarician muchos científicos. En algunos casos, se ha buscado la solución observando lo que ocurre en especies longevas que, evolutivamente, estén más o menos cerca de nosotros.
Entre las enfermedades que aparecen con la vejez están muchos tipos de cánceres. En ese sentido, ya varios científicos han descrito algunas estrategias biológicas de otros animales para evitarlo.
Entonces, volvemos a las ballenas del Norte de Alaska.
Como dato interesante, esta especie que nombran Balaena mysticetus puede alcanzar unos 18 metros de longitud, por lo que se gana la clasificación de uno de los mamíferos más grandes de la Tierra. Además, pesa alrededor de 80.000 kilogramos, lo mismo que si juntamos a 800 personas.
Toda esa masa corporal se suma a un enorme número de células. Cada vez que una de sus células se divide, existe la posibilidad de que surja una mutación peligrosa, un error en el libro que te mencioné anteriormente y, por lo tanto, una enfermedad como el cáncer.
Paradójicamente, los animales de gran corpulencia son especialmente resistentes al cáncer. Eso sugiere que deben tener defensas mucho más fuertes contra la aparición de los tumores.
Por ejemplo, ya sabemos que los elefantes, cuya esperanza de vida es similar a la de los humanos, rara vez mueren de cáncer. Esto es así porque ellos tienen copias extra de un gen bloqueador de tumores llamado P53.
El equipo que ha estudiado las ballenas hizo algunos experimentos con células extraídas de tejido de ballena de Groenlandia, así como con células humanas, de vaca y de ratón.
Las células de ballena reparaban con eficacia y precisión las roturas de doble cadena del ADN, es decir, los daños que estropean el libro de instrucciones de vida.
En realidad, se descubrió que las células de ballena reparaban el ADN roto hasta dejarlo como nuevo con más frecuencia que las de otros mamíferos. En el caso de las células humanas, de vaca y de ratón, las reparaciones del genoma solían ser más chapuceras. El equipo también identificó dos proteínas en las células de ballena de Groenlandia, CIRBP y RPA2, que forman parte del equipo de reparación del ADN.
Estos resultados, más que interesantes, no solo nos habla de un “superpoder” contra el cáncer, también indica un camino para la reparación eficiente de los tejidos y la desaceleración del envejecimiento. La fantasía de aquel niño jovellanense que un día fui.
Ahora nos queda una pregunta seductora para la Medicina: ¿Será que la solución al cáncer ya está en la naturaleza? Encontrarla sigue siendo mi sueño.