Entre 2015 y 2020, los avances hacia la igualdad de género han sido desiguales, cuando no se han estancado o directamente retrocedido. De hecho, si seguimos a este ritmo, se necesitarán 131 años más para alcanzar la igualdad de género. Es decir, cinco generaciones de niñas y mujeres viviendo en un mundo que no les permite desarrollar su potencial.
Sin embargo, o precisamente por eso, algunos de los principales movimientos liderados por jóvenes, fundamentalmente mujeres, han nacido y se han desarrollado en estos últimos años. Cuando pensamos en jóvenes activistas, se nos vienen a la cabeza nombres como el de Malala Yousafzai, incansable defensora de la educación de las niñas en Pakistán y el de Greta Thunberg, líder del movimiento global por el clima. Activista desde su juventud, el mundo conoce hoy también el de Narges Mohammadi, premio Nobel de la Paz 2023 por su lucha por las mujeres iraníes.
Sus nombres y logros han servido de referencia e inspiración para los miles de niñas, adolescentes y jóvenes que en todo el mundo hacen campaña por sus derechos, por la igualdad, contra la violencia de género. Las voces de estas jóvenes activistas anónimas son las que hemos recogido en el informe Turning the world around: niñas y mujeres jóvenes al frente de los avances por la igualdad, una investigación en la que han participado más de mil adolescentes y mujeres jóvenes de 26 países, además de España.
El activismo adopta muchas formas, y es una parte fundamental del proceso democrático. Por eso, en el mes en el que celebramos el Día Internacional de la Niña, desde Plan International queremos celebrar los cambios que están logrando las jóvenes activistas, pero también visibilizar los retos a los que se enfrentan y reflexionar sobre cuál es nuestro papel como sociedad para contribuir a sus objetivos.
Pese a que viven realidades muy distintas, su determinación nace de un punto común: la rabia ante las desigualdades y la urgencia de darle la vuelta al mundo. Todas se enfrentan a los prejuicios, al rechazo, al acoso y la violencia, pero en contextos donde las condiciones son particularmente desafiantes o el espacio cívico es restringido, estas niñas y jóvenes llegan incluso a arriesgar su propia vida en su lucha contra graves violaciones de sus derechos como el matrimonio infantil, la mutilación genital femenina, los embarazos adolescentes o el acceso a una educación de calidad.
Wanjiku, de 22 años, de Kenia, cuenta que su padre solía recriminarla por promover debates en la comunidad. Sanjilva, de 18 años, de Nepal, fue amenazada en su casa y su familia recibió quejas por su activismo contra el matrimonio infantil. Mercy, de 22 años, de Nepal, explica que ser una joven activista te hace vulnerable porque eres objeto de discriminación, estigma y violencia. Rim, libanesa de 22 años, habla de exclusión familiar y comunitaria, y verse obligada a cambiar de ciudad.
La mayoría de las jóvenes destaca las consecuencias para su salud mental y los costes personales que supone el activismo para ellas: una de cada cuatro (25%) jóvenes a nivel global señala que sufre desgaste emocional y ansiedad, y una de cada cinco (17%) teme por su seguridad. Unas cifras que en España llegan al 11% y el 6%, respectivamente.
Sus temores no son infundados. Una de cada diez activistas ha sufrido amenazas de violencia física, mientras que el 15% se ha enfrentado a acoso y abusos online. En España, el 6% de las jóvenes activistas han temido por su seguridad. Esta violencia envía un mensaje a las niñas de que el espacio cívico no es su lugar, y les hace dudar de sí mismas, sentirse incómodas y vulnerables.
Sobre los desafíos que encuentran, las activistas de todo el mundo señalan como problema principal la falta de financiación, aunque son las activistas de Oriente Medio y África quienes más perciben la falta de recursos. Por otra parte, las jóvenes activistas en Europa indican mayoritariamente que su principal obstáculo es la falta de conocimiento sobre los temas en los que quieren hacer activismo.
Y a pesar de estas barreras, el 85,5% de las jóvenes encuestadas afirman que ser activistas y participar en campañas ha tenido un impacto positivo en sus vidas, haciéndolas sentir orgullosas, poderosas y competentes. Cuando se les pregunta dónde podrían estar dentro de diez años, la mayoría de ellas se imaginan que en el futuro continuarán con la labor que han iniciado, a través del trabajo social, la política o los medios de comunicación.
Su mensaje es claro: merece la pena continuar, pero necesitan protección, recursos, apoyo institucional para ocupar el lugar que les pertenece en los espacios de toma de decisiones, y un cambio de mentalidad que fomente activamente su participación en todos los niveles de la sociedad.
Para pasar a la acción, se debe aumentar la financiación en la agenda de derechos de las niñas y las mujeres. Según datos de la Asociación por los Derechos de las Mujeres en el Desarrollo (AWID, por sus siglas en inglés), hasta 2021 las organizaciones de derechos de las mujeres recibieron solo el 0,4% de toda la ayuda relacionada con igualdad de género. Las propias jóvenes señalan la falta de financiación y la dificultad de acceder a fondos como el principal factor que frena sus campañas.
La participación, la ciudadanía activa y el activismo responsable son una cuestión de derechos y benefician a toda la sociedad. Necesitamos más niñas y mujeres jóvenes como líderes de movimientos, activistas, agentes de cambio y políticas. Vamos lejos, pero tener que ir más rápido. Ellas son el motor que va a acelerar el cambio hasta lograr la igualdad.
***Concha López es directora general de Plan International España.