Iberoamérica se enfrenta al enorme e impostergable desafío de repensar la educación en su globalidad, como quedó de manifiesto en los compromisos y los llamamientos a la acción discutidos durante la cumbre Transformación de la Educación, convocada por el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, en septiembre del año pasado.
El cuadro de transformaciones que se puedan concretar en el ámbito educativo va a tener una fuerte incidencia en el bienestar y desarrollo de las generaciones más jóvenes, ya que, en particular, les van a ayudar a formarse en valores, actitudes, emociones, conocimientos y habilidades que les permitan vivir en un planeta más habitable y gozar de un mundo de oportunidades sin fronteras ni umbrales.
Pero lograr estas transformaciones no es un camino sencillo. Es necesario detenernos a pensar en un conjunto de reflexiones que nos ayuden a entender cómo abordarlas de la mejor manera posible, teniendo en cuenta la diversidad de sistemas educativos que existen en la región. Para ello, planteamos tres miradas que entendemos como complementarias y fundamentales para calibrar las transformaciones que puedan imaginarse y desarrollarse en Iberoamérica.
Primera mirada
Esta primera mirada tiene que ver con controlar los equilibrios tensionales entre las necesidades inmediatas de contrarrestar los impactos severos que aún sigue teniendo la pandemia de la Covid-19 en la formación de las generaciones más jóvenes y una visión de mediano a largo plazo sobre cómo la educación puede ser una de las palancas fundamentales para cimentar futuros mejores, sostenibles, justos, inclusivos, democráticos y pacíficos.
Cualquiera sea la mirada temporal, desarrollo sostenible e inclusión están severamente amenazados por lo que se conoce como pobreza de aprendizajes, o lo que es lo mismo, privar a las nuevas generaciones de poder apropiarse de las competencias fundamentales que les permitan desempeñar libre, autónoma y proactivamente en diferentes aspectos de la vida.
Cabe simplemente recordar que, según estimaciones realizadas por organismos internacionales, actualmente el 70% de los niños y las niñas de 10 años en países de bajo y mediano ingreso no pueden leer un texto básico. Este valor ya era del 57 % en el 2019, y previo a la pandemia, ya venía creciendo (53% en el 2015).
Segunda mirada
Esta implica asumir los desafíos que nos plantea la cuarta revolución industrial en cuanto a interpelar la racionalidad misma de la educación. Por un lado, el cuestionamiento a las múltiples rupturas que los sistemas educativos, de manera explícita o muchas veces implícita, contribuyen a consolidar, separando las emociones de los conocimientos, los niveles educativos entre sí (por ejemplo, educación primaria de media básica) o la educación formal de la no formal.
Esto también se nota cuando consideramos que algunas experiencias de aprendizaje son blandas (por ejemplo, saber comunicarse y empatizar con los demás) y otras duras (por ejemplo, las relativas a las matemáticas y las ciencias). O separando las formaciones en ciencias, humanidades y ética, con sus consecuencias en la dificultad de poder entender integralmente la complejidad de los fenómenos que aquejan a las sociedades actuales.
Por otro lado, ese mundo de fragmentos también se aplica a los roles de educadores y alumnos sin reparar en el hecho que ambos son intrínsecamente complementarios en generar, desarrollar y lograr que los aprendizajes sean relevantes y sostenibles para cada alumno por igual. Hoy tendemos a decir que los educadores y los alumnos son coagentes de la educación y responsables de conseguir que las enseñanzas y los aprendizajes fluyan y se concreten positivamente.
Asimismo, los análisis de los impactos de la cuarta revolución industrial ponen el acento en que las brechas de oportunidades entre personas con desigual capital cultural y social pueden acentuarse por mala praxis educativa, y penalizar severamente a las personas y a los grupos más vulnerables.
Los desafíos que nos plantea un mundo complejo hacen necesario formar a las nuevas generaciones para que puedan conectar las diversas fuentes y tipos de conocimientos, en clave de interacción y de cercanía con los demás, y poder así desempeñarse competentemente.
Los retos no vienen empaquetados en casilleros apilados en áreas de aprendizaje y disciplinas, sino más bien requieren de integrar conocimientos con sentido. Basta pensar que los modos de comportarnos frente a la pandemia del COVID-19 implicó movilizar e integrar conocimientos de las ciencias, así como también aquellos vinculados a los valores y comportamientos de las personas y las sociedades.
Tercera mirada
Esta se relaciona a que la educación no solamente tiene como uno de sus desafíos asumir los cambios asociados a la cuarta revolución industrial. Esencialmente, la educación se enfrenta también a la imperiosa necesidad de reinventarse a la par que cambian los modos de vivir y de coexistir, lo que se refleja en el bienestar y desarrollo de las sociedades, las regiones, los países, las comunidades y las culturas.
Nuestras maneras actuales de producir, consumir y distribuir, así como de relacionarnos entre los humanos y con la naturaleza, hacen insostenible el mundo y el planeta. Si efectivamente la educación puede asumir tales desafíos, seguramente estará en condiciones de cimentar futuros mejores para las nuevas generaciones. De lo contrario, la educación será irrelevante en forjar sociedades libres, democráticas, cercanas y solidarias.
Asumiendo este desafío, la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) busca contribuir al fortalecimiento de la educación regional a través de un rol articulador para generar diálogos y acuerdos sociales en torno a la transformación de la educación que convoquen a diversos actores e instituciones de la educación, sistemas políticos, ciudadanía, sociedad civil y sector privado, con el foco puesto, por supuesto, en involucrar a los jóvenes.
No es cuestión solo de consultarles, sino de hacerlos partícipes, generadores y responsables de los procesos de transformación educativa que tanto se necesitan en la región.
***Renato Opertti es presidente del Consejo Asesor de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI).