Durante el pasado mes de septiembre se registraron récords de temperaturas que desafiaron las predicciones climáticas y causaron perplejidad en los expertos y expertas en la materia. El fuerte fenómeno de El Niño que estamos experimentando parece repetir el salto de escala ocasionado por el anterior de 2015-16. Unos fenómenos climáticos que son amplificados por el aumento de temperatura en la atmósfera, que está causado, a su vez, por el cambio climático.
Además, estos últimos años estamos asistiendo a la muerte o riesgo terminal de ecosistemas tan valiosos como Doñana o el Mar Menor, que aunque acuciados de igual manera por el cambio climático, su causa principal reside en la sobreexplotación de recursos naturales. Ambos, cambio climático y sobreexplotación de recursos, tienen un amplio impacto sobre la biodiversidad, a la vez que comparten la responsabilidad humana como denominador común.
El despliegue de energías renovables es uno de los pilares clave para la mitigación de las emisiones de efecto invernadero y, con ello, para combatir el cambio climático. Por tanto, la expansión de fuentes de energías renovables tiene la capacidad de mitigar una de las principales causas de aceleración de la pérdida de la biodiversidad. Sin embargo, el desarrollo de energías renovables debe hacerse con criterios claros y detallados, ya que, de lo contrario, también puede tener impactos negativos en la biodiversidad, como la destrucción de hábitats o la explotación excesiva de recursos como el suelo.
La energía solar fotovoltaica requiere el uso de grandes espacios de terreno y su consecuente deterioro, modificando hábitats naturales para su instalación. Además, durante sus procesos de operación y mantenimiento se emplean productos químicos y herbicidas que afectan a la biodiversidad y contaminan los ecosistemas. En el caso de la eólica, los principales impactos afectan a la avifauna local (aves y murciélagos), y una mala localización puede afectar a sus rutas migratorias. Sin embargo, si se planifican de manera adecuada, estas fuentes de energía pueden minimizar su impacto en la biodiversidad e incluso contribuir a su mejora en algunos casos.
Para lograr esto, es esencial que la regulación considere la protección de la biodiversidad como parte integral de los proyectos renovables. Facilitando que la planificación y despliegue renovable no solo no perjudique a la biodiversidad, sino que contribuya a ella. Esto implica ciertas prácticas que están demostrando ser claves para la contribución de las instalaciones de energía a la biodiversidad, como la reducción de vallados o la creación de zonas cercanas de refugio para la fauna. Acciones de fácil implementación que son capaces de minimizar, y en algunos casos, hasta mejorar ciertos indicadores relativos a la biodiversidad local.
De la misma manera, es importante mejorar herramientas ya existentes, como son la Declaración de Impacto Ambiental o la zonificación ambiental, la cual debe tener mayor nivel de detalle y ser desarrollada de la mano con agentes locales.
Por ello, necesitamos avanzar en la legislación y en normativas para que las buenas prácticas y nuevo conocimiento sobre la convivencia de biodiversidad y renovables se conviertan en prácticas obligatorias. A la vez que se tenga en consideración la relación de estas instalaciones de energía con otros elementos a los que pueda afectar, tales como el desarrollo local, la gobernanza o la generación de empleo en las comunidades en las que se ubican.
Para favorecer este enfoque integral, es necesario tener en cuenta las voces y posiciones de los diversos sectores involucrados en la transición energética, para lo que se necesitan espacios de diálogo que permitan poner en común los consensos y disensos en torno a potenciales iniciativas que contribuyan a mejorar la relación entre las energías renovables y la biodiversidad.
En fechas recientes, más de 25 actores de administraciones locales y regionales, sector privado, tercer sector, medios de comunicación y sociedad civil se dieron cita en el municipio de Higueruela (Albacete), uno de los primeros pueblos de España en recibir instalaciones de energías renovables.
Ahí se pusieron en común iniciativas que permitan evitar o mitigar el impacto que pueden tener estas instalaciones sobre la biodiversidad, los ecosistemas locales o el paisaje, en el marco del proceso de diálogo impulsado por la Red Española para el Desarrollo Sostenible (REDS-SDSN Spain) para construir una hoja de ruta compuesta por las voces de todos los sectores con el fin de co crear una visión compartida sobre cómo debe ser el despliegue de energías renovables en España en los próximos años.
Entre las principales áreas de consenso identificadas entre todos estos actores se encontraron la importancia de fortalecer la planificación estatal en torno a la instalación de proyectos de energías renovables, mantener el seguimiento de los datos de impacto sobre la biodiversidad en el mediano y largo plazo, o la eliminación total del uso de herbicidas para reducir la contaminación del suelo y las aguas locales.
Al fin y al cabo, el despliegue renovable consciente con el territorio es uno de los mecanismos capaces de ofrecer soluciones rápidas y efectivas al cambio climático para que este no desencadene otro efecto ambiental de pérdida de hábitats y biodiversidad, pero para ello tiene a su vez que minimizar el impacto sobre los ecosistemas locales. Ambas crisis van de la mano y no podemos solucionar una sin mirar a la otra.
***David Ribó Pérez es colaborador de REDS-SDSN Spain e investigador de TU Delft.