No es que haya escrito tarde porque no me enterase. No es que me enterase y no me rebelase. Tampoco que sintiera algún tipo de prejuicios que me evitaran opinar, sobre Rubiales, claro, sobre quién iba a ser.
No he escrito antes porque estaba esperando su dimisión.
España es un país bien extraño en esto. A la gente, en general, le produce sarpullido solo pensar en esa palabra y en ese acto que es el reconocimiento de la he pifiado sin solución de continuidad. Y es impresionante el daño que hace eso de no enmendarla y por tanto de enmerdar aquello que por naturaleza debería estar y ser limpio.
Me gusta pensar que dimitir es de sabios. Y lo bueno es que no tengo que escribir lo que eso atañe al presidente de la Real Federación Española de Fútbol. La realidad es que tenía que haberse sacado la tarjeta roja a él mismo hace ya mucho tiempo.
Lo habría hecho de tener eso que empieza por “v” y termina por “a” y que no guarda relación alguna con esos genitales que al Presidente tanto le gusta agitar como señal de victoria.
Sin ir más lejos, hace ya tres años que debía haber hecho mutis por el foro tras filtrarse aquellas conversaciones con Piqué en las que se reconocían sus comisiones por haber llevado la Supercopa de España a Arabia Saudí en 2020.
Cuando este tipo de comportamientos se consienten (las económicas pero también el mero hecho del traslado a Arabia), se pasan por alto, manteniendo en los cargos a tan perniciosas personalidades ocurre lo que ocurre. El personal se nos viene arriba y siente que no tiene por qué filtrar sus instintos más básicos, sean estos los del dinero o los envueltos en el más ordinario, precario, cavernícola de los machismos.
Y es una pena.
No, Rubiales no me produce ninguna. Es el ejemplo. Es el significado y el significante lo que da pena. Con lo facilito que es dar un beso en la mejilla, tal vez dos, mira que fastidiarla por culpa de un pico, un picazo con la alevosía de la emoción no comedida,dice.
Tampoco me importa que se le haya fastidiado el chiringuito, ni el negocio, eso mucho menos. Lo que me importa es que se haya convertido en el aguafiestas machista de un acontecimiento histórico, que ha sido capaz de interrumpir la conversación orgullosa de una victoria con un exabrupto gestual que esconde el ideológico y moral.
Lo que me molesta es que en lugar de estar celebrando los maravillosos pases de la centrocampista Jenni Hermoso nos hallemos hablando de un irrefrenable baboso. Lo que me molesta es que le haya quitado el protagonismo a las heroínas del Mundial de Fútbol femenino, siquiera en parte, uno de esos personajes que recuerdan a una historia que pensábamos los que pensamos bien que solo se guardaba ya en la filmoteca.
Porque en efecto, además de machista, hace falta ser antiguo y hortera para recurrir a determinados gestos y verborrea. Lo que me molesta es que se nuble el hecho en sí de llevar días hablando y escribiendo sobre la bondad de los referentes. Esos que influyen en la normalización del deporte femenino.
Esos que llevaran a muchas niñas a emular a Jenni, a Alexia, a Olga, a Ona…, sin ningún tipo de prejuicio, dando valor al fútbol y por ende a cualquier tipo de deporte. Esos que obran a favor del trabajo, del tesón, de la pasión, del sacrificio por aquello que se quiere lograr, del valor, de los sueños o del valor de los sueños.
Lo que me inquieta es que este señor, por decir algo, se haya creído que su acto podía ser también referencial. Lo que me molesta es que se conviertan si no en referentes sí en normalizadores sus gestos ordinarios y obscenos. Me inquieta que se confunda con España, con el trabajo que ha hecho durante tantos años en pos de la igualdad. Y me fastidia además que actuara así ante la infanta Sofía, que debió de preguntarse de qué película de Torrente se había escapado aquel hombre encorbatado.
Lo que me fastidia es su tardanza en asumir su dimisión. Como me perturba qué pensarán sus tres hijas. Como me gustaría saber qué les diría él si alguno de sus jefes en un momento de euforia les sellara los labios con los suyos sin consentimiento alguno.
Me complace, en cambio, el cierre de filas de la sociedad, la nacional y la internacional. Porque esto del machismo no es un fenómeno patrio, aunque este sea el nuestro.
Tengo subrayado en un libro fundamental, Invisible Women, de Caroline Criado Pérez, publicado en 2019 por Penguin Random House UK, que en Estados Unidos, por ejemplo, y hablando de fútbol, se asumía como frase popular esa de que nunca habían ganado el Mundial y ni siquiera habían llegado a la final, cuando la realidad es que lo habían ganado tres veces…, el equipo femenino.
Me complace que la denuncia haya sido generalizada. Porque en efecto la sociedad ya no es la que era. A Rubiales se le ha parado ese reloj. Me complace, además, que su malogrado acto tuviera lugar en público, a la vista de las cámaras y de los millones de espectadores que estábamos viviendo el triunfo con emoción, champán y seguramente algún que otro pico íntimo y consentido.
Así no había necesidad de investigar. Así no tenía que someter Jenni esa violencia sexual infligida a la evaluación judicial. Así no ocurría como suele ocurrir en estos casos que la mujer vive con vergüenza la denuncia, y con temor, y autoflagelo, y con una culpabilidad llamativamente injusta. En esta jugada, el videoarbitraje, el VAR, estaban de más.
Y, sí, espero que el beso de Rubiales se convierta en un referente. De lo inaceptable desde cualquier punto de vista.